lunes, 21 de diciembre de 2015

Historia del botijo

Un botijo es una vasija de barro cocido que se usa para refrescar agua. Tiene una base redonda y un vientre abultado que se estrecha en la parte superior donde se encuentra el asidero por el que se agarra el botijo. A un lado del asa se encuentra la boca por la que se procede al llenado mientras que, en el lado opuesto se halla el pitorro o pitón por el que se desliza el chorro de agua al beber de él.
El funcionamiento del botijo es muy sencillo: se basa en la refrigeración por evaporación. El botijo está hecho de un material muy poroso. El agua del interior se filtra por los poros de la arcilla y, en contacto con el ambiente seco exterior característico del clima mediterráneo, se evapora por esos minúsculos agujeros (capilaridad). Para pasar al estado gaseoso, el agua necesita energía (calor) y puede tomarla del ambiente, pero también del líquido que queda en el interior, bajando así su temperatura. A este fenómeno se le conoce como efecto botijo.
La historia del botijo se remonta a las antiguas culturas mesopotámicas, donde se encontraron los primeros restos de recipientes con formas similares a los actuales. Los periodos de su máximo esplendor fueron la Edad del Bronce en el Mediterráneo y la Grecia helenística en donde se utilizó como artículo ornamental. Su decadencia se inicia en la segunda mitad del siglo XX con la aparición de los frigoríficos domésticos. En España, donde su uso ha sido tradicional, se sigue manteniendo como elemento ornamental.
Como ya sabemos, el botijo es un invento que ya casi nadie usa. Incluso, algunos niños no lo han visto nunca ni saben lo que es.
Los inventores fueron las personas que vivieron en la Prehistoria, se cree que los del Neolítico. Los primeros botijos fueron huevos de avestruz para las personas mayores, los huevos de codorniz para los niños y los huevos de pájaro para los bebés. Para distinguirlos, los pintaban cada uno a su gusto con la sangre de los animales que cazaban.


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