Conozcamos hoy el curioso episodio del célebre platero Pedro Alvarez conforme lo narra Raimundo Rodríguez Vega, capellán que fue del convento de la Concepción y archivero de la Catedral durante muchos años. Hablaba del platero Pedro Alvarez por documentos del siglo XV.
Parece ser que por aquellas calendas el platero en cuestión, Pedro Alvarez, trabajaba los encargos que le hacía el Cabildo, cuyos señores capitulares eran celosos de que la catedral de León tuviese los adecuados objetos sagrados que solemnizan el culto.
Así las cosas, el canónigo tesorero encargó al afamado artista la confección de unos hermosos candelabros de plata para el altar. Al efecto le entregó el preciado metal necesario, a fin de culminar la obra conforme a lo que previamente se había estipulado. Y nuestro protagonista, al igual que en anteriores ocasiones, poniendo a gala, una vez más, su rara habilidad de maestro orfebre, fue preparando los moldes, utensilios y herramientas para que su trabajo llegara a feliz término lo más brevemente posible.
Pero la tentación es muy mala consejera. El platero, reunió sus cosas, hizo un petate, cerró su casa, y con el montón de plata, más o menos trabajada, huyó un anochecer de León y huyó a Portugal.
Atrás quedaba todo: el trabajo honrado y reconocido, la tranquilidad de vida, la obligación contraída, el honor de su profesión y de su persona. En adelante, pese al montón de plata, era un fugitivo de la sociedad y de la justicia.
El Cabildo catedralicio supo de inmediato la misteriosa desaparición de Pedro Alvarez con aquel botín. Y lo admirable es que no se sorprendió de la noticia; no se extrañó del hecho. Los señores canónigos sabían de las flaquezas humanas. y el robo lo tomaron con filosofía. Una tentación ocurre a cualquiera. Sin dar mayor publicidad al asunto, el Cabildo, pues, siguió como antes, como siempre, y tuvo, además, la elegancia humana y de no dar parte a la justicia del robo cometido.
Los señores capitulares, con gran dignidad ante lo sucedido, encargaron a otro platero el trabajo de nuevos candelabros. Y: ¡Aquí, señores, no ha pasado nada.
Pasó el tiempo. Y al cabo de un par de años, cuando ya todo se encontraba arrinconado en el desván del olvido, aparece nuevamente en León el orfebre Pedro Alvarez, el afamado artista huido y robador. Su presencia atrajo la curiosidad de las gentes. Arrepentido y avergonzado se presentó, inesperadamente, al tesorero catedralicio para devolverle lo que se había llevado a Portugal.
El caso es sorprendente, asombroso. De ello se entera toda la ciudad. Pedro Alvarez no había dilapidado nada de su robo, de aquel montón de plata que tenía depositado en su taller de León para hacer los famosos candelabros. Cuenta a los señores canónigos toda su odisea y quiere restituir lo que no es suyo. Ese era el fundamento de su regreso, y que sea lo que Dios quiera. El Cabildo le escucha estupefacto. Posiblemente más confuso y turbado que el propio Pedro Alvarez.
¿ Qué ocurrió entonces con el contrito platero leonés? Hubo la regañina de rigor, pero Pedro Alvarez no fue perseguido: "Lo pasado, pasado". Y lo más asombroso de todo, lo más increíble de todo, fue que Pedro Alvarez, el gran platero leonés, el consumado maestro de la orfebrería, rehabilitada su vida, siguió trabajando para la Catedral como... ¡platero de confianza del Cabildo!
En las actas capitulares de la «Pulchra Leonina», del siglo XV, se encuentra toda la historia de Pedro Alvarez, el famoso platero de León. Una historia que parece una novela
(Resumen de "Tradiciones leonesas" de Máximo Cayón Waldaliso.)
De todo un poco. Leyendas, tradiciones e historias curiosas de todas las regiones de España. Unas son verdad y otras no tanto.
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