viernes, 3 de octubre de 2008

La Reina y la Duquesa (Madrid)


Luciano Bonaparte -hermano del emperador- era entonces embajador francés en España. El objetivo de su actividad diplomática consistía en domeñar la voluntad de Godoy. Una de sus artimañas para conseguirlo era halagar a la reina María Luisa. Pero ¿y el rey Carlos?, ¡para qué era necesario tenerlo en cuenta!


Y aquí empieza 1a intriga cortesana, con el regalo del embajador a la reina de un espléndido conjunto, última moda de Francia. María Luisa, con el tríunfo en sus ojos, lo enseña a sus competidoras: la duquesa de Benavente, la de Osuna y, naturalmente, la de Alba. Elogios falsos por parte de las damas y el anuncio de que en el Prado estrenará el lujoso atavío. Cayetana, hábilmente, inquiere detalles y observa meticulosa las etiquetas; en la duquesa, una sonrisa maliciosa porque, en este momento, una idea revolotea en su gentil cabecita. Luego pronuncia una disculpa para poder ausentarse y sale desaforada.


-A casa. ¡Deprisa! - acucia al cochero.


Al llegar, reclama urgente la presencia de Constante, su fiel administrador, quien toma nota minuciosa de un extraño encargo.


-¿Te has enterado bien? Pues dispondrás de todo lo necesario para que ello se verifique lo más rápidamente posible.


Unos servidores ducales llegan a París reventando caballos y abreviando noches sin sueño. Dinero, mucho dinero, ponen urgencias en las costureras. Otra vez en camino los criados de su excelencia; ahora llevando repletas las valijas. Relevos preparados. Caballos andaluces que vuelan y Madrid que surge para los que llegan.


Cayetana los recibe con alborozo. Comprueba; si, son exactas las copias del traje que contempló en Palacio. En agradecimiento por su diligencia en el cumplimiento del encargo, entrega una joya al administrador.


-Toma, para tu esposa, de parte de una mujer reconocida.


La campanilla, en sus manos, llama impaciente. En el aposento, cuatro camareras, las más jóvenes y bellas, se prueban las prendas, mientras Cayetana lanza al aire el encanto seductor de su risa. A los pocos días, llega el aviso de que el martes, la reina irá al Pradopara lucir en carretela el regalo que la hizo Luciano Bonaparte.


-Daos prisa -repite la de Alba, dando los últimos retoques a las cuatro criadas, vestidas con trajes idénticos.


-¡Al Prado! -ordenan a un coche, en la puerta de Palacio.


Casi al mismo tiempo, desde el ducal, otros cuatro se ponen en marcha. Les ordena Cayetana:
-¡Al Prado! Pocos momentos después, el pequeño drama. La reina pasea, radiante de satisfacción. De pronto, vuelve la cabeza y se encuentra a las cuatro camareras de Cayetana vestidas con trajes iguales al suyo. Sus ojos echan chispas de ira. Unos instantes se queda muda, enrojecido su rostro; de repente, empieza a soltar pa-labrotas; por último, mordiéndose las lágrimas, grita:


-¡A Palacio!


Mientras tanto la gente comenta la burla y sus posibles consecuencias. Muchos dirigen la mirada con fijeza hacia la duquesa, quien ha colocado en su semblante un mohín seductor y piensa que la venganza será su destierro de la Corte. ¡Qué importa, comparado con la felicidad del momento que está viviendo!


Además, el Sordo le acompañará al Coto de Doñana.


Francisco Azorín

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