domingo, 12 de diciembre de 2010

Don Teodosio y la bestia - Huarte Araquil

Don Teodosio de Goñi era un joven noble navarro que casó, parece ser que bastante temprano, cuando reinaba el rey Witiza. Muy pronto, sin embargo, tuvo que abandonar temporalmente a su esposa, llamado por el rey para combatir, probablemente en África, contra un Islam que aún no había cruzado el Estrecho.


Transcurrieron algunos años y, terminada su misión, el noble navarro regresó a su tierra y a su casa, a la cual, sin él saberlo, se habían trasladado a vivir con su esposa sus ancianos padres, reclamados por ella para cuidarlos al tiempo que recibía su compañía.


Poco antes de llegar, mientras cabalgaba por un sitio llamado Errotavidea, que en vascuence quiere decir: Camino del Molino: y que es el que se dirige al Valle de Ollo, se le apareció el diablo en figura de honorable peregrino o de ermitaño y le anunció que su mujer le engañaba en su ausencia con un criado. Ciego por el anuncio, el señor de Goñi entró en su casa, se dirigió a su dormitorio, vio dos bultos sobre su lecho y, sin querer saber más de lo que creía la evidencia del agüero, hundió su espada muchas veces en ambos, saliendo luego tambaleándose del cuarto, al tiempo que veía venir a su esposa, que llegaba precisamente de la iglesia, y por la que supo que los dos seres a los que acababa de matar eran sus propios padres, a los que su mujer había cedido su propio lecho para que se sintieron más a gusto.


Don Teodosio, convencido de que su pecado sólo podía ser perdonado por el Santo Padre, acudió a Roma, donde confesó su crimen. El Papa, que era por entonces Juan VII según el padre Burgui, le impuso como penitencia que viviera en la soledad como una bestia, cargado de cadenas y sin más compañía que una cruz y que permaneciera así hasta que aquellas cadenas se rompieran por decisión divina. Así lo aceptó el pecador y así eligió como retiro el monte Ayedo, que «dista como una milla de su Patria, Goñi, hacia el Poniente, y es parte, o rama del dilatado Monte Andía, que quiere decir el Grande en la lengua bascongada». Allí dispuso el penitente que se levantase un primer templo a san Miguel Arcángel y, dejando el encargo a su esposa, pasó a Aratar, «que está hacia la parte septentrional del Valle de Araquil».


Allí, pasados siete años de penitencia, se le presentó al ermitaño de Goñi un terrible dragón que vivía en una cueva profunda del monte y de cuya presencia no había tenido noticia hasta entonces. Don Teodosio, ante el terrible ataque del que creyó que no saldría vivo, invocó a su patrono san Miguel. Inmediatamente cayeron de su cuerpo las cadenas y el propio Arcángel apareció junto a él, enfrentándose al monstruo y matándole.


El milagro, dice el padre Burgui, se dio en el año del señor de 714. Don Teodosio regresó con los suyos por algún tiempo, pero pronto regresó a Aralar y consagró el resto de su vida a san Miguel y a la construcción del primer santuario que hubo en el monte, donde colocó como recuerdo la cruz y las cadenas que habia llevado durante su larga penitencia. Al morir, su cuerpo fue enterrado en el mismo santuario de San Miguel de Aralar, como también el de su mujer doña Constanza».


(Juan G. Atienza)

Tragabuches - Ronda

Tragabuches fue un bandolero, torero y cantaor andaluz.


Nacido José Mateo Balcázar Navarro cambió su nombre por el de José Ulloa Navarro amparándose en una pragmática real en la que Carlos III autorizaba a los gitanos a tomar el apellido que deseasen. El apodo de Tragabuches lo heredó de su padre quien lo obtuvo, según cuenta la tradición, al comerse un burro recién nacido (buche en Andalucía) en adobo.


Se inició como torero aprovechando que su padrino de bautismo, Bartolomé Romero, era pariente de Pedro Romero y sus hermanos quienes habían fundado una famosa escuela de tauromaquia en la ciudad de Ronda.


Como miembro de las cuadrillas de Gaspar y José Romero intervino como banderillero y sobresaliente desde 1800 a 1802 año en el que tomó la alternativa en la plaza de toros de Salamanca.


Instalado en Ronda pronto abandonó su carrera como matador de toros y comenzó a actuar como contrabandista junto a una bailaora conocida como María “La Nena” con la quien vivía amancebado. José Ulloa “Tragabuches” se encargaba de obtener las mercancías en el cercano enclave de Gibraltar y su compañera se ocupaba de la distribución del contrabando.


Como contrabandista continuó hasta que, en 1814, un antiguo compañero de la cuadrilla de los Romero lo invitó a torear en los festejos taurinos que, con motivo de la vuelta a España del rey Fernando VII, se iban a celebrar en Málaga. Cuando se dirigía a la capital de la provincia malagueña, su caballo lo derriba y le disloca un brazo por lo que se ve obligado a regresar a Ronda donde descubre que su amante le es infiel con un sacristán conocido como Pepe “El Listillo”.


Tras degollar al sacristán, arrojó a su infiel compañera por el balcón causándole también la muerte, tras lo cual huyó a la sierra rondeña integrándose en una de las partidas de bandoleros más temidas de su tiempo y donde coincidió con los inicios de bandolero de El Tempranillo o con la partida de Los siete niños de Écija donde permanecería hasta 1817, año en el que todos los miembros de la cuadrilla, excepto Tragabuches cuyo rastro se pierde desde entonces, fueron capturados y ejecutados. También era cantaor, y se conserva una letra atribuida a él:

"Una mujer fue la causa
de mi perdición primera
No hay ningún mal de los hombres
que de mujeres no venga"

El encantamiento de la princesa - Tereñes

Vivía en Asturias, en la localidad de Tereñes, un rey con una hija, cuya mano se disputaban cuantos príncipes contemplaban su hermosura. La princesa, que estaba enamorada de un conde, sostenía tenazmente su actitud de rechazar las brillantes proposiciones de matrimonio que se le brindaban. Día tras día, su padre, el rey, trataba de hacerle comprender con cariño y suavidad lo conveniente de un enlace que fuera digno de ella y la tranquilidad qus para él supondría el verla bien casada.


La princesa, a pesar de sus pocos años, no fue fácil de convencer. Estaba decidida a casarse por amor, y a ninguno de cuantos príncipes que la habían solicitado por esposa consideraba digno de su afecto, Así pasaron los meses, sin que nadie lograra disuadirla en sentido contrario. El rey se sentía envejecer por momentos y deseaba cada vez con más angustia un heredero del trono.


Viendo que por la persuasión no podría nada contra su hlja, se decidió a tomar una actitud más enérgica; la mandó llamar a su presencia, y con gesto grave le ordenó que eligiese, en el plazo de unos días, entre los príncipes que habían solicitado su mano, si no quería exponerse a un severo castigo. La princesa no se inmutó ante tales palabras, y con la misma serenidad de siempre le hizo saber que su decisión era demasiado firme para dejarse doblegar y que persistía en su idea de casarse a su gusto o quedarse soltera.


Enfurecido el padre ante tal rebeldía, optó por aplicarle un castigo ejemplar, seguro ya de que nada podría hacerse contra su voluntarioso empeño. Así, pues, la invitó a dar un paseo en coche, mas sin comunicarle sus proyectos, y la condujo hasta el campo Perola, donde abríase una famosa cueva encantada de la que el pueblo refería cosas extraordinarias; decían de ella que su interior comunicaba con el Infiemo, y que el demonio, cuando venía al mundo a tentar a los hombres, salía por ella. Lo cierto era que aquella cueva exhalaba un tremendo olor a azufre, que hacía volar la imaginación hacia toda clase de sucesos diabólicos.


El coche del rey paró en la misma entrada de la gruta y descendieron el monarca y la princesita. Mientras ella miraba curiosa a su alrededor, su padre, mirándola muy fijo, la conjuró para que, en castigo a su desobediencia, se convirtiera en culebra y viviera por siempre en la oscuridad de aquella cueva. Y añadió que sólo se desharía el hechizo en el caso de que un hombre le diese tres besos en la lengua.


Al instante, la rubia y frágil belleza de la princesa desapareció y en su lugar contempló el rey la ondulante y viscosa forma de una culebra que se deslizó dentro de la gruta.


Satisfecho al ver cumplido así su castigo, volvió el rey a palacio; pero he aquí que, entretanto, un pastorcillo que apacentaba su ganados por aquellos contornos y que había visto y oído la escena, se dirigió a la cueva, y venciendo su natural repugnancia, cogió a la culebra y sujetándole la cabeza le dio tres besos en la lengua. El conjuro quedfí deshecho y la princesita recobró su forma humana. Agradecida al pastor, aceptó su demanda de matrimonio, y dicen que se quisieron mucho y vivieron felices el resto de sus días, lejos del palacio del rey.