Su irregular y reducida superficie, descendente hacia la puerta Miña y antaño recubierta por viejas losas, mantuvo el trazado primitivo hasta comienzos de nuestro siglo. Pero, entonces, la supresión de los soportales situados en el lado norte del arranque de la calle del Miño originará un nuevo espacio de compleja planta al incorporar no sólo un tramo de dicha calle, sino, también, el espacio de encrucijada con la calle de la Catedral. El ámbito significativo de la plaza continúa siendo el recinto del medievo con la magnífica puntualización de la fuente barroca que el obispo Izquierdo mandó construir en 1754, para recoger las aguas del viejo acueducto. A la vez, este recinto se abre hacia poniente con una fuga espacial que es subrayada por la pendiente descendente y la revalorización de la fachada de los soportales.
El conjunto de la plaza conserva esa especial belleza plástica que fue adquiriendo al renovarse sus distintos inmuebles a lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX. Destaca la calidad arquitectónica de los edificios asoportalados del levante y mediodía cuyas severas fachadas de granito se adornan con buena cerrajería o esas viviendas que, situadas en el extremo oeste, presentan ya las características populares de blancos encalados y desiguales soportales adintelados donde aun puede contemplarse un viejo capitel romano. Sólo el nuevo edificio en chaflán del ángulo norte rompe con su volumen y tratamiento inadecuado la escala y ambiente general del conjunto.
(La plaza en la ciudad)
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