El aspecto actual de la plaza arranca, sin embargo, de las transformaciones experimentadas en el siglo XVIII cuando Casas y Nóvoa termina el claustro y Sánchez Bort proyecta una nueva fachada que cierra la iglesia románica flanqueándola por elevadas torres, con lo cual se aumentaron considerablemente las dimensiones del viejo frontis religioso. Por las mismas fechas se reconstruye la puerta de Santiago y de forma progresiva son renovados los distintos inmuebles de su entorno teniendo, probablemente, la intención de trazar una plaza regular que no se lleva a efecto. Así las edificaciones del norte y sur están resueltas de forma unitaria y con una gran calidad mientras el lado oeste, exceptuando la casa de los Montenegro, empaña notablemente el conjunto. No obstante, su originalidad se subraya con la presencia contrastada del sobrio y largo lienzo fortificado trente a la fachada religiosa cuya ingente masa y grandiosidad se impone en un recinto espacial de moderadas dimensiones.
La diferencia de niveles, que da a esta plaza unas características especiales, ha sido sugestiva y diferenciadamente resuelta. Al este, el gran atrio con la solución decimonónica de muro bajo, pináculos y bancos corridos de cantería desarrolla un único y bello espacio horizontal espléndidamente pavimentado con losas de granito. Por el contrarto, el frente de poniente se rompe con dos planos contrapuestos: el de la calle que, como profundo sumidero baja hada la puerta de Santiago, y el de la rampa que, en sentido contrario y sustituyendo a una antigua escalera, permite el acceso a las murallas. El vacío abierto por la escasa altura de estas defensas y la ausencia de edificación se cierra con dos magníficos negrillos que han sido plantados con esta intención. Finalmente el pavimento, contrastando con el del atrio, es de hormigón en la calle del Buen Jesús y el resto, excepto la estrecha franja de losas ante las casas de los Canónigos es de adoquín granítico.
(La plaza en la ciudad)
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