Estas relaciones no fueron del agrado del cardenal Espinosa, Dios sabe por qué causa. Motivos habría, altos ó bajos, para la reprobación del Cardenal, y para los dimes y diretes satíricos de la Corte y de los parroquianos de Santa Cruz; lo cierto es que un día, pasada medianoche, volvía D. Juan Enríquez á su casa, cuando encontró un entierro; sobre el féretro llevaban un cáliz y un bonete. Acercóse a preguntar de quién era y le contestaron que de D. Juan Enríquez; asombrado el clérigo repitió cuatro veces la pregunta, y otras tantas le contestaron que era su propio entierro. Corrió á su casa y encontró una mesa cubierta con paño negro y cuatro blandoncillos encendidos; preguntó á los vecinos quién era el difunto, y se encontró con que huían de él, creyéndole aparecido .
A la mañana siguiente fué á Santa Cruz, y le enseñaron el libro en que constaba su partida de defunción y la provisión de su plaza en la parroquia. Al volver á su casa, la puerta estaba clavada, y un familiar del Santo Oficio le llevó á los calabozos de la Inquisición de Toledo. En el tejado de la casa apareció sobre un palo un bonete encarnado, y desde entonces se llama la calle donde ocurrió este suceso, la calle del Bonetillo.
(“Madrid
viejo” de Ricardo Sepúlveda)
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