Un aire fresco y húmedo surge de la oscuridad moviendo las hojas de las yedras y enredaderas que tapizan las paredes. Del fondo de la montaña brota un regato que en tres saltos escapa de la oscuridad caliza para remansarse bajo el sol. En uno de sus mínimos charcos se refugian las ranas, asustadas ante cualquier ruido extraño. Junto al riachuelo los restos de un oxidado pasamanos ensucian la roca.
Esta cavidad recorre de parte a parte el importante macizo de las Peñas de Eguino a lo largo de unas galerías que sobrepasan el medio kilómetro de recorrido. Todavía es posible encontrarse en su interior con la antigua cañería que llevaba el agua hasta una antigua central eléctrica. Al lado opuesto desemboca en la hoya de La Leze, abismo ocupado por un espeso bosque de hayas. Hacia la derecha de la cueva surge una pequeña fuente. Más allá, se extiende la amplia vertiente salpicada de monolitos. Piedra y vegetación se aunan para formar un laberinto escondido. Aquí tienen los escaladores del País Vasco una de las escuelas de escalada más frecuentada del norte de España. Surge a mano izquierda de la cueva un camino que trepa por la blanca pedrera.
Algo más allá, esquiva una cañería rota y en desuso que fue construida para sustituir a la que llevaba el agua por el interior de la cueva. La vereda escapa entre piedras y robles para salvar la paredes y dar la vuelta a la montaña. Algo más arriba, trepa por una entalladura de la roca hasta llegar al mirador de Koloxka. Punto privilegiado que permite ver hacia el sur La Llanada alavesa, que extiende sus ordenados cultivos hasta la cercana sierra de Urbasa, mientras que hacia el norte, y más allá de la hoya de La Leze, mil y un relieves conducen a Aitzgorri.
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