Catar un vino es someterlo a los sentidos para estudiarlo, analizarlo, describirlo, juzgarlo, calificarlo y clasificarlo.
El oído es el primer sentido que debe apreciar la calidad de un vino. Una caída limpia y un fluir armonioso dice muchas cosas positivas sobre la calidad de un vino; por el contrario, una caída sin brío, pesada como el aceite, informa sobre la pérdida de calidad de ese caldo.
La vista permite apreciar el aspecto del vino. Es importante que el vino ofrezca un aspecto limpio. Si al alzar la copa a la altura de los ojos el vino se muestra turbio u opaco, seguramente se trata de un vino defectuoso. Con el índice y el pulgar el catador coge la copa por la base para no alterar la temperatura del líquido y la lleva a la altura de los ojos para apreciar el color y la nitidez del vino a contraluz. Los vinos blancos deben ser límpidos, brillantes y ligeramente verdosos. Si se aprecian reflejos dorados se considerará oxidado. La presencia de tonalidades ocres en los tintos indicará el grado de crianza en madera de roble. Los blancos, con el envejecimiento, oscurecen, mientras que los tintos se aclaran.
De todo un poco. Leyendas, tradiciones e historias curiosas de todas las regiones de España. Unas son verdad y otras no tanto.
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