sábado, 17 de octubre de 2015

Juana la Beltraneja


En los comienzos de 1462 nació una hija del rey Enrique IV de Castilla y de la reina Juana de Portugal. Una hija que alcanzaba la vida como única heredera de la corona castellana.
Nació en Madrid, Villa muy querida del rey Enrique, por deseo de éste, que hizo venir a este rincón castellano a la reina cuando ya se acercaba la fecha del alumbramiento.
La vida de esta princesa madrileña había de estar unida a las luchas de la sucesión real, en un momento de crisis y dificultades, que llevaría al trono de Castilla a la reina Isabel la Católica.
Razones políticas, seguramente más que de otra índole, habían de dar a la recién nacida el sobrenombre de "Beltraneja", tildándola de hija no del rey, sino de su favorito y dueño del gobierno, don Beltrán de la Cueva. El mismo padre, en distintas ocasiones, presionado por facciones contrarias, había de admitir el origen adulterino de la princesa, que atravesaría una vida difícil y azarosa, movida siempre por el interés político que había de perseguirla, haciendo de su figura bandera de grupos descontentos o ambiciosos.
Si siquiera en el claustro pudo encontrar sosiego, que allí encerrada, desposeída ya de la corona castellana, habían de venir a sacarla para hacerla su esposa el rey de Portugal, pretendiendo así derechos a la corona que había de ver perdidos en la batalla de Zamora.
El claustro había de ser, sin embargo, el último retiro de esta vida de luchas, intrigas y batallas de la que el pueblo llamaba "Excelente Señora, reina sin reino".
Ya en su vejez, a las sesenta y ocho años, edad tardía para la época, murió en un convento de Lisboa, el año 1530, la princesa doña Juana, llegando así a conocer el esplendor de la corona de Castilla, unida a la de Aragón por tu tía la reina Isabel la Católica, y que ya extendía su dominio por Italia y más allá de las recién nacidas tierras de América. Ya Castilla no era, como en los días de su padre, una hoguera de intrigas y banderías, sino un reino próspero y unido que habla ganado las tierras de los moros y había dado fin a la guerra secular de la Reconquista. Los años de su vida, tan cruciales, habían cambiado enteramente el mundo de sus primeros días, el de su niñez y juventud y también la sociedad era ya otra y no tenían cabida las ambiciones de unos nobles levantiscos capaces de alzar bandera contra sus reyes; se había jerarquizado alrededor de los nuevos monarcas, que habían sabido ver el mundo cambiante y crítico da sus vidas y habían mantenido una política férrea de unidad, distinta de los días del rey Enrique IV.

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