El señor Cosme de Paredes era albéitar aficionado, entendido en dolencias de cerdos y del vacuno. Algunas veces atendía a algún humano, al que casi siempre le recetaba zarzaparrilla y una copita de anís del Mono, con la recomendación de que si podía, que se distrajese viajando. A las enfermas les indicaba que fueran a Betanzos, y a los enfermos a Ribadeo. Cuando le preguntaban el porqué, se limitaba a decir que lo tenía muy estudiado. Si lo llamaban para que viese lo que tenía una cerda paridera, si estaba echada mandaba que la levantasen, y él se montaba en ella. Estaba así un par de minutos, y al apearse decía muy seguro: —¡Tiene treinta y siete y medio!
Era la temperatura de la cerda. Lo primero que hacía al llegar a donde estaba el animal enfermo, era ordenar que lo lavasen con jabón de olor. Había comprado en La Coruña, en una tienda de la calle Real, un estetoscopio, y lo usaba poniéndolo en la cabeza del cerdo o de la vaca enfermos. Generalmente les encontraba soplos malignos. A veces, sacaba su lápiz tinta, mojaba bien la punta, y en la piel del animal dibujaba la enfermedad que tenía este. Si dibujaba una espiral, era leve la enfermedad, pero si dibujaba un cuadrado, la cosa era grave. Cuando había curado un cerdo o una vaca, mandaba que al sábado siguiente llevasen al animal al río más cercano, y que estuviesen atentos a que orinase en el agua, con lo cual se iban río abajo los restos de la enfermedad. Explicaba que eso se usaba mucho en Francia y que allí había balnearios para animales, no sólo para perros de lujo, sino para el porcino y el vacuno, y había leído de una señora muy principal, una duquesa, que se bañaba en el agua mineral con un perro que tenía, blanco con manchas azules. Lo de la chas azules de la capa del perro, le costaba trabajo que se lo creyesen.
Cosme de Paredes cobró fama, y para ir de Guitiriz a la feria de Parga, o de Parga a la feria de Rábade, tomaba el tren. Cuentan que una vez, viajando a Rábade, en el andén de la estación de Baamonde estaba un cliente suyo con una cerda, para que el señor Cosme se la viese desde la ventanilla. El albéitar se asomó, le echó un vistazo a la cerda, y recetó inmediatamente, echando el papel por el aire, que el viento fue a llevarlo debajo del vagón. Cuando el tren arrancó lo recogieron, y en él Cosme había escrito. «Tiene mal aliento. Bicarbonato tres veces al día». La cerda curó, y la fama de Cosme de Paredes aumentó. Algunos clientes ya le llamaban don Cosme.
Un día unos de Teixeiro dudaban si llevar una vaca a Cosme o a otro inteligente que había en Curtís. La vaca estaba en la eirá, mustia y babeante, y de pronto levantó la cabeza, y echó un trote largo, que nadie pensó que pudiera hacerlo, hacia la carretera. Pues era que pasaba el señor Cosme de Paredes en su muía, camino de Xuanceda. La vaca se detuvo ante él, y el señor Cosme se apeó para atenderla. Ese fue, quizás, el momento más glorioso de su vida veterinaria.
(Alvaro Cunqueiro)
De todo un poco. Leyendas, tradiciones e historias curiosas de todas las regiones de España. Unas son verdad y otras no tanto.
Selección
jueves, 7 de febrero de 2019
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario