La Orden del Temple fue fundada en Jerusalén en el año 1118 con el objetivo de proteger a los peregrinos en su camino hacia Tierra Santa. Con el paso del tiempo se convirtió en una organización muy poderosa, con unas estructuras jerárquicas, financieras y militares muy sólidas. Su carácter internacional (sólo dependían del Papa en última instancia) hizo que prestaran ayuda también a los reinos cristianos de la Península Ibérica en su particular Cruzada contra los árabes.
Jerez de los Caballeros fue conquistada a los árabes por Alfonso IX de León que, en reconocimiento por la ayuda prestada, dona la villa a la Orden del Temple en 1240.
Bajo la protección de los caballeros templarios, Jerez y su comarca comienza una época de repoblación y engrandecimiento. La encomienda o bailiato de Jerez de los Caballeros se convierte en uno de los enclaves más importantes para el Temple en la península.
La Orden del Temple fue disuelta injustamente por el Papa Clemente V en 1312, acusada de herejía y malas prácticas, tras una terrible campaña de desprestigio organizada por Felipe IV, rey de Francia, que pretendía quedarse con el poder y las riquezas acumuladas por la Orden.
Aunque los reinos cristianos de la Península Ibérica no dieron crédito a las acusaciones contra los templarios, sí se vieron obligados a acatar la bula de Clemente V y ordenaron a las diferentes encomiendas templarias que renunciaran a la Orden y entregaran sus tierras o morirían en la hoguera como herejes.
Los Caballeros de Jerez se negaron a renunciar a la Orden del Temple, a la que habían jurado lealtad eterna, y decidieron defender el sitio hasta la muerte. Aguantaron el asedio de la fortaleza hasta que fueron acorralados en la Torre del Homenaje, donde finalmente fueron degollados por las tropas reales y arrojados sus cuerpos al vacío desde las almenas.
Desde entonces, a la Torre del Homenaje se la conoce como Torre Sangrienta, y el espíritu de aquellos Caballeros quedó para siempre entre los muros de la Fortaleza.
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