«¡Oh
ínclito sabio autor muy sciente
«Otra
y aun otra vegada te lloro,«Porque Castilla perdió tal tesoro
»No conoscido delante de gente.
«Perdió los tus libros sin ser conoscidos
«Y como en exequias te fueron ya luego,
»Unos metidos al ávido fuego,
«Y otros sin orden no bien repartidos.»
El
hecho fué deplorable, y no me extraña que de todas partes se
levantara un grito de protesta contra semejante auto de fe,
perpetrado, no en el quemadero público, cara á cara, sino en la
sombra, en el interior de un Cenobio de santas mujeres, grandemente
simpático a todas las clases sociales de Madrid.
¿Pero
qué culpa podría atribuirse en todo esto á las monjas dominicas?
Ninguna ciertamente , porque el auto de la quema recayó sin su
conocimiento, y los claustros fueron secuestrados, a viva fuerza,
para que la hoguera del fanatismo pudiera encenderse de
ocultis.
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