Romero Robledo deseaba vivamente nombrar gobernador a un íntimo amigo y correligionario. El amigo en cuestión carecía de condiciones legales, pero Romero a pesar de esta dificultad llevó el decreto a la Gaceta. Enterado el presidente del Consejo le amonestó amistosamente: —Pero, hombre, Romero, ¿cómo se le ha ocurrido a usted hacer este nombramiento si este señor carecía de aptitud legal?
—i¡Hombre! —replicó Romero—, pues para dársela.
—Pero si no puede ser, Romero —insistió el presidente.
—Pues entonces que dimita y hemos terminado.
El gobernador dimitió y a los ocho días Romero Robledo llevó al presidente un nuevo decreto nombrando gobernador civil a su íntimo.
—Pero, Romero, ¿otra vez?
—i¡Ah, mi querido presidente, otra vez; pero sin engaño!
El Decreto decía: «Vengo en nombrar gobernador civil a don..., ex-gobernador civil de...»
Y quedó nombrado.
Carlos Fisas
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