miércoles, 1 de octubre de 2008

La panaderita de Préjano



Vivía en aquellos tiempos enfrente del castillo de la histórica villa de Préjano, al otro lado del riachuelo Yasa de los Valles, cerca de la ermita, un ricacho llamado Severo. Tenía a su servicio a una muchacha llamada Beatriz, estimada en el pueblo por su probada humanidad.
Abundaba el hacendado en tierras y olivares; exprimía a los jornaleros y aún ansiaba sacar más de su horno de pan al que acudían los vecinos.
- No te das mala maña con el horno, Beatriz, pero tenemos que sacarle más dinero.
- Pues como no le meta usted oro...
- ¡Te tengo dicho mil veces que no me des esas contestaciones!
- Y yo le tengo dicho, señor Severo, que aquí no hay más harina que la que se cuece.
- Ahora que se acercan los Reyes -abajó la voz el avaro- podrías preparar para los lambiones rosquillitas, tortas de anís, sobadas con chinchorras, preñaos...
- Sí, como si no tuviera bastante con las labores de casa.
Beatriz aparejó la mula y fue al monte a por leña. En la noche de Epifanía la Peña Isasa regaló una manta de nieve; Préjano salió blanco de la oscuridad.
La sirvienta sacó del horno la primera torta, golpeó su bajo con los nudillos y se confirmó: "Está hecha". Había cocido tres hornadas; a la tercera, la de sus amigos los pobres, le había untado por encima con una pluma de gallina huevo batido.
- ¡Felices Reyes, Beatriz! ¿Te han traído algún aguinaldo? -asomó su hocico el mísero.
- Pasar la noche caliente en la boca del horno.
- Otra cosa es. Yo me voy a San Miguel a pedir por los del pueblo. ¿No vas tú?
- Iré luego a San Esteban. Todavía quedan bastantes del pan por venir.
- No se te ocurra darles nada a esos desgraciados de los pobres; me han dicho por ahí que les regalas pan a escondidas. Los pobres no dan más que sarna y piojos.
El del puño prieto cruzó el puentecillo. "¿Cómo no le dará San Miguel con la lanza en la cabeza a ver si lo cura un poco? Porque este hombre es bastante peor que el demonio ese que pisa el arcángel guapo", se dijo la joven.
Cuando acabaron de marchar los vecinos cogió el escriño mayor, lo retacó de las mejores tortas y arreó con él para dárselo a los pobres, tan a punto que el roñoso de Severo tornaba por el puente. La escena tenía su miga.
- ¡Te pillé, ladrona!
- ¡Ojo, señor Severo, que quien dice lo que no debe, oye lo que no quiere!
- ¡Ladrona, sí, del pan que me gano con el sudor de mi frente! ¡Destapa ahora mismo el que llevas en el escriño!
Los ojos de Beatriz recorrieron su villa querida y fueron a posarse sobre la cercana ermita, alba en la nieve.
- Señor Severo, son flores para la Virgen del Prado...
- ¡Y yo voy y me lo creo! ¡Flores con nevada! ¡Viejo soy: jamás lo he visto!
Ha retirado el paño la doncella: el escriño es un cielo de colores.
El mezquino golpea el barro con la contera de su bastón y se precipita en su madriguera gruñendo:
- Lleva ese escriño a donde ibas, chiquilla...

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