miércoles, 25 de octubre de 2017

Una novia para el rey

Berenguela, fiel a su estilo, quiso controlar en todo momento la educación familiar de su hijo y para ello empezó a buscarle una esposa lejos de los reinos hispanos para evitar conflictos de sangre. Había que huir de posibles incestos y lazos familiares que tan mal trago le habían hecho pasar. En los Reinos de Aragón, León, Navarra y Portugal todas las princesas e infantas tenían algún grado de parentesco entre sí y si no lo tenían, ya se encargaría la Iglesia de buscarlos, porque Berenguela seguía pensando que todos los impedimentos esgrimidos por Roma para anular su matrimonio con Alfonso IX se debían sobre todo a razones políticas y no de sangre. Por ello echó la vista al otro lado de los Pirineos y se fijó en Beatriz de Suabia, joven princesa alemana que también tenía lazos con Fernando, pero en quinto grado, un lejano parentesco que no fue problema para el casamiento porque en uno de los concilios de Letrán se había rebajado el nivel de consanguinidad entre familiares del séptimo al cuarto grado. La intención de Berenguela era casar a su hijo cuanto antes para dar a Castilla un heredero que evitara la crispación política y despejara el futuro del reino. Además, el monarca, que ya había cumplido los dieciocho años, tenía la edad precisa para matrimoniar con la hermosa, sabia, prudente y dulcísima Beatriz, como la describieron algunos escritos de testigos directos como Rodrigo Jiménez de Rada.
Antes de la ceremonia, Fernando III debía cumplir con el protocolo de armarse caballero de manos de su padre Alfonso, pero éste no quiso asistir a la boda por lo que tuvo que ser el propio rey quien tomó su espada, previamente bendecida por el obispo de Burgos y se la ciñó en señal de caballero con la ayuda de su madre. El acto se celebró en la capilla mudéjar de Las Huelgas de Burgos, muy vinculado a la familia por cuanto su hermana mayor Constanza era monja del cenobio y sus abuelos maternos, Alfonso VIII y Leonor, fueron los fundadores de la abadía y allí se encontraban enterrados desde 1214. Una leyenda asegura que Fernando fue nombrado caballero por la estatua de Santiago del Espaldarazo, figura que tiene un brazo articulado con una espada lo que le permitió ser armado por alguien superior a él. Aquel histórico escenario permanece abierto, recuperado para la memoria de Castilla con su halo de leyenda y prestigio real. Años después recibirían sepultura su madre Berenguela y su hija de igual nombre que llegó a ser abadesa a mediados de aquel siglo XIII.
La boda se celebró el 30 de noviembre de 1219 en la iglesia románica de Santa María, hoy desaparecida, y según la prensa de entonces no hubo sitio para nadie en Burgos y mucho menos en el templo: "a diebus antiquis, non fuit visa talis curia, in civitate burgensi". No se sabe muy bien porqué, pero al poco del casamiento real, Fernando III ordenó la construcción de un templo más acorde a las necesidades de la ciudad y de la época, y con el tiempo se levantó la magnífica catedral gótica cuya primera piedra se colocó el 20 de julio de 1221 ante la presencia del propio monarca y del obispo de la ciudad, Mauricio. El templo se consagró en 1260, ya en tiempos de Alfonso X, aunque las obras continuaron hasta bien entrado el siglo XVI con la construcción de la escalera dorada y el arreglo del cimborrio del crucero. La misa de consagración de un templo representaba su apertura al culto aunque las obras siguieran su curso sin que afectaran de forma notable a las ceremonias litúrgicas.
Pero la catedral de Burgos no fue la única empresa arquitectónica de envergadura del monarca santo pues también asistió al acto de colocación de la primera piedra de la catedral de Toledo, en compañía de Jiménez de Rada, y dio continuación a las obras de la catedral de León. Así pues, durante su mandato se levantaron los tres grandes monumentos del gótico hispano: Burgos, Toledo y León. La actual catedral de Sevilla es de los siglos XIV_a XIX y no corresponde al templo mudéjar que conoció Fernando III donde quiso ser enterrado, excepto la torre de la Giralda, el minarete de la vieja mezquita.

(Javier Leralta)

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