El monte de las Ánimas está en las afueras de la ciudad de Soria, a orillas del río Duero. Es un lugar hermoso, aunque infunde un poco de respeto. Bueno, en realidad pone los pelos de punta, la verdad; da mucho miedo. Permítanme que les cuente su historia y se harán cargo. Arranca durante la Reconquista, cuando los nobles locales arrebataron la ciudad a los musulmanes a costa de un gran sacrificio.
Merecieron el reconocimiento de su rey, pero este se comportó de una manera desconsiderada: los ignoró, confiando la defensa de Soria a la orden del Temple, a la que obsequió, además, el monte de las Ánimas para su disfrute exclusivo. Los templarios levantaron una pequeña capilla allí. Los aristócratas no aceptaron esas decisiones con conformidad, para ellos debieron de ser una ofensa inadmisible. Su enfado los indujo a la celebración de una cacería en el lugar, fue su manera de desafiar a los templarios.
Estos no se amedrentaron precisamente, y el asunto se les fue de las manos, acabó como el rosario de la aurora, con el monte de las Ánimas cubierto de cadáveres de ambos bandos. Desde entonces "dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica entre las breñas y los zarzales".
La historia que les he resumido forma parte del arranque de El Monte de las Ánimas, una de las Rimas y leyendas que Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) ambientó en las tierras de Soria. Aunque nacido en Sevilla, el poeta se casó con Casta Esteban, natural del pueblo soriano de Torrubia, y visitó la zona con frecuencia por motivos familiares. También disfrutó de estancias en Noviercas y en el monasterio de Veruela, y exploró el Moncayo a fondo
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