domingo, 18 de marzo de 2012

El Papamoscas - Burgos

Papamoscas es el apodo con el que popularmente, se conoce un famoso artilugio del siglo XVI, que marca las horas en la catedral. Está situado en la nave de la izquierda, según se entra por la fachada principal, por encima del triforio, y representa a una figura humana de rostro grotesco y peculiar tocado, que emerge desde el talle sobre la esfera de un reloj.
Viste una especie de casaca roja, abotonada delante, con amplio cuello terminado en puntas y ceñido por cinturón verde. Con la mano derecha sostiene un papel de música y hace sonar la campana al paso de las horas, mientras abre y cierra la boca. Los cuartos de hora los marca su ayudante, el Martinillo, una figura más pequeña y de cuerpo entero que espera sobre un pequeño balcón entre dos campanas. Con un martillo en cada mano da uno, dos o tres golpes, según sea el cuarto, la media o los tres cuartos, y cuatro golpes antes de la hora que entona, con sonido más grave, el Papamoscas

Torre de los Ponce - León

León fue llamada, en otros tiempos, "la Ciudad de las Torres". Sólo queda la famosa «Torre Cuadrada» o «Torre del Obispo», o «Torre de los Ponce»; torre milenaria, de origen medieval.
Torre capitana de todas las atalayas que defendían León en los siglos de la Reconquista, que resistió los asaltos, las devastaciones y los embates de los hombres y se mantiene, fuerte y altiva. Es la última torre, el último baluarte que queda de la muralla antigua después de la destrucción de León por Almanzor. Todavía anda entre sus muros la sombra del célebre conde gallego Guillén González, que con el rey Bermudo II, la reina Velasquita, «señora de alta calidad», como dice Risco, y aquel génio de la guerra y de la destrucción que se llamó Almanzor, forman un cuadro de personajes memorables de aquellos calamitosos tiempos en que en León apenas quedó una piedra en pie.
Llegó la primavera del año 988 y Almanzor cruzó el ño Astura (el Esla) con un poderoso ejército y se lanzó contra los leoneses buscando con codicia la conquista de la más preciada capital del reino cristiano, León, y cercándola por sus cuatro costados la sometió a un sitio de hierro implacable, exterminador. El rey Bermudo II, «El Gotoso», estaba
enfermo de gota. No vamos a entrar en mayores pormenores. Viéndose incapacitado para defender la ciudad del desvastador asedio, encarga la defensa de León al famoso conde galaico Guillén González. Brava fue la resistencia.
Los tremendos muros que habían edificado los romanos siglos antes para protegerse de los fieros «hispani», aguantaban todas las embestidasde los musulmanes. El conde Guillén, que era el alma
de aquella defensa numantina, alentaba y enardecía el temple y el valor de aquellos tos leoneses. Sus tropas espoleadas por el formidable botín que esperaban conseguir, arreciaban en el cerco y en los ataques. Pero fueron pasando los meses y los muros y las torres de León se mantenían firmes.
Al cabo de un año de feroz resistencia quiso la mala suerte que el conde Guillén se pusiera enfermo de gravedad, teniendo que retirarse a su mansión. Ya no podía recorrer la muralla, ni las torres, ni los cubos almenados para infundir moral a sus hombres. Era un grave contratiempo para las armas cristianas.
Cuando Almanzor supo la novedad de que el caudillo leonés, tan esforzado caballero como experto militar, se encontraba postrado en cama, ordenó a sus tropas un feroz y general ataque a las murallas legionarias. León coma gravísimo peligro y al punto mandó al conde Guillén de que se le levantase de la cama. Pero no podía tenerse en pie, en vista de lo cua! dispuso le vistieran todas sus armas y le llevaran en la
propia cama a los lugares de la lucha.
Junto al esforzado gallego, actuando como una enfermera y como una heroína, dando ánimos a todos, estaba una hermosa mujer. Era la
reina doña Velasquita, primera esposa del rey Bermudo I., Conducido el conde Guillén hacia la llamada Puerta de Occidente, todavía tuvo arrestos, para elevar la moral leonesa en la tremenda pelea. Así pasaron tres días. Combatiendo día y noche. Finalmente los asaltantes lograron abrir un gran boquete en el recinto amurallado de la puerta de Oriente y penetraron en León, atacando así, por la espalda, el reducto del conde.
La ciudad fue arrasada, quedando solamente en pie la llamada Torre de los Ponce porque derribarla suponía una obra muy costosa. Era demasiada torre para no quedar piedra sobre ella. Y se cuenta que Almanzor, furioso por aquel larguísimo asedio, dió muerte al conde en su propio lecho.
Por su parte, la reina Velasquita logró salvarse, pasando a Oviedo, donde estaba refugiado su esposo tiempo antes de iniciarse el cerco de León. Así terminó aquella sangrienta guerra entre cristianos y moros.
El conde Guillén, que con tanta pericia y valor defendió la ciudad, pasó con letras de oro a la historia leonesa y una calle hace perpetua su memoria.


(Resumen de "Tradiciones leonesas" de Máximo Cayón Waldaliso)

Barahona y las brujas

Barahona fue considerada durante mucho tiempo un foco de brujería. Testigo de ello es el Mojón-Confesionario de las Brujas [ver foto], una roca atravesada por un agujero y en cuya parte superior hay una cruz grabada. Supuestamente, las brujas metían la cabeza en el agujero para confesarse. Actualmente se encuentra en su ubicación original convenientemente señalizada.
Los Pozos Airones, también identificados con la brujería, son unos agujeros en la tierra capaces de tragar grandes cantidades de agua, por lo que todas las acequias de la zona van a dar a este lugar, que utilizan como sumidero. Cuenta la leyenda que los descritos agujeros eran hechos por las brujas golpeando repetidamente la tierra con el culo.
Varios acontecimientos dan fe que la tradición brujesca en Barahona no es una simple leyenda, ya que la localidad está recogida por la Inquisición en 1527 como un foco de brujería y aquelarres

Palacio de Cañete - Madrid

Estamos en el año 1.654. En el número 69 de la calle Mayor de Madrid, en el Palacio de Cañete se encuentran reunidos el marqués que da nombre al Palacio del que es propietario y el clérigo Antonio Amada, que sin poder evitarlo ve como una espada mataba instantáneamente al marqués, sin poder ver quien la empuñaba.
Detenidos todos los criados de la casa y el clérigo, sobre el que recaían todas las sospechas al no poder decir quien empuñó la espada que causó la muerte del Marques de Cañete, fueron llevados hasta la cárcel de la Villa y aunque la Iglesia se volcó en defensa de su clérigo, éste fue declarado culpable y sentenciado a morir en la horca.
Cuando la cuerda ya rodeaba el cuello del clérigo, antes de que la trampilla se abriera dejando caer su cuerpo, el entonces Obispo de Madrid con un numeroso grupo de frailes rescató al atribulado clérigo trasladándolo al Palacio Episcopal, donde de nuevo fue detenido y llevado preso a la cárcel de la Corte donde muere finalmente ejecutado en la horca.
Una vez muerto su mano derecha fue cercenada de su cuerpo y colgada de la puerta principal del Palacio de Cañete, según la costumbre del momento para escarmiento de todo el que la viera.
Entonces empiezan las apariciones. Por un lado el clérigo Antonio Amada se aparece a sus familiares y amigos comunicando que gracias a la Justicia Divina tan solo había pasado tres horas en el Purgatorio, y por otro, el espíritu del Marqués de Cañete empieza a vagar por los pasillos y dependencias del Palacio, donde los muebles se mueven solos, las velas se apagan y encienden, se escuchan gritos de ultratumba, gritos angustiosos y terribles pidiendo la detención del verdadero asesino.
La esposa del Marqués huye desesperada y presa del pánico, al igual que los criados y demás inquilinos que en los siguientes años intentaron vivir en ese Palacio en el que el espíritu del difunto Marqués no paraba de pedir justicia, aterrorizando a cuantos por allí pasaban.
Al paso de los años, un criado del marqués, cuando se encontraba ya en su lecho de muerte confesó ser el autor del asesinato en defensa de su honor, ya que el marqués intentaba seducir a su mujer. Acto seguido se desclava lo que quedaba de la mano del clérigo y por fin pudo el espíritu del marqués descansar en paz…..
O no, porque aun hay quien dice que en las oscuras madrugadas madrileñas del Palacio apagado, ruidos de muebles y cadenas arrastrándose y susurros de palabras incomprensibles continuan escuchándose por los pasillos y dependencias del Palacio de Cañete. ¿el marqués no se marchó nunca? ¿continuan otros espíritus recorriendo el maldito palacio? Los madrileños de pura cepa, cuando pasan por la noche andando por la calle Mayor a la altura del número 69 se cambian de acera, y aun así, muchos no pueden dejar de santiguarse mirando al suelo, nunca fijando su mirada en el lúgubre palacio desde donde el espíritu del marqués pudiera estar mirándolos a través de los cristales de sus balconadas.
Dios nos guarde.