viernes, 18 de diciembre de 2009

El Cojo de Calanda


Una leyenda piadosa nos remite a un vecino del pueblo turolense de Calanda, Miguel Juan Pellicer Blasco, nacido en 1617, que a los veinte años de edad fue atropellado por el carro en el que llevaba trigo al molino y perdió una pierna. Desde entonces se ganó la vida pidiendo limosna a las puertas de la basílica del Pilar, en Zaragoza. En 1640, Miguel Juan regresó a su pueblo natal y a las tres semanas, el día de Jueves Santo, sus padres descubrieron, mientras dormía, que tenía dos piernas.

Cuando despertó contó que había soñado que entraba en la basílica del Pilar y se untaba aceite en el muñón de la pierna mutilada. La Virgen había obrado un milagro.

Al principio, el joven cojeó, pues la pierna estaba entumecida, pero a las pocas horas comenzó a andar con ella normalmente. Cuatro días después, un notario, Miguel Andreu, a instancias del párroco, Marco Seguir, levanta acta del suceso que rápidamente fue pregonado de milagro por la comarca y por el resto del país.
La autoridad eclesiástica dispuso un informe procesal en el que testificaron diversas personas, entre ellas el cirujano que había amputado la pierna. La fama del caso llegó a la corte y el joven de Calanda marchó a Madrid porque el rey Felipe IV, gran aficionado a los milagros, quería conocerlo.

Modernos investigadores sospechan que todo el asunto fue un montaje y que en realidad el cojo de Calanda era uno de los muchos mutilados fingidos que pululaban por la España pícara de la época. Algunos tenían la habilidad de plegar la pierna y atársela a la cintura de manera que la rodilla pareciera muñón mutilado. Si el cojo de Calanda fue uno de ellos hay que pensar que engañó muy bien a sus devotos. De lo contrario habrá quecreer que el Altísimo, cuyos designios son, como se sabe, inescrutables, realizó el milagro de resucitarle la pierna, lo que, bien mirado, no resulta tan asombroso pues las vidas de los santos están llenas de resurrecciones de muertos y de muchos otros prodigios.

(según Juan Eslava Galán en España insólita y misteriosa)

La Tragantía (Cazorla, Jaén)


Cuando las huestes del arzobispo de Toledo atravesaron los angostos puertos del Muradal con carros, cruces y caballos, ya sabía el atribulado rey de Cazorla que iban a devastar sus posesiones y que sería un despilfarro inútil que aquel minúsculo reino intentara resistir por las armas a la adiestrada violencia de los cristianos.

Había en el antiguo castillo de Cazorla un mirador alto desde el que se contemplaba el verde valle pespunteado de blancas almunias y un claro río concurrido de norias y molinos. Atravesaba la corriente un sólido puente de madera con clavazón de bronce. Uno de los troncos que componían sus pilares había agarrado en el lecho del río y le verdeaban ramas por primavera. Veía el rey cómo sus gentes diminutas y apesadumbradas atravesaban el puente tirando de carritos en los que habían cargado sus más valiosos enseres. Voces domésticas y palomas volaban cerca del castillo con el viento favorable. En lo alto, coronando de verde y de gris el valle, se veían, como un tapiz, los pinares de la Sierra de Segura.

Bien sabía el desdichado rey de Cazorla la suerte que esperaba a su menguado reino. Como dos años antes hicieran en Quesada, los cristianos entrarían a sangre y fuego y devastarían todo lo que no pudieran rapiñar. Talarían árboles y viñedos, con teas de lino y alquitrán pondrían fuego al pueblo y a las blancas almunias, arrasarían los sembrados, arruinarían las norias, cegarían los pozos y las acequias, aportillarían las cercas y dejarían tras de sus caballos un rastro de ruina y desolación cuando regresaran a sus tierras cargados de despojos y arrastrando atónitas cuerdas de cautivos.

El rey de Cazorla había tomado las medidas que cumplen a un buen gobernante preocupado por el bien de su pueblo: permitió el éxodo de sus súbditos hacia tierras más seguras de las que podrían regresar cuando el peligro hubiese pasado. Por el empedrado camino de Baza, que atravesaba los puertos de Tíscar, se despobló el reino de Cazorla. El propio rey había puesto a salvo su trigo y sus caballos días antes. Ahora se demoraba en el castillo solitario y recorría sus devastadas estancias silenciosas, cerrando puertas y alacenas y asomándose a todas las ventanas. Sin tapices las paredes parecían más grandes y eran iguales como en un sueño.
Los hombres de la escolta transmitían su impaciencia a los caballos en el patio. Iban recelosos de que las avanzadas de los cristianos alcanzasen el valle antes de que ellos hubiesen tenido tiempo de ponerse a salvo. Ignoraban que el desdichado rey tenía un motivo para retrasar la salida. Había decidido que su hija permaneciera en el castillo, oculta en unas secretas habitaciones subterráneas cuya antigua existencia sólo él conocía. Aunque la dejaba bien provista de alimentos y lucernas de aceite y todas las otras cosas necesarias para no sentir incomodidad alguna en los pocos días que duraría su reclusión, el atribulado anciano no acababa de resinarse a partir.

Cuando el rey de Cazorla atravesó a galope tendido el ruidoso puente de madera, seguido de media docena de sus fieles, no había en todo el valle una chimenea que humeara en medio de la perfecta quietud. Sus vasallos estarían a salvo. El no. El helado zumbido de un proyectil taladró el aire cristalino que tienen las mañanas en Cazorla y una emplumada vara atravesó el cuello del rey y lo derribó sobre los maderos. La punta le salía, roja, por las vértebras. Un grupo de ballesteros surgió del herbazal de la ribera apuntando con sus armas al grupo fugitivo. Pareció que el rey quiso decir algo antes de morir, pero el hierro le había segado la voz. Se levantaba el sol dándose prisa en hacer su larga carrera del día de San Juan. Una hormiga empezó a subir por la mano del cadáver.

Lo cristianos no devastaron el valle. Se establecieron en él y lo poblaron con sus ávidos colonos traídos de lejanas tierras. Pronto volvió el humo a las chimeneas y el laborioso sonido a las norias y a las herrerías y las alegres canciones a las eras.

En el húmedo subterráneo había varias estancias unidas por un angosto pasillo y por un silencio perfecto. Pilares de piedra sostenían el techo de las mayores. El salitre reinaba sobre el granito de los muros. En algunos había lápidas con inscripciones paganas. Dentro de un nicho excavado en la roca un goteo quería remedar a una fuente. Con siglos de paciencia había labrado un pozuelo en la losa del suelo.

La tinieblas del subterráneo no toleraban noches ni días. Con un misericordioso candil en la mano vagaba la princesa por sus breves dominios muriéndose de angustia cada vez que creía escuchar un ruido.

A la zozobra de las primeras horas sucedió la resignada paz de la prisionera y luego su desesperación y su locura cuando comprendió que el mundo se había olvidado de ella. Las provisiones se acabaron, la lámpara extinguió su luz con un chisporroteo. Aterida de frío, quizá porque ya llegaba el invierno y allá fuera el río arrastraba tortas de nieve montañera, la infeliz se dispuso a morir debajo de las mantas de su oscuro lecho. Durmió, o creyó dormir, un espacio de tiempo frecuentada por atroces pesadillas. Cuando despertó sentía, en el hervor de una fiebre, las piernas heladas y doloridas. Quiso frotarlas con las manos. Le devolvían un tacto viscoso de piel desconocida y áspera que le produjo asco y escalofríos. No sentía hambre ni impaciencia. Dormía y no se movía del lecho. Sin horror ni sorpresa aceptó en su cuerpo el lento prodigio de mudarse en serpiente hasta la adolescente redondez de las caderas. Reptaba por sus tinieblas entre silbos a los pilares que sostenían el techo.

Así fue como la desdichada princesa se transformó en Tragantía. En la noche de San Juan la Tragantía canta con dulcísima voz:

Yo soy la Tragantía
hija del rey moro,
el que me oiga cantar
no verá la luz del día
ni la noche de San Juan.

Si un niño escucha esta canción, el monstruo lo devora. Por eso la gente menuda procura irse a la cama y estar dormida muy temprano.

En una torre del castillo de Cazorla hay una pesada losa con una argolla de hierro que nadie se ha atrevido a levantar. Se dice que es la entrada, seguida de larguísima escalera angosta, que lleva al subterráneo donde el rey de Cazorla ocultó a su hija. A un postigo del mismo alcázar le llaman de la Tragantía y a una solitaria cueva que está en el camino, de Montesino.

Escrita por Juan Eslava Galán
Texto extraído de su libro "Leyendas de los castillos de Jaén"

La boda de Montero



El pueblo de Montero, enclavado en las estribaciones de la sierra desde Almarza al Vadillo, tenía una fértil dehesa. Era corto el número de sus habitantes y vivían en gran armonía.

Una vez celebrábase una boda entre dos jóvenes de las familias más acomodadas, y como el contento por ambas partes era grande quisieron que todos los vecinos asistiesen a la boda. Todos, sin embargo, no podían asistir; uno al menos había de quedarse guardando el ganado del pueblo. No parecía que debía sacrificarse a un joven, que era natural disfrutase con la fiesta y el baile. Así, se pensó en una buena anciana necesitada, a la que se ofreció una paga por el servicio, que ella aceptó con gusto.

Tras la ceremonia tenían que dar un gran banquete, y para guisar la comida sacaron el agua de un pozo; mas dio la fatal coincidencia de que en él vivía una salamandra acuática, y de tal modo había envenenado sus aguas, que todos los que tomaron la comida hecha con ellas murieron; así, pues, perecieron todos los habitantes del pueblo de Montero.

Es decir, todos no; sobrevivió la vieja que estaba guardando el ganado, y que pasó a ser propietaria de la dehesa vecinal y del ganado de todos los vecinos.

No se atrevió, como es natural, a permanecer en las casas del desventurado pueblo de Montero, y se fue al cercano de Arévalo, a cuyos habitantes regaló la rica dehesa y el ganado. Pronto la inspiración popular imaginó el siguiente cantar:

Por una salamanquesa
se ha despoblado Montero.
¡Ojalá se despoblasen
Cerveriza y Gallinero!

que perpetúa el hecho y demuestra la codicia de los aldeanos, ya que los dos pueblos en él citados tienen también riquísimas dehesas.

viernes, 20 de noviembre de 2009

El Abencerraje y la bella Jarifa


Un moro joven y apuesto llamado Abindarráez, perteneciente a la noble familia de los Abencerrajes, estaba enamorado de una morita de Coín, llamada Jarifa, y la visitaba tan frecuentemente como podía, a pesar del peligro, pues los cristianos dominaban los caminos entre Loja y Archidona.

Un día, cerca del lugar conocido por Venta Cañada, unos lanceros cristianos apresaron a Abindarráez y lo condujeron ante el alcaide de Antequera, el anciano don Rodrigo de Narváez. El joven prisionero se echó a llorar.

-Me extraña mucho ver llorar a un guerrero de tu familia -le dijo el alcaide.

-No es por mi cautiverio -respondió el joven-, sinó porque mañana me iba a casar con mi enamorada, la bella Jarifa, y me imagino su dolor cuando vea que no aparezco.

El alcaide Narváez meditó un momento y dijo: -Si me prometes que volverás al cabo de tres días te dejaré libre para que puedas casarte con Jarifa.

Abindarráez lo prometió y lo dejaron marchar. Aquel mismo día se unió con Jarifa, celebraron las bodas y vivieron dos días de felicidad y mucho trasiego, al cabo de los cuales Abindarráez le confesó a su esposa que tenía que abandonarla para reintegrarse a las prisiones del alcaide de Antequera.

-No te dejaré ir -dijo Jarifa-. Si vas a ser prisionero compartiré tu prisión.

Aquel día, al atardecer, al cumplirse el plazo que el alcaide había otorgado, los dos enamorados llegaron a Antequera y se presentaron ante Narváez, el cual, conmovido por el amor de los jóvenes, puso en libertad al Abencerraje y les entregó caballos y regalos para que pudiesen regresar a Granada, donde vivieron honrados y felices.


(según Juan Eslava Galán en España insólita y misteriosa)

lunes, 16 de noviembre de 2009

Los duros sevillanos


A finales del siglo XIX se detectó la acuñación de unos duros falsos en Sevilla. (Por eso se les llamó "Duros Sevillanos").

Incluso ha quedado un refrán al respecto: "Eres mas falso que un duro sevillano".

La excusa que dieron los falsificadores fue que el gobierno español, ponia menos plata de la que prometía su verdadero valor, enriqueciendose a espaldas del pueblo por lo tanto. Asi que ellos decidieron hacer lo mismo poniendo aun menos plata y ganando más, aunque se dijo también que su plata era de mejor calidad que la de los verdaderos...

domingo, 8 de noviembre de 2009

La traición de don Julián


Parece que el causante directo de la invasión musulmana de España en el año 711 fue el gobernador de Ceuta, el conde don Julián, despechado porque el rey don Rodrigo había seducido o violado a su bella hija Florinda o la Cava, a la que el confiado padre había enviado a educarse en la corte de Toledo. El conde don Julián quería vengarse de Rodrigo a toda costa, aunque para ello tuviera que arruinar el reino godo. Facilitó a los moros el paso del Estrecho, que estaba encargado de vigilar.

Los moros conquistaron España en poco más de un año; a los cristianos les llevaría cerca de ocho siglos reconquistarla.
Según una tradición cordobesa, el alma en pena del conde don Julián se aparecía a veces en figura de caballero para confesar sus culpas a algún viandante. En una ocasión, el alguacil Morales se dirigía al pueblo de Pedroche a cumplir un recado cuando se extravió en la sierra y fue a dar en unas chozas en las que habitaba un anciano matrimonio al cuidado de unas colmenas. Caía ya la noche y Morales pidió permiso para dormir en un cobertizo exterior, ya que en la choza no había espacio ni cama. Entonces, el anciano apicultor le dijo: -No haga eso, señor, y siga su camino hasta que se aleje de aquí por lo menos un par de leguas, porque aquel castillo en ruinas que ve usted al otro lado de esta nava perteneció al conde don Julián y su fantasma vaga por la noche arrastrando cadenas y profiriendo unos aullidos que hielan la sangre.

Morales no era hombre que se asustara fácilmente. Por lo tanto decidió que el aviso del anciano era razón de más para quedarse y probar su valor.

Lo que Morales vio y oyó aquella noche nadie lo ha contado. Sólo sabemos que cuando regresó a Córdoba colgó la espada y en adelante fue un hombre temeroso de Dios y muy devoto.
En el mismo pueblo de Pedroche existe un antiguo convento en el que, según la tradición, pasó la vida la hija del conde don Julián, Florinda o la Cava, cuya hermosura fue causa involuntaria de la pérdida de España.

En cuanto al rey don Rodrigo, el rijoso que violó a la muchacha, desapareció en la batalla de Guadalete y no se volvió a saber de él, pero hay tradiciones que nos lo retratan expiando sus culpas como ermitaño e incluso, más crudamente, enterrado vivo en un sepulcro con dos grandes serpientes. El romance relata su muerte:
Ya me comen,
ya me comen
Por do más pecado había
A tres cuartas del pescuezo
y a una de la barriga.

(según Juan Eslava Galán en España insólita y misteriosa)

miércoles, 14 de octubre de 2009

El rubí de la corona real inglesa


El reinado de Pedro el Cruel constituye una página sangrienta de la historia de España. El país se desgarró en una guerra civil entre los partidarios del rey legítimo y los de su hermano bastardo, Enrique de Trastamara, que le quería arrebatar la corona.

E13 de abril de 1367, Pedro derrotó a su hermano Enrique gracias a la ayuda de los arqueros ingleses del Príncipe Negro. Pedro I recompensó a su aliado inglés con «muchas joyas ricas de aljófar e piedras preciosas», entre ellas un notable rubí espinela del tamaño de un huevo de paloma procedente de una virgen del monasterio de Santa Maria la Real de Najera . Probablemente sea el mismo que luce la corona de Inglaterra engastado entre dos flores de lis. La State Imperial Crown data sólo de 1838, pero fue realizada con perlas y piedras preciosas provenientes de la colección real.

Como otras piedras notables, este rubí tiene su leyenda maldita. Sus dueños propenden a morir trágicamente: el propio Pedro I, asesinado por su hermano en Montiel; el Príncipe Negro, fallecido a los pocos meses de recibir la joya, sin llegar a reinar; en el siglo siguiente, el rey Ricardo III llevaba el rubí cuando perdió la batalla y la vida gritando: «Mi reino por un caballo.»
(según Juan Eslava Galán en España insólita y misteriosa)

Argantonio, rey de Tartessos


Rey de Tartessos (?, h. 670 - ?, h. 550 a. C.). Su larguísimo reinado (quizá del 630 al 550 a. C.) marca el apogeo de la cultura tartésica, que llegó a dominar todo el sur y sureste de la península Ibérica, entre Huelva y Alicante, con capital en la propia ciudad de Tartessos, cerca de la desembocadura del Guadalquivir. El nombre de Argantonio, que revela un origen indoeuropeo, aparece en las fuentes griegas ligado a la riqueza minera de su reino (bronce y plata), con la cual prestó ayuda a los focenses para financiar la fortificación de Focea (ciudad griega de Asia Menor) contra la amenaza persa. Sin embargo, no logró con ello que se establecieran en su reino colonias focenses, con las que aspiraba quizá a sacudirse la tutela comercial establecida.

Poco se sabe de los antecesores de Argantonio. Entre sus predecesores estaba ellos Gerión, que se enfrentó con Hércules; Norax, su nieto, que colonizó Cerdeña o Gargoris, que fundó una nueva dinastía. Hasta aquí sólo nombres, pero veamos qué más podemos averiguar de estos personajes, dejémosles que nos hablen: Las fuentes griegas nos hablan de un primer rey, llamado Gerión ser fantástico de tres cabezas y tres cuerpos que, como ya hemos dicho, tuvo que luchar contra Hércules cuando a éste se le encargó robar sus rebaños. Este primer rey mítico, tuvo una hija que dio a luz a un varón, de nombre Norax, y que fue el siguiente rey de Tartessos. Rey inquieto y curioso que le llevó a colonizar la isla de Cerdeña y fundar una ciudad que lleva su nombre: Nora.
La Dinastía de Tartessos fundada por Gárgoris de la que forma parte Argantonio comprende una serie de reyes míticos y tal vez una reina, antepasada de Gerión.

Gargoris y su hijo Habis transmiten a sus súbditos importantes conocimientos tales como la recolección de la miel, o el uso del arado con bueyes, la diferenciación de la sociedad en 7 clases y la distribución del trabajo, obra de Habis.

La sociedad de la que Argantonio formaba parte era según las fuentes una sociedad estratificada, una comunidad urbana con clases sociales y especialización del trabajo, es decir, una sociedad civilizada. Con una clase dominante que utiliza signos externos que la diferencian del resto, utilizando objetos que vendrán de las continuas relaciones comerciales y de intercambio, con centroeuropeos, cananeos, fenicios y griegos.

Hay muchas fuentes que confirman la longevidad de sus reyes . El reinado de Argantonio sería según Herodoto de 80 años y una vida de 120. Para Plinio llegó a los 150. Incluso algunos aventuran a darle la edad de 3 siglos.

Caro Baroja se refiere a una Edad de Oro “... la felicidad y la longevidad se atribuían a los tartesios ... según Estrabón”, relacionado con el trabajo de la plata y sus minas.

sábado, 3 de octubre de 2009

Gárgoris y Habis


Antes de Tartessos hubo en el sur de la Península un rey poderoso llamado Gárgoris, un hombre benéfico que inventó el arte de recoger la miel. Este rey tenía una única hija que concibió a destiempo, según unas versiones porque la violaron y según otras porque su padre la sedujo. Sea como fuera, Gárgoris entregó el nieto a unos criados para que lo abandonaran en el monte. Sin embargo, las alimañas, más compasivas que los hombres, lo adoptaron, lo amamantaron como uno más de la manada, y el niño creció sin peligro. Gárgoris ordenó a sus criados que lo arrojaran a los perros hambrientos y a los cerdos, pero los animales respetaban al niño e incluso lo cuidaban. Finalmente, ordenó que lo Írrojaran al mar, pero las olas lo devolvieron sano y salvo a una playa. Allí lo encontró una cierva y lo amamantó.

El niño creció con la maravillosa agilidad de los ciervos y vivió entre ellos hasta que cayó en la trampa de unos cazadores. Los captores, al comprobar que se trataba de un niño criado entre animales, lo condujeron ante el rey.

Habían pasado algunos años, pero Gárgoris reconoció inmediatamente a su nieto. Admirado de que hubiese sobrevivido a todos los peligros, lo que evidentemente indicaba que los dioses lo protegían, lo adoptó como heredero y sucesor.

El niño, Habis, creció hasta convertirse en un hombre y cuando le tocó reinar fue un gran gobernante. A él se atribuía la invención de la agricultura porque enseñó a su pueblo a uncir los bueyes y a sembrar.

Además introdujo prudentes reformas sociales, abolió la servidumbre, prohibió a los maridos golpear a sus esposas y dividió a su pueblo en siete ciudades, que administró sabiamente hasta su muerte, dejando a sus sucesores un Estado consolidado y próspero.

(según Juan Eslava Galán en España insólita y misteriosa)

La espada de san Martín - Besalú


El conde de Besalú era un valiente que había triunfado de los moros en muchas y variadas batallas. Allí donde había peligro acudía el conde con sus mesnadas, y no tardaba en dar buena cuenta de las turbas infieles.

Un día, estando en su castillo, vino uno de sus guardas a decirle que sabía de buena fuente que los moros subían por Bañolas hacia la plana de Santa Pau. Inmediatamente reunió el conde a sus leales y salió para entrentarse con los moros e impedirles el paso. Los encontró, y en el acto arremetió contra ellos con el empuje que era peculiar en él. En pleno combate se le rompió la espada. No era el conde hombre para conformarse viendo pelear a sus soldados. Mas no le era posible aeguir luchando desarmado. Recordó entonces que muy cerca del lugar en que se encontraban había una ermita dedicada a san Martín.

Abandonó el combate unos momentos para dirigirse a la ermita. Una vez allí, se arrodilló a los pies del santo y le pidió, con todo el fervor de que era capaz, que le sacara de aquel apuro. Estaba arrodillado, absorto en la contemplación del santo, cuando vli) que éste se quitaba la espada del cinto y se la ofrecía. l,evantóse el conde, loco de júbilo, y creyendo ser víctima de una alucinación, alargó la mano para convencerse de que, en efecto, el santo le ofrecía su espada. Con mano temblorosa, la cogió y, después ek dar gracias a Dios de todo corazón, salió corriendo en auxilio de sus hombres, que estaban perdiendo terreno.

Empezó a repartir golpes con su espada a diestro y siniestro. Sus hombres recobraron el valor que habían perdido momentáneamente, y redoblaron su esfuerzo. A las pocas horas yacían muertos todos los moros que habían iniclado el combate, en el llano llamado de Santa Fe.

los cristianos subieron entonces hacia Besalú. Cuando llegaron a Collsatrapa, sentáronse para descansar mientras contemplaban el panorama de Mirana y el Mor.

Los soldados elogiaron entonces al conde el valor que había demostrado en la batalla y la extraordinaria fuerza de su brazo. Contestóles éste que ello se debía a que san Martín le había prestado su espada. Parecióle al conde que sus hombres dudaban, y para demostrar la incomparable fuerza de aquella espada que había pertenecido al santo, dio un fuerte golpe a una enorme piedra que allí había, y la partió en dos.

La piedra existe todavía y es conocida con el nombre de Pedratallada.

(Extraído de "Leyendas de España" de Vicente García Diego)

domingo, 27 de septiembre de 2009

La Cueva de Hércules (Toledo)

Según la leyenda, Hércules edificó un palacio encantado cerca de Toledo, construido con jade y mármol, y ocultó en su interior las desgracias que amenazaban a España. Puso un candado en la puerta y ordenó que cada nuevo rey añadiera uno, ya que las amenazas se cumplirían el día en que uno de ellos fuera curioso y entrara. Según la leyenda, Don Rodrigo fue ese rey, y del palacio sólo queda la actual cueva que ocultaría maravillosos tesoros, entre ellos la famosa Mesa de Salomón.

En los últimos años, buscadores de tesoros investigan por las cuevas y subterráneos de Toledo, dando por hecho que el verdadero tesoro de los reyes visigodos nunca fue encontrado ni abandonó la capital.

Pese a que es cierto que fue a esa ubicación donde descendieron los bragados enviados por el Cardenal Silíceo que más tarde morirían, estudios más rigurosos basados en antiguos escritos no ubican las cuevas de Hércules dentro de Toledo, sino que sitúan allí la entrada (que se encuentra desaparecida), mientras que las cuevas se encontrarían en las afueras de la ciudad.

La tradición popular cuenta que, durante la Guerra Civil, muchas personas huyeron a través de esas cuevas desde Toledo, saliendo a través una bóveda hundida cerca de la vecina población de Mocejón.

Allí, existen unas enigmáticas cuevas construidas por el hombre y datadas en el 4000 a. C. a las que se accede a través de la bóveda derruida, desde la que se llega a una planta tan grande como la Catedral de Toledo, laberíntica, con salas de reunión, mesas donde se supone han realizado sacrificios, etc. Desde esta planta se pasa a otras salas y a otras galerías que se orientan hacia Toledo, pero que 100 metros más adelante se encuentran cegadas por el paso de los años.

Lamentablemente, las cuevas se encuentran en una finca privada y en un estado de conservación deplorable y peligrosísimo (en todo ese cerro se observan hundimientos y accesos adicionales a galerías cegadas). Esto, especialmente que no se trate de patrimonio nacional, ha impedido realizar una investigación oficial.

jueves, 24 de septiembre de 2009

El Caballero de Olmedo - Valladolid


En Medina del Campo se oye aún un cantar que dice:

De noche le mataron
al caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.

Dice la leyenda que nació este cantar del hecho de que hubo en Oimedo un caballero apuesto y galán como pocos, valiente y audaz entoda clase de juegos de armas y muy particularmente en el más arriesgado de los toros.
Amaba este cavallero y era profundamente amado de una dama de Medina que por su extremada hermosura llamaban todos la Dama del Alba, que aseguraban que cuando ella aparecía, veíase a su alrededor como un resplandor de amanecer.

En las fiestas de Medina organizáronse justas y torneos y una fiesta de toros en la plaza en la que tomaron parte los más nobles y arrogantes caballeros.
Acudió también el de Olmedo. En la tribuna principal estaba su amada, la Dama del Alba, quien, al aparecer en la liza don Alonso, así se llamaba el apuesto joven, le lanzó una encendida rosa, qu prendió en el broche que cerraba su rico vestido.

Lucióse y triunfó Alonso de Olmedo en todos los juegos en que tomó parte; muy especialmente, como de costumbre, en el de los toros, matando a cuantos echaron a la plaza.

Terminada la fiesta, saludó a su dama, que le despidió lanzándole un beso con la punta de sus delicados dedos, y encaminóse a Olmedo para dar cuenta a sus padres del resultado de la fiesta. Éstos, que no tenían otro hijo, le esperaban con ansia cada vez que salía para tomar parte en tan peligrosos juegos.

Anochecía ya cuando emprendió el camino, y el caballero estuvo tentado de quedarse en Medina para pasar allí la noche; pero, pensando en la ansiedad de sus padres, espoleó a su caballo y dlrigióse resuelto hacia su casa.

Iba absorto en el recuerdo de la belleza y las gracias de su du hermosa Dama del Alba, cuando vio venir hacia él, por el mismo camino, un caballero en todo parecido a él y con un vestido exacto al suyo. Sorprendido, preguntóle Alonso de Olmedo quién era y de donde venía. Contestóle su doble con voz lúgubre que era el caballero Alonso de Olmedo, a quien unos desalmados acababan de asesinar en aquella cuesta. Y señaló una pendiente cercana por la que debía pasar el caballero para llegar a su casa.

Se alejó el desconocido, a quien hubiérase podido tomar propia sombra de Alonso de Olmedo, y el caballero quedóse un momento pensativo sin saber qué hacer.

Un extraño presentimiento apoderóse de su ánimo, y tenlado estuvo de volver grupas y encaminarse de nuevo a Medina. Pero otra vez el recuerdo y la ansiedad de sus padres, que creerían, sin duda, que había parecido víctima de un toro en la fiesta le impulsó a continuarsu camino.

No habría andado veinte pasos, cuando oyó una voz de mujer, clara y fresca, que cantaba esta copla:

De noche le mataron
al caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.

Parecióle que la voz salía de detrás de unos matorrales que había junto del camino, y desvióse para ver quién era el que había cantado. Dio vueIta a las matas, y no pudo ver a nadie. Miró por todos aque!los alrededores; mas no vio un alma.
Estuvo tentado de volver a Medina, y de nuevo el pensamiento de los ancianos le obligó a seguir adelante. Espoleó a su caballo, y a todo galope dirigióse hasta la cuestecilla que su sombra le señalara como el lugar donde había sido asesinado.
Jamás se supo qué había pasado exactamente. Sólo que al día siguiente, al amanecer, unos pastores le encontraron agonizante, con un cuchillo clavado en el pecho. No pudo decir más que al llegar a la cuesta unos caballeros se echaron encima de él y le acuchillaron. Y allí, en aquella misma cuesta, murió Alonso de Olmedo.

(según Leyendas de España de Vicente García de Diego)

jueves, 3 de septiembre de 2009

El origen de Madrid


Entre los pocos supervivientes que huyeron despavoridos al finalizar la guerra de Troya se encontraba el príncipe Bianor, el cual, tratando de evitar la masacre, se dirigió al puerto buscando alguna nave con la que abandonar el país. Al no encontrarla, se abrió camino hacia Grecia y después a Albania, donde fundó un reino. A su muerte, su hijo Tiberis, le sucedió en el trono. Tiberis tenía dos hijos, Tiberis y Bianor. El primero, legítimo de su matrimonio y el segundo engendrado con una bella aldeana llamada Mantua.

Tratando de evitar los problemas de sucesión en el reino, Tiberis dotó de una fabulosa riqueza a la aldeana Mantua y a su hijo Bianor, expulsándolos del reino rumbo a Italia.
Una vez en Italia, y en la región del norte, esta aldeana fundaría la ciudad de Manto, hoy conocida por Mántova.

Cuando Bianor alcanzó la madurez, se vio influenciado por un sueño, donde el dios Apolo le aconsejaba rehusar al reino que le ofrecía su madre, tomando la decisión de partir con sus huestes en dirección a la tierra donde muere el sol.

Antes de la partida, aconsejado por su madre, se puso el prenombre de "Ocno", cuyo significado era "el don de ver el porvenir en los sueños".

El viaje, que duró aproximadamente diez años, quedó interrumpido una noche, en la que de nuevo se le volvió a manifestar el dios Apolo, indicándole que, en ese mismo lugar debería fundar una nueva ciudad a la que tendría que ofrendar su vida.

Cuando Ocno despertó, pudo ver con sorpresa un terreno hermoso, apacible, rico en vegetación de encinas y madroños, con abundante agua. Cerca de este lugar, pastoreaban con sus rebaños unas gentes de carácter bondadoso y amable, llamados "Carpetanos" ó "Los sin ciudad", los cuales esperaban una señal de los dioses que les indicase donde asentar su patria.

Ocno les contó su sueño y allí mismo empezaron a construir una muralla, casas, un palacio y un templo. Cuando la ciudad estuvo acabada y se dispusieron a consagrarla a los dioses, surgió nuevamente el conflicto, ya que, mientras que unos eran partidarios del dios Apolo, otros no lo eran.

Ocno volvió a convocar a Apolo en uno de sus sueños, suplicándole que diera una respuesta a este conflicto.

Apolo volvió a aparecer y le indicó dos cosas importantes: la primera, que la ciudad debería consagrarse a la diosa "Metragirta", llamada también "Cibeles", diosa de la tierra, hija de Saturno, y la segunda, que había llegado el momento de ofrecer su propia vida para que cesara la discordia y se salvase la ciudad.
Al despertar, Ocno transmitió el sueño a sus gentes y mandó cavar un pozo profundo. Cuando estuvo terminado, se introdujo en el mismo y taparon la boca con una enorme losa tallada.
Todo el pueblo se sentó alrededor mientras oraban y entonaban cantos fúnebres, hasta que, la última noche de aquella luna, se desató una terrible tormenta y de las cumbres de Guadarrama, descendió en una nube la diosa Cibeles, que arrancó a Ocno de su tumba y lo hizo desaparecer.
Desde entonces, la ciudad se llamó con el nombre de la diosa "Metragirta". Después, pasó a ser "Magerit" y de aquí a Madrid, "La ciudad de los hombres sin patria".

¡Dejadme solo!


Un ameno reportaje de Angeles Villarta nos lleva a la curiosa estampa del Madrid del año 1418. Está en la urbe Juan II de Castilla y lidia un toro en presencia de cortesanos y pueblo..«El primero que mató un toro en Madrid fue su majestad don Juan II, rey de Castilla. Entonces, el primero que salía al ruedo que era cuadrado, (perdonen ustedes el disparate), era el toro. Los toreros estaban en el graderío. Miraban al cornúpeta, y si les parecía que podían con él bajaban a la arena, y si no, se quedaban tan tranquilos comentando con los compadres todos los castillos, alcázares y alcazabas que les habían quitado a los moros.

»Sacaron el primer novillo y probablemente fue don Juan II quien, por primera vez, pronunció la frase:

—Dejadme solo.

»Acababa de contraer matrimonio con doña Marta de Aragón y quería lucirse ante su joven esposa. Como todavía no era costumbre, no le brindó la muerte del novillo. Lo mató con un puñal.

»Parece que era un becerrete de pocas carnes y cortos cuernos; pero como quien le dio muerte fue el rey, los cortesanos dirían que había sido un toro de muchas arrobas.»

(Texto tomado de "¿Por qué es Madrid la capital de España...?" de Federico Bravo Morata)

sábado, 15 de agosto de 2009

La hija de Alfonso el Magno


El rey Alfonso el Magno reunió cuantos hombres pudieron entrar en sus huestes, y partió a guerrear contra los infieles. Muchas comarcas asturianas quedaron desguarnecidas. Entre ellas, la de Gauzón. Coincidiendo con esta ausencia del rey, tuvo lugar una de las funestas invasiones normandas. El mar de Asturias se cubrió de embarcaciones ligeras y achatadas, que descargaron sobre todo el reino enjambres de fieros guerreros. La furia de los invasores nada perdonaba:: templos, casas, mieses: todo fue despiadadamente arrasado.
Gauzón fue una de las comarcas más maltratadas. La destrucción del monasterio de San Salvador de Perlore, en el que profesaban las más nobles damas del país, causó gran impresión entre los desdichados asturianos. La fama de sus riquezas había despertado la codicia de los invasores, quienes, después de saquearlo bárbaramente dieron muerte o redujeron a la esclavitud a las indefensas religiosas.

Aquella desolación no podía quedar sin venganza. Los hombres menos viejos de la comarca se reunieron con una tropa de muchachos de catorce a dieciséis años, bajo la dirección de un noble del país. Pelearon éstos enardecidos, como verdaderos hombres, y dieron ejemplo a los viejos, que los secundaron en la lucha. Los normandos atemorizados por tan fiera acometida, y tomándola como avanzada de un poderoso ejército, se retiraron desordenadamente, dejando muertos muchos de sus guerreros y abandonada gran parte de los productos de su rapacería.

Entre los muchachos que tan bravamente habían peleado se distinguió Leandro, el hijo del noble que los había acaudillado. Su mejor hazaña fue vengar la muerte de una joven madre y libertar a su hijita de tres años. La niña se llamó Elena y fue entregada a los cuidados de Mónica, la nodriza del joven héroe.

Pasaron los años. Elena creció sin saber quiénes eran sus padres pero gracias a los cuidados de la buena Mónica, que fue para ella la mejor de las madres, no tuvo que deplorar su falta. Cuando fue mujer se convirtió en la doncella más hermosa de la comarca.

Vivían las dos mujeres en una casita del medio del bosque. Leandro las visitaba con frecuencia, y llegó el tiempo en que los jóvenes se amaron. Elena temía que no se pudieran casar; Leandro era hijo de un poderoso señor, y ella no era más que una huéi'fana de padres desconocidos. Si alguna vez se realizaba su sueño, prometió erigir una capilla a la Virgen de la Esperanza, en el lugar del bosque donde había pasado su niñez y su juventud.

Durante mucho tiempo trató Leandro de hallar noticias sobre el nacimiento de su prometida. Había podido saber que su madre fue dama de la familia de los Argüelles; pero nada pudo averiguar de su padre. Desesperado porque su familia no le daba el consentimiento para casarse con una desconocida, y perdidas todas las esperanzas de averiguar nada más, se quejó al rey. Alfonso le estimaba mucho, además de serle acreedor de valiosos servicios, y escuchó .con interés su narración. Con intención de ayudarle en sus pesquisas, le preguntó si conservaba algún recuerdo que pudiera servir de pista. Leandro le enseñó una medalla que Elena le había dado, y el monarca se emocionó visiblemente al contemplarla. Había reconocido en ella a la que él mismo había regalado a la madre de la joven, años atrás cuando consiguió rendir su virtud. Elena era su hija.

Profundamente conmovido, abrazó a Leandro y le relató la historia de aquel amor de su juventud.

Algún tiempo después, Elena y Leandro se casaban con la mayor espelndidez El rey Alfonso apadrinó sus bodas.

El mismo día de la ceremonia, Elena puso la primera piedra de la ermita de la Virgen de la Esperanza. El santuario vivió mucho tiempo; pero el recuerdo de la hija de Alfonso el Magno vive todavía.

(LEYENDAS DE ESPAÑA - Vicente García de Diego)

viernes, 17 de julio de 2009

El Señor de Piombino (Madrid)


Sorprende el grado de credulidad de los madrileños del siglo XVI en las más absurdas supersticiones.

Decía un informe del Embajador alemán que en cierta ocasión, un noble de ascendencia italiana y domiciliado en Madrid, fue a visitar a una mujer con la que sostenía relaciones. El noble era rico y mantenía totalmente a la mujer, por lo que ella, al escuchar en la puerta de su casa el ruido convenido de los nudillos de su señor, se violentó mucho... No es que se violentara por hallarse sin peinar o porque la casa no estaba arreglada, sino porque precisamente en aquellos momentos se encontraba allí, de visita, un caballero muy de su agrado, cuya presencia podía molestar al protector, apellidado, por cierto, Piombino.

Ni corta ni perezosa, la coqueta, que tenía tratos con el Demonio, sacó a su visitante al balcón y abrió la puerta al señor de Piombino, que entró algo amoscado por la tardanza en abrir, pero entusiasmado por la presencia de ella. Hacía calor en el interior de la casa, y el señor de Piombino se fue a abrir el balcón. « ¡No! », gritó la mujer, aterrada; pero el de Piombino, más amoscado aún, en lugar de obedecer abrió el balcón de par en par. Más rápida que el pensamiento, la mujer pidió ayuda al Demonio, su amigo particular, y el Demonio acudió a tiempo de convertir al visitante escondido en una naranja.

«¿Qué hace esta naranja aquí»?, preguntó el señor de Piombino, y es de suponer que ella respondiese que la naranja no hacía nada, y que la había puesto en el balcón por lo mucho que le gustaban las naranjas frías. Cuando el señor de Piombino abandonó la casa, se deshizo automáticamente el hechizo, y la naranja volvió a convertirse en un caballero. Pero el caballero, asustado por el poder de brujería de su amada, la denunció a la Inquisición, y ésta murió en la hoguera.

sábado, 13 de junio de 2009

Reloj de la Puerta del Sol (Madrid)


Cuando el 31 de diciembre, el reloj de la puerta del sol de Madrid, da el adiós al viejo año y la bienvenida al nuevo, nadie piensa en las historias tejidas a su alrededor

Protagonista, sin quererlo, de un acontecimiento extraño, fue el célebre reloj (que no es el actual), procedente de la antigua iglesia (y hospital de caridad) del Buen Suceso que ya estaba un tanto en desuso y que acabarían derribando

Se cuenta que cuando las tropas napoleónicas entraron en la ciudad de Madrid, un capitán de Dragones francés ocupó el edificio acompañado de un puñado de soldados, que lograron sobrevivir del furor popular en los primeros momentos del levantamiento madrileño. Sin embargo, al enterarse los madrileños, enfurecidos como estaban, rodearon la Casa de Correos, los militares lograron huir, pero del capitán francés nunca se supo hasta…

La leyenda dice que el mismísimo Lucifer le ayudó escondiéndole en el reloj.A fin de encontrarlo, se convocó a los especialistas relojeros de todo el país para que revisaran la maquinaria, encontrando… !!un ratón pequeñito!!, del que dieron en decir que era, obra de la transformación a que el diablo sometió a su amigo, el capitán, para liberarle.

(Datos y fotos de "Cajón desastres")

Macías, el Enamorado (Arjonilla)


No lejos de Andújar se encuentra el pueblo de Arjonilla, en medio de un risueño y hermoso paisaje. Tan placentero ambiente guarda trágicos recuerdos. Nadie ha olvidado la triste historia del poeta que todos conocemos con el nombre de Macías el Enamorado.

Allá por los años del siglo XV, en la casa de don Enrique de Aragón, marqués de Villena y maestre de Calatrava, vivía el joven Macías, poeta y servidor del marqués. Tenía éste una hermosa hija llamada Estrella, cuya belleza había deslumbrado a Macías. Los dos jóvenes se amaban; pero nadie podía adivinar por sus semblantes el fuego que consumía sus corazones. Los únicos testigos de su amor eran las flores y los árboles del jardín. Se sentían los seres más felices del mundo; pero no olvidaban que el maestre tenía el orgullo de un monarca, y trataron de ocultar su dicha. Macías no era más que un paje. Él mismo se consideraba indigno de obtener la mano de Estrella; porque, aunque gozaba de la aureola de poeta, le faltaba la fama de guerrero.

El ansia de gloria se apoderó de él; se ejercitó en el manejo de las armas y acudió a los combates y a los torneos. El amor de Estrella le guiaba, y pronto se convirtió en un héroe. El maestre dejó de considerarle como a un paje y le nombró su doncel. Macías comenzó a concebir esperanzas; creía que ella ya no se deshonraría convirtiéndose en su esposa. Pero sus ilusiones eran engañosas; cuando más feliz se sentía, le sorprendió la desgracia.

Un día, después de haber salido victorioso de un torneo, se retiró a un bosque vecino, se quitó las armas y se sumió en sus pensamientos. Cuando más abstraído se encontraba, una mano se posó en su hombro. Era un mensajero de Jaén que le aconsejaba que olvidase sus amores. Estrella había sucumbido a la voluntad de su padre, y se había casado con el marqués de Porcuna.

El maestre nada sabía de los amores de su hija y admitió de nuevo a Macías en su palacio; pero el esposo de ella no debía de ignorarlos, porque esquivaba la presencia de Macías. como si le temiese. La felicidad de los enamorados se convirtió en una pena profunda. Días y noches enteros lloraron su desgracia y se repitieron sus juramentos de amor. El esposo, cobarde, descubrió el secreto de la culpabilidad de los dos amantes; pero, en vez de luchar cara a cara por su honor, reveló al maestre lo que ocurría. Entonces. éste, encolerizado, impuso aMacías un castigo más cruel que la muerte. Temiendo que atentase contra el marqués, le encerró en una torre baja del castillo. Como único consuelo en su dolor, le dejaron el laúd. y las endechas del enamorado, cantadas con voz potente, podían oírse aun desde el poblado. Las gentes sentían compasión por su desgracia y admiración por su arte, y acudían a escuchar sus canciones desde muchas leguas a la redonda. Su popularidad se extendió por toda la provincia y se conservó en la memoria de las generaciones posteriores. Canciones desgarradoras alternaban con violentos ataques de cólera, en los que maldecía a su amada por no haberse dado muerte antes de consentir entregarse a otro hombre.

A éstos se seguían momentos de desfallecimiento, en que se maldecía a sí mismo por haberla injuriado. En sus accesos de desesperación, llamaba con frecuencia a la muerte, y ésta llegó una noche, amparada por la traición. El marqués de Porcuna, rabioso por los celos, se ocultó una noche entre las sombras y clavó en el corazón de Macías una lanza arrojadiza. No hubo testigos del asesinato; pero todo el pueblo señaló al culpable, manchando su memoria para siempre. El de Porcuna se hizo tan impopular, que tuvo que abandonar el país.

La leyenda no nos cuenta qué fue de la bella Estrella. Macías fue sepultado en una pequeña ermita. En su sepultura se grabaron estas palabras: «Aquí yaceMacías el Enamorado».
Cuentan los habitantes de Arjonilla que no siempre está abandonada la tumba del poeta. Más de una vez han visto descender hasta la losa, a la luz de la luna, una figura resplandeciente. Unos creen que es la imagen del amor que vela por el amante. Otros, que se ha realizado su supremo deseo: Estrella no ha muerto para él, y sus almas se enlazan junto al sepulcro.

miércoles, 29 de abril de 2009

La Ventana de la Mora (Cuenca)


Eran los Cristianos los que dominaban la Ciudad de Cuenca en esa época de la reconquista, pero muchos moros no se retiraron, porque habían vivido y nacido en la ciudad del Jucar durante toda su vida. Convivian pacificamente, eso sí en diferentes barrios, y cada uno manteníendo sus costumbres bajo la vijilancia de soldados cristianos.
En la Calle de San Pedro existía una gran casa donde vivía una mora muy hermosa, la cual estaba enamorada de un militar cristiano. Las visitas que le hacía eran muy arriesgadas puesto que era un amor prohibido y se veían en un patio ajardinado que tenía la casa. Además, la mora se estaba adiestrando en la religión cristiana, y para ello inventó una escusa para que su padre cambiara la celosía de su ventana por otra diseñada por ella con la escusa de la poca luz que entraba. El nuevo enrrejado tenía forma de cruz. Pero una cruz muy bien disimulada por los adornos. Pero llegó el problema, y es que la mora estaba en edad casadera, y su padre le preparó un marido al cual ella rechazó. El futuno marido de la jovén no comprendía el porque de su negatíva y la espió día y noche.
Los dos enamorados se veían cuanto podían y prepararón un plan de huida. El Cristiano preparó a un cura para casarlos, y cuando el reloj del Mangana sonara doce veces la mora escaparía por el patio para casarse inmediatamente con el. El día transcurrió muy despacio y cuando el Mangana habló la mora salió por ese patio. El enamorado la esperaba en la calle de Severo Catalina impacientemente y juntos corrieron hacia el Mangana para casarse y huir rapidamente. Pero varios moros encabezados por el rechazado pretendiente de la joven arremetieron contra los amantes. Ella se desmayó, y al día siguiente no sabía lo que había pasado.
Con el tiempo se enteró de la muerte de su amado y ni corta ni perezosa propuso suicidarse colgandose desde la ventana. Pero segundos antes de ponerse la cuerda en el cuelló entro una nueva criada, la cual era la encargada de enseñar a la mora la religión cristiana. Ella le dijo que su apuesto enamorado murió diciendo que vería a su amada en el cielo. Y el suicidio estaba prohibido para los cristianos. La mora empezó a reconvertirse con el propósito de hacerse monja en un convento de clausura.
El tiempo pasó y el padre su puso enfermo, la moza decidió irse al convento en ese momento, pero el padre confesor le dijo que tenía que cuidar a su padre tan odiado por ella, y esa sería su misión y sacrificio. Ella solo vivía para encontrarse en el cielo con su amor, y rezaba y sacrificaba para que cuando llegara el momento de marchar las puertas del cielo se le abrieran de par en par. El padre murió y ella se metió como monja en un convento situado por la parte alta de la ciudad (parte del el castillo).

martes, 21 de abril de 2009

La caballada de Atienza


En 1158 muere Sancho III y su hijo Alfonso VIII hereda la corona de Castilla siendo un niño. Las familias de los Castros y de los Laras pugnan por la tutoría del monarca. En el testamento de Sancho III se les daba a los Castros la tutoría del monarca, sin embargo los Lara se apoderaron por la fuerza del joven rey. Ante esto los Castro piden ayuda al tío del rey, Fernando II de León. Este último, posiblemente viendo la oportunidad de gobernar en ambos reinos, entró en Castilla al frente de un ejército para apoderarse del pequeño Alfonso. Ante estos acontecimientos Manrique Pérez de Lara pacta la entrega del pequeño en Soria. Finalmente el pequeño rey es sacado de Soria y llevado por Pedro Núñez de Fuentearmegil primero a San Esteban de Gormaz y finalmente a Atienza, una de las villas mejor fortificadas del reino, que no tardará en sufrir el cerco al que le someterán las tropas del rey de León.

En la mañana del domingo de Pentecostés de 1162 los arrieros de Atienza, con el rey niño disfrazado de arriero entre ellos, abandonan la villa por la puerta de la Salida. Van a la ermita de la Virgen de la Estrella, patrona de Atienza, donde simulan una romería. La vigilancia de los sitiadores se relaja y así consiguen llevar al rey niño primero a Segovia y luego a Ávila. Duró la huida siete jornadas.

Desde entonces los miembros de la Cofradía de la Santísima Trinidad, heredera de la antigua cofradía de arrieros y popularmente conocida como “de la Caballada”, recuerdan el hecho a lomos de sus caballerías ataviados a la antigua usanza y al son de la dulzaina y el tamboril. Todos los domingos de Pentecostés desde la mañana temprano, cuando la comitiva atraviesa el pueblo camino de la ermita de la Estrella, hasta el atardecer, en que tendrán lugar las carreras entre ellos, los cofrades irán cumpliendo con la tradición escrupulosamente. Los hermanos siguen al pie de la letra unas ordenanzas que cuentan con siglos de antigüedad, no obstante las multas impuestas por el Prioste a los cofrades se hacen en forma de celemines de trigo, libras de cera o cuartillos de vino

martes, 17 de marzo de 2009

La roca del caballo (Cuenca)


Cuenca, 1595. Eran las fiestas de canonización del Santo Obispo San Julián, la ciudad estaba engalanada para este acontecimiento y sus gentes derrochaban alegría y vitalidad. La Plaza mayor era el punto de reunión y donde se presenciaban los diferentes juegos y donde todo el mundo hablaba y lo pasaba bien.

También estaban entre la multitud los hermanos Diego y Fernando Carrilla y Alarcón. Hermanos gemelos e increíblemente parecidos. Eran guapos y valientes, elegantes y diestros con la espada y la monta de sus caballos. D. Diego era muy religioso, sencillo y muy tranquilo. Por el contrario, D. Fernando tenía más picardía y le gustaba alternar con la gente y sobre todo con las cortesanas. Ese mismo día a la salida de la Catedral Dª Beatriz de Sandoval, una joven hermosísima, huérfana por parte de madre y con el padre fuera de España, era acompañada por la dueña a su casa en la plaza de San Nicolás. El joven D. Diego se quedó prendado de la joven, y Dª Beatriz igualmente de D. Diego. Por ello no faltaron ni un día a las misas de la catedral en las cuales cautivamente cruzaban sus miradas de forma prudente pero premeditada. Y más aún, se pasaban cartas de amor utilizando a la dueña como intermediaria. En una última carta Dª. Beatriz escribía: " Si hay un pañuelo en la reja esperad. Si no está, volved más tarde".

La dueña queriendo entregar esta carta al señor D. Diego, y a causa del parecido entre los hermanos, la entregó a D. Fernando que también estaba enamorado de Dª. Beatriz.

Esa misma noche en la reja se juntaron Dª. Beatriz y D. Fernando, y también en esa misma noche pasó por San Nicolás D. Diego. Viendo el pañuelo en la casa de su amada y unas sombras sospechosas saco su espada y arremetió contra el caballero que se despedía de la bella dama. La lucha fue muy igualada, pero termino con un fratricidio. Don Diego se acerco para ver a su contrincante malherido y vio que era su hermano Fernando.

Cogiendo su caballo y a todo galope huyo por la calle Alfonso VIII, después la calle Andrés de Cabrera y saliendo de la ciudad por la puerta de San Juan llego hasta las orillas del río Júcar, Don Diego castigaba a su caballo para cruzar el verde río, y el caballo se negaba por la gran fuerza del agua, pero al fin a fuerza de golpes el caballo se decidió.

La corriente hizo que fuera imposible llegar a la otra orilla e hizo que el caballo muriera al golpearse contra una roca en medio del cauce.

Esa roca a partir de ese día se llamó la roca del caballo. Don Diego por el contrario con grandes esfuerzos logró volver a la orilla cayendo desmayado. Pasaron los meses en la ciudad de Cuenca, pudiéndose oír comentarios sobre el señor D. Diego el cual se dice que entró en un convento. Y don Fernando recuperado milagrosamente de la herida fatal se casó con Dª. Beatriz Carrillo de Alarcón. Nadie supo nunca los hechos reales de esta historia de amor, menos la luna de Cuenca, el Río y la ROCA DEL CABALLO.

lunes, 2 de marzo de 2009

La joven de Casa Dalmau (Rocallaura - Lérida)


Existe en Rocallaura una leyenda según la cual hace muchísimos años habitaba en los alrededores del pueblo un dragón, una horrible fiera con siete cabezas, a la que era preciso entregar todos los años una muchacha virgen.
La infeliz a quien tocara en suerte ser entregada al dragón, podíadespedirse de los suyos, porque ya jamás volvían a verla. Ninguna delas que se había llevado había vuelto.
Por más que repugnara a los vecinos del pueblo esta obligación deentregar todos los años una muchacha al dragón, no tenían más remedio que conformarse, ya que si dejaban de hacerlo, la fiera les arrasaba las cosechas, devoraba sus rebaños y los arruinaba por completo, sembrando el terror por todas partes.
Por este motivo llegaron al acuerdo de sortear entre todas las muchachas, cuando llegaba el día fijado por el monstruo, la que debía sacrificarse, y a la que le tocaba en suerte, de ninguna manera podía negarse a cumplir su sacrificio.
Había entre todas una de singular belleza y mucha bondad, hija deun rico colono. La casa que habitaba la joven con sus padres era conocida con el nombre de Can Dalmau, y aún hoy existe en Rocallaura una casa de ese nombre.
Un año correspondió a esta joven ser entregada; así, aunque estabaya prometida en matrimonio, no tuvo más remedio que resignarse consu suerte y, rompiendo su compromiso, entregarse a la horrible fiera.La muchacha, antes de despedirse de sus padres y de su prometido, fuese sola al campo y, arrodillándose, se puso a rezar con gran fervor a san Jorge, de quien ella había oído contar que había librado deldragón a una joven.
Mucho rato llevaba arrodillada rezando, cuando vio bajar del cieloun caballero vestido de blanco y montado en un soberbio caballo delmismo color.
Levantóse, maravillada, y el caballero, apeándose, se acercó a ellay le dijo que podía marcharse a su casa tranquilamente, que nada temiera del dragón, porque él la libraría y, con ella, a todas las muchachas de Rocallaura.
Montó de nuevo a caballo, y dirigiéndose a la cueva del dragón, peleó con él y lo mató. Y así libró, como había dicho a la joven de CasaDalmau, a todas las doncellas de Rocallaura.
(Según "Leyendas de España" de Vicente García de Diego)

sábado, 21 de febrero de 2009

Fundación de Vilanova


La bonita villa de la costa catalana que hoy se llama Vianova i La Geltrú fue antiguamente, en su origen, La Geltrú.
Era el señor de La Geltrú un barón de vida licenciosa y turbulenta, cruel y despiadado para con sus vasallos, irrespetuoso con las mujeres: un tirano en toda la extensión de la palabra.

Existía por aquel tiempo entre los señores feudales el derecho que llamaban de pernada.

Dice la leyenda que un mozo de La Geltrú, arrogante y orgulloso -con justo orgullo de su valor y personalidad-, enamoróse de una muchacha, también vecina de La Geltrú, y. por lo mismo. vasalla del barón, como él.

Era la muchacha de singular belleza y discreción y el joven, después de hablar con sus padres y tomar con ellos un acuerdo, decidió casarse con ella, sin consultar con el señor de La Geltrú, para así poder escapar de la ignominia que suponía el derecho de pernada.

Conformóse la joven, pero no sus padres, que tuvieron miedo de incurrir en la cólera del caballero si se enteraba del caso. Además, había que contar con el sacerdote, quien de seguro tampoco se avendría a casarlos sin consultar antes con el señor, cuyo permiso era necesario en aquel tiempo para que sus vasallos pudieran contraer matrimonio.

Viendo que no tenía escapatoria, formó entonces el muchacho otro plan: La Geltrú está tierra adentro, a alguna distancia del mar; así, los dominios del barón no llegaban hasta la playa. Entonces el muchacho decidió pedir la debida autorización para casarse; pero entretanto y a escondidas, construyó una modesta casita para él y su futura esposa, y junto a ésta, otra para sus deudos, en la playa, lo más cerca posible de La Geltrú, pero fuera de la jurisdicción del barón.
Cuando se dirigió a su señor para pedirle el permiso. éste se lo concedió en seguida; pero le recordó el derecho que la ley le concedía. El muchacho pareció conformarse con su mala estrella, y la boda se efectuó en la capilla de La Geltrú, según era costumbre.

Se celebró un espléndido banquete, al que asistieron todos los parientes y amigos de los novios, y hasta el barón fue a tomar unos vasos con ellos.

Cuando llegó la noche, el barón de La Geltrú esperó en vano que la novia acudiera para cumplir con sus deberes de vasalla.

Enfurecido el señor, envió a dos de sus hombres a la casa de los novios con el encargo de traer a la desposada. Los hombres encontraron la casa vacía. Los novios habían desaparecido y nadie sabía dónde estaban.

Mandó registrar todo el pueblo de La Geltrú; pero no pudo dar con ellos.
Días más tarde se supo que habían ido a vivir junto al mar, y que el joven, no teniendo tierras para trabajar, se dedicaba a la pesca.

Fueron muchos entonces los vasallos del feroz barón de La Geltrú que se marcharon a construir sus cabañas a la orilla del mar, junto a la del audaz muchacho, quedando así fundada la que hoy es Vilanova, cuyo nombre se le dio ya con este motivo, y que ha llegado a superar en importancia a la misma Geltrú, su villa de origen.

(Según "Leyendas de España" de Vicente García de Diego)

La Santa Compaña


Aunque el aspecto de la Santa Compaña varía según la tradición de diferentes zonas, la más extendida es la formada por una comitiva de almas en pena, vestidos con túnicas negras con capucha que vagan durante la noche.

Esta procesión fantasmal forma dos hileras, van envueltas en sudarios y con los pies descalzos. Cada fantasma lleva una vela encendida y su paso deja un olor a cera en el aire. Al frente de esta compañía fantasmal se encuentra un espectro mayor llamado Estadea.

La procesión va encabezada por un vivo (mortal) portando una cruz y un caldero de agua bendita seguido por las ánimas con velas encendidas, no siempre visibles, notándose su presencia en el olor a cera y el viento que se levanta a su paso.

Esta persona viva que precede a la procesión puede ser hombre o mujer, dependiendo de si el patrón de la parroquia es un santo o una santa. También se cree que quien realiza esa "función" no recuerda durante el día lo ocurrido en el transcurso de la noche, únicamente se podrá reconocer a las personas penadas con este castigo por su extremada delgadez y palidez. Cada noche su luz será más intensa y cada día su palidez irá en aumento. No les permiten descansar ninguna noche, por lo que su salud se va debilitando hasta enfermar sin que nadie sepa las causas de tan misterioso mal. Condenados a vagar noche tras noche hasta que mueran u otro incauto sea sorprendido (al cual el que encabeza la procesión le deberá pasar la cruz que porta).

Caminan emitiendo rezos (casi siempre un rosario) cánticos fúnebres y tocando una pequeña campanilla.

A su paso, cesan previamente todos los ruidos de los animales en el bosque. Los perros anuncian la llegada de la Santa Compaña aullando de forma desmedida, los gatos huyen despavoridos y realmente asustados.

Se dice que no todos los mortales tienen la facultad de ver con los ojos a "La Compaña". Elisardo Becoña Iglesias, en su obra "La Santa Compaña, El Urco y Los Muertos" explica que según la tradición, tan sólo ciertos "dotados" poseen la facultad de verla: los niños a los que el sacerdote, por error, bautiza usando el óleo de los difuntos, poseerán, ya de adultos, la facultad de ver la aparición. Otros, no menos creyentes en la leyenda, habrán de conformarse con sentirla, intuirla, etc.

Para librarse de esta obligación, la persona que vea pasar la Santa Compaña debe trazar un círculo en el suelo y entrar en él o bien acostarse boca abajo.

(Existen otras versiones. Esta está tomada de Wikipedia)

martes, 17 de febrero de 2009

La montaña de la Mujer Muerta (Segovia)


Una leyenda quiere que fuera Hércules quien fundó Segovia. Un poco al sur de la ciudad, donde émpieza la sierra, hay un monte cuyas estribaciones llegan al llano y que tiene la forma de una mujer tumbada. Las gentes le llaman la Mujer Muerta.
Dicen que una vez, hace muchísimos años, vivía en aquellas tierras un gran rey. El rey era viudo y tenía una sola hija, a quien quería y mimaba como a nadie en el mundo.
La princesita era trigueña y graciosa. Fue creciendo. El viejo rey esperaba con espanto el día en que un príncipe de su rango pudiera pedir su mano y Ilevársela de la corte para siempre.
También la princesita soñaba con un príncipe; pero el suyo era un príncipe encantado y hermoso de voz varonil y cabellos de oro...
Un día, cuando la princesita jugaba con sus doncellas en las estribaciones de aquellos montes, se presentó de repente entre ellas un extranjero que parecía haber llegado por los aires. Junto a él, un hombretón fornido y cejijunto parecía servirle y protegerlo a la vez: era Hércules, que venía a construir la ciudad de Segovia.
Todas las doncellas corrieron asustadas hacia el bosque, llamandoa la guardia con sus gritos de pájaro.
Sólo la princesita, serena y firme, se quedó quieta... y sonrió.
Los soldados del rey acudieron en seguida; pero Hércules los rechazó de un manotazo, y doncellas y guardias huyeron hacia el poblado para advertir al monarca.
El viejo soberano pareció recibir la noticia con benevolencia. Hospedó al extranjero en su corte, y hasta pareció acceder cuando, díasmás tarde, el joven le pidió la mano de su hija.
Pero una mañana, cuando el forastero y Hércules partieron para fundar Segovia, el rey mandó llamar a la princesa, y partió con ella a caballo hacia la serranía.
Aquellos montes eran entonces un bosque intrincado de pinos y abetos oscuros.Pasaron las horas silenciosas y lentas.
Al anochecer, el rey volvió solo a palacio.
En el poblado, todo era barullo y alegría. Se preparaba la marchade los extranjeros y se celebraban al mismo tiempo los esponsales de la princesa. El rey cruzó sombrío por la fiesta y se aisló en el fondo de su palacio. Pasaron las horas. El príncipe no podía contener su impaciencia. Nadie le daba razón de la princesa. La fiesta y el barullo le agobiaban, y quiso estar solo. Montó, pues, a caballo y galopó hacia el bosque, hacia aquella praderita, donde por vez primera vio a la princesa entre sus juegos.
Cruzó el llano, y en la ladera del monte, al salir a un claro, divisó de repente, tendida en medio de la pradera, una forma suave y blanca,con las manos cruzadas sobre el pecho. Era la princesa, muerta.
La leyenda cuenta que el príncipe mandó entonces a Hércules que tallara en aquellos mismos montes el cuerpo de la joven. Vista desde Segovia, una parte de la sierra tiene, en efecto, la forma de una figura de mujer tendida y yerta, con las dos manos enlazadas sobre el pecho.
Dicen que el príncipe desapareció por los aires y que desde entonces, convertido en nube, viene de cuando en cuando a la sierra, a contemplar a su amor...
Son esas nubes que se quedan prendidas como jirones, insistentemente, en la frente de la Mujer Muerta.

jueves, 12 de febrero de 2009

Los cuatro caballeros cristianos


Ante el cruel y tirano sultán de Granada presentóse un día el cegrí con semblante sombrío, preparándole para oír una importante y dolorosa revelación. El rey se impacientó y le hizo hablar, escuchando de sus labios que la sultana le engañaba. El sultán le pidió pruebas, pues de lo contrario, moriría. Y el cegrí, con serenidad y calma, le explicó que su esposa se había enamorado del arrogante Albin-Hamete, perteneciente a la por él maldecida y odiada raza de los abencerrajes, y que acudía a las citas amorosas de la sultana todas las noches.

El sultán enloqueció de cólera y hubiera querido despedazar entre sus manos a los culpables; pero, dominándose, despidió al amigo y, encerrado en sus habitaciones, dio orden de que nadie le molestara, para poder meditar a solas su venganza.

En su cámara, sin testigo alguno, el sultán se entregó a la más furiosa desesperación; gemía y lloraba, sin que las lágrimas aliviaran sucorazón. Quiso convencerse de la infamia, y, en silencio, fue a espiar la puerta de la sultana. Vio a una sombra deslizarse en ella. Volvió a sus habitaciones aún más destrozado, y esperó con angustia el nuevo día. Cuando por fin llegó la mañana, llamó a un esclavo y le entregó unas invitaciones para una suntuosa fiesta que iba a dar en su magnífico palacio de la Alhambra, con el encargo de que las repartiera entre los numerosos nobles de la familia de los abencerrajes.

Albin~Hamete era el más gallardo y caballeresco de los moros granadinos, dotado de todas las perfecciones físicas y morales que sepueden reunir en un ser, diestro en los torneos, de gran inteligencia, de cultivado espíritu y excelente poeta, era el héroe de su raza y el ídolo de las mujeres. La sultana, que había escuchado sus épicas halañas y le veía siempre triunfante y atrayente como un semidiós, no podía menos de admirarle, y este sentimiento fue cambiando en amor, hasta convertirse en una pasión arrolladora. Él también estaba enamorado de la hermosa sultana y, dominado por su fogoso corazón, no supo calcular los peligros de aquel loco amor y se entregó a él sin reservas.

Albin~Hamete trabó una íntima amistad con don Juan Chacón, señor de Cartagena, que se distinguió por su heroísmo en el sitio de Granada. La afinidad de gustos y aficiones había unido estrechamente sus cultivados espíritus, y habían tomado parte juntos en los torneos, midiendo sus armas, que manejaban con la misma singular destreza. Los dos caballeros se profesaban gran afecto, a pesar de la diferencia de raza, y, como hermanos, se comunicaban siempre sus cosas más íntimas. Así, al recibir la invitación del sultán, el joven abencerraje supo medir el alcance de la trágica orden y escribió una carta a su amigo en la que le descubría sus mortales temores y, despidiéndose de él, le pedía, como último favor, su amparo para la sultana. Entregó el mensaje a un fiel criado, que, a galope en su mejor caballo, partió hacia el campamento cristiano.

Mientras él, vistiéndose sus mejores galas, marchó resuelto al real palacio de la Alhambra. Ante uno de sus más bellos patios, una fila de negros guardaba la entrada. Al ver al caballero, abriéronle paso para que entrara, y al punto quedó inmóvil, con los nervios crispados y el terror reflejado en su semblante ante ante la horrenda traición. Todos sus ilustres familiares yacían en el suelo, vilmente asesinados: treinta y seis cadáveres de la más noble estirpe eran los invitados de aquella fiesta fúnebre que el sanguinario sultán había imaginado y dio nombre para siempre al maravilloso patio de los Abencerrajes.

Pronto se supo la felonía por toda la ciudad, y los partidarios de los abencerrajes, deseando vengar la alevosa muerte de los suyos, cayeron sobre los cegríes. La ciudad se dividió en dos bandos, y trabóse una lucha a muerte que sembró de cadáveres las calles y plazas.

Por fin, restablecida la calma, se escuchó la voz de los heraldos notificando al pueblo la condena de la sultana a ser quemada viva en la plaza pública. Se concedían treinta días de plazo por si algún caballero queriendo defenderla, tomaba parte en un juicio de Dios, que se celebraría para comprobar la inocencia o culpabilidad de la reina. Pasaron los días sin que ningún caballero se ofreciese en su defensa y alarmada la sultana, envió un mensaje con su más fiel servidora, una cristiana cautiva, al campamento cristiano, en demanda de algún caballero que quisiera defenderla.

La recibió don Juan Chacón que, profundamente apenado por el trágico fin de su querido amigo, a quien había jurado vengar, y dispuesto a cumplir su última voluntad, se decidió a acudir al juicio para defender la causa de la sultana, y así se lo anunció a la sirvienta, la cual lo transmitió a la soberana.

Ya finalizaba el plazo concedido, y a diario seguía pregonando el heraldo la condena de la sultana sin que hasta entonces se presentase caballero alguno en su defensa.

Llegó el momento señalado y acudieron ante las puertas de Granada cuatro caballeros cristianos para tomar parte en el juicio de Diós que iba a celebrarse. En el acto se les abrieron las puertas y entraron en la ciudad entre las aclamaciones de la muchedumbre. Llevados ante el juez de campo se ofrecieron para luchar en defensa de la sultana pero ocultaron sus nombres y dieron sólo el de "nobles caballeros", aceptando de antemano el castigo impuesto si mentían.

Eran ellos don Juan Chacón y tres nobles cristianos más, que, poniéndose en las manos de Diós se brindaban a defender la causa de la mujer caída y abandonada teniendo que luchar contra cuatro caballeros cegríes y siendo uno de ellos el pérfido delator de Albin-Hamete.

La reina estaba obligada a presenciar el combate. Dada la señal, los caballeros se lanzaron al campo y comenzó la lucha con gran ímpetu y coraje, hasta alcanzar proporciones de epopeya. Después de varias alternativas, el triunfo fue de los cristianos, ayudados por Dios ensu noble causa, y los cegríes quedaron derrotados y muertos y proclamada así la inocencia de la sultana.
Don Juan Chacón, herido y al frente de los tres caballeros cristianos, partió veloz a su campamento, habiendo antes arrojado el guante ensangrentado al medio del campo, en señal de reto, anunciando así el próximo asedio de la ciudad. El heroísmo de don Juan fue el primer jalón de la reconquista de Granada.

Vencidos los cegríes, de nuevo se encendieron las luchas entre losdos bandos, que mancharon de sangre la ciudad hasta que, al verse sitiados se unieron para la común defensa.

La sultana, llorando su infortunio y sin poder olvidar su perdido amor, retiróse a una celda solitaria sin más compañera que la fiel cristiana cautiva, que la instruyó en las verdades de la fe, enseñándola el consuelo divino de la religión de Cristo crucificado

domingo, 11 de enero de 2009

La sentencia de las brujas (Yurre - País Vasco)

En el pueblo de Yurre habitaba una señora muy rica y orgullosa, que jamás se había humillado ante nadie, considerándose la mas importante del lugar y siendo felIz con que todos se doblegasen ante ella. Todos los domingos, lujosamente ataviada, acudía a la misa mayor y se colocaba con gran empaque en la sepultura de su familia, esperando que todo el pueblo la contemplase. Existía en aquella parroquia la costumbre de repartir durante la misa a todos los feligreses pan bendito, que el sacristán llevaba en un cesto. y recerriendo la iglesia, iba dando un pedacito de pan a cada uno de los fieles. Pero ocurrió que un domingo, al repartir el pan, como de costumbre, a la señora se le cayó de la mano el pedacito. pareciéndole una humillación agacharse a recogerlo, lo dejó tirado en el suelo, quedando ella muy erguida hasta que salió, sin recogerlo.

Aquella misma noche empezó a sentirse mal, y cada vez peor, sin que los médicos llamados a consulta pudieran diagnosticar aquel mal extraño que iba minando su salud y consumiendo su vida. En el pueblo se comentaba la misteriosa enfermedad de la señora, para la que no se encontraba remedio, y que iba a llevarla al sepulcro.

Moraban por aquellos pueblos muchas brujas, que tenían sus aquelarres en Petralanda, lugar de Arratia, muy próximo a Yurre. En este pueblo vivía una bruja que no faltaba a ninguna reunión. Tenía como criado a un mozo muy listo, que sintió deseos de presenciar una de las reuniones de las brujas, y acudió una noche de sábado a Petralanda. Allí se encaramó a la copa de un árbol para presenciar toda la ceremonia. Al filo de la medianoche empezaron a llegar las brujas de
todas direcciones. Dio comienzo el aquelarre. Y. después de terminados sus ritos, las brujas comentaron algunos sucesos. Y, entre ellos, el orgullo de la señora rica, que no se dignó recoger el pan bendito, lo cual le había acarreado su extraña enfermedad. Una de las brujas sentenció: «Pues mientras no lama con su lengua el sitio donde cayó el pan, no sanará».

El muchacho, que desde su escondite había oído perfectamente la sentencia, 'esperó a que todas se diseminasen, y corrió a casa, llegando antes que su ama; se encerró en su cuarto y se acostó como si no hubiera salido. Esperó con impaciencia a que amaneciera el nuevo día, y, bien temprano, se presentó en casa de la señora rica, solicitando hablar con ella de un asunto de gran interés. Le condujeron hasta su aposento, y comunicó a la dama todo lo que había oído a las brujas, y que no sanaría mientras no lamiera el suelo de la iglesia. En seguida se tiró de la cama la señora, y con gran trabajo se encaminó a la iglesia para cumplir las indicaciones del muchacho. Allí se inclinó hasta el suelo y humildemente, con su lengua, limpió el sitio en que había caído el pan bendito.

En el momento se sintió aliviada y marchó a su casa con gran energía, desapareciéndole todo malestar. La noticia cundió rápidamente por todo el pueblo, comentándose en los corrillos la milagrosa curación de la dama. Al sábado siguiente acudió también el mozo al aquelarre, trepando al mismo árbol del otro día. Después de sus ceremonias, todas las brujas comentaban lo repentinamente que se había puesto buena la señora. Todas estaban acordes en que alguien
las habría espiado y llevado el remedio a la orgullosa dama, que sin él no hubiera curado. La más vieja propuso que se registrasen bien aquellos alrededores, por si alguien las escuchaba. Todas se pusieron a mirar, separando matas y rodeando rocas, y en la copa del árbol descubrieron al mozo. A la fuerza le hicieron bajar, y le propinaron tal paliza, que le molieron los huesos. Mas el muchacho, angustiado, exclamó: «¡Jesús!».

Y gracias a este santo nombre las brujas huyeron como alocadas y dejaron al muchacho con vida para poder volver al pueblo a contarlo.

(De Leyendas de España de Vicente García de Diego)