Barcelona tiene la suerte, bien merecida, de contar con
una obra señera de la mecánica del siglo XVI: el reloj que desde la Torre de
las Horas de la catedral, y hasta hace poco mas de cien años, reguló la vida de
la ciudad, siendo reemplazado, en 1865, por el que en su taller-fábrica de
Gracia construyó el suizo Alberto Billeter.
Este raro ejemplar de reloj -cura marcha parece que era
normal en el momento del relevo - puede reputarse, sin lugar a error, como el
más antiguo de España en su género, hecho la salvedad de que actual mente no
está en funcionamiento. (Dejo constancia de ello porque, al ponerse ahora en
circulación el libro "Relojes españoles", que es un compendio de
todas mis colaboraciones sobre el tema aparecidas en este mismo diario, creo
obligado advertir al lector de esta justificable omisión.)
Extranjeros también, como Billeter, fueron sus autores,
los flamencos Clemente Ossen, de Utrech, y Simón Nicolau. de Purmerende, sobre
quienes no hay más documentación que la relativa a los emolumentos que se les
fijaron por la obra.
La excelente máquina que realizaron estos artífices,
cuando nuestro Felipe II reinaba en medio orbe, está enjaulada en un bastidor
de estilo gótico -manifiestamente tardío- que remata en el típico florón. Todo
el conjunto es de hierro, y de una solidez probada. Sobre cada uno de sus
cuatro costados campean las escudos de Barcelona y del Reino de Aragón,
repetidos alternativamente y en una cartela consta el año de construcción, que
es el de 1576.
A la vista de este trabajo hercúleo se comprende bien que
la relojería no estuviese muy distanciada aún de la cerrajería y de la forja,
tras dos siglos de esfuerzos por lograr la medición mecánica del tiempo. Por
otra parte, el oficio era forzosamente ambulante (como venia siéndolo también
el de impresor, y lo más probable es que los maestros Nicolau y Ossen. una vez
concluido el contrato en Barcelona,
marchasen a otras poblaciones
donde sus servicios fuesen nuevamente.
Agradezcamos al Cabildo catedralicio de 1865, cerca del
cual hubo de influir Billeter en tal sentido, el sabio y previsor acuerdo que
adoptó de conservar la reliquia. En el pasado era costumbre, por razones de
economía, servirse de la chatarra del reloj desahuciado para la fundición del
nuevo y. además, el estorbo de tan inútil armatoste recomendaba a voces el
desguace total. Laudable medida, pues, que ha permitido perpetúarse hasta
nosotros el venerable "seny de les hores". el cual, siempre a cargo
del Ayuntamiento, se ha conservado durante mucho tiempo en el Parque de la Ciudadela
y pasó después, definitivamente, al Museo de Historia de la ciudad, donde es
posible verlo.
Este admirable reloj estuvo implicado, por culpa de quien
aquí lo confiesa, y ello sin tener siquiera noticia de su existencia actual, en
los afanes de la investigación europea. En efecto, yo recogí la papeleta
"prestada" que me facilitó un erudito catalán, que la obtuvo y me la
dio de buena fe, en un libro aparecido en 1954, cuando me iniciaba en estas
tareas. Decía en ella que este reloj, "según mencionan las crónicas,
procedió a Huygens en su invento, por haberse construido con péndulo como elemento
regulador".
Desde entonces no me ha sido posible –lógicamente- cerciorarme
de la veracidad de esa fuente; es decir, no he logrado conocer cuáles fueran
las crónicas a que aludía mi amigo, con el que perdí todo contacto después.
Pero si pude darme cuenta, en cambio, de la enorme trascendencia que aparejaba
una cita de ese tenor. Tan solo tres años más tarde, el profesor Enrlco
Morpurgo me hacía fiador de ella al reproducirla en su obra "L’orologio e il
pendolo" (Roma, 1951). y fueron varios los estudiosos que con posterioridad se
han dirigido a mi para que tratase de constatar la exactitud del texto.
No era para menos, pues la mera suposición de que pudiese
haber un reloj anterior a la fecha "oficial" de la aplicación del
péndulo al reloj (Christian Huygens. 1656) hubiera bastado para alterar a media
Europa, desatando de nuevo la polémica mantenida por algunos sobre la
paternidad del invento. Ya en vida del propio Huygens se le reprochó la
apropiación de un descubrimiento que se supuso de Galileo (1641) y desde fines
del siglo XIX se han originado dudas y disquisiciones científicas, a favor y en
contra, sobre la sospecha de que Leonardo da Vinci hubiese "intuido"
asimismo esta aplicación del péndulo (1495), bien que sin conocer sus leyes de
isocronismo. A mí el susto me sirvió al menos, para enterarme de la gran
responsabilidad que asume el escritor- aunque lo sea por afición y sólo cultive
la pequeña historia- ante el ancho mundo de sus lectores.
Mientras tanto, y ajeno a esas suposiciones, que le
hubieran convertido en "supervedette" internacional, el reloj de la
catedral seguía ahí, dejándose contemplar del público barcelonés, que le conoce
familiarmente como "Lo seny de les hores".
Por cierto que el nombre en cuestión lo heredó este
ejemplar del primitivo que hubo en el templo, instalado en 1383, según unos, o
en 1393, al decir de otros; obsequio de la República de Venecia a la ciudad de
los condes por haberle permitido copiar las Leyes del Mar. según afirmó Capmany
o de acuerdo con una "tradición no confirmada'*, en frase del costumbrista
Joan Amades. La del año exacto no deja de tener sus implicaciones ya que otra polémlca
hay en curso, en la que Interviene como sujeto pasivo el primitivo
"seny", en pugna con el de la catedral de Sevilla, también de 1393 (aunque
el padre Mariana fija la fecha en 1396, al que Arana de Val fio ra convino en
designar como el “primero de campana que se puso en España", haciendo
asistir a la ceremonia de su instalación al rey Enrique III de Castilla.
Convengamos en que la discusión sobre este último punto
es de alcance provinciano, frente a las numerosas incógnitas pendientes de
solución que ofrece la historia del reloj en sus orígenes.
(Luis Montañés en ABC)
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