En una aldea de la montaña habitaba una moza muy bella, hija única de padres muy ricos. Lucía, que éste era el nombre de la moza, estaba ciegamente enamorada de un muchacho de su mismo pueblo, llamado Miguel; éste, que también quería a la joven con toda su alma, era trabajador y honrado, pero como era muy pobre, los padres de ella se oponían terminantemente a aquellas relaciones, prohibiendo a su hija que hablara con el mozo, porque «antes la matarían que dejarla casar con él». Esta oposición paterna sirvió sólo para alentar aquellos trágicos amores, rodeando a las entrevistas de un gran misterio, que les daba un mayor encanto. Pero un día que el padre sorprendió a la muchacha, se encolerizó contra ella por su desobediencia, y, agarrándola de un brazo, se la llevó al monte del Duesu, donde existe una profunda cueva en la que mora una ánjana mala; pensó que la ánjana podría encantarla y tenerla con ella hasta que se le pasase aquel loco amor. Llegados junto a la boca de la cueva, el padre golpeó con su palo una piedra ennegrecida que había a la entrada, y al ruido salió una bruja de rostro amarillento, vestida de negro y rodeada de sapos, que infundía pavor. El padre propuso a la vieja sus deseos de dejar allí encantada a su hija, y la vieja, con una picaya retorcida que llevaba en la mano izquierda, trazó en el suelo una cruz, que luego pisó con saña, y mirando a la moza con ojos diabólicos, pronunció estas palabras: «El que contigo se quiera casar, tres besos te ha de dar: el primero en el pulgar, el segundo en el calcañar y el tercero encima del espaldar».
Y agarrando a la joven, se la entró en la oscura cueva. El novio acudió aquella noche, como de costumbre, a ver a su enamorada, y le causó gran sorpresa el que la moza no saliera a la cita-, pensando que la habrían encerrado en casa, desalentado, quedó rondando la casa de la muchacha, sin valor para alejarse. Ya empezaba a amanecer, cuando se le apareció una ánjana buena, que le dijo: «Tu novia ha sido llevada por su padre a la cueva del Duesu, para que la encante la bruja. Sólo podrá desencantarla el que le dé tres besos: uno en el pulgar, otro en el calcañar y el tercero encima del espaldar». Dicho esto, le entregó una rama de fresno, para que golpeara la piedra de la entrada, después de lo cual debía trazar con la varita cuatro cruces en el suelo, que había de besar.
El mozo emprendió inmediatamente la marcha hacia la cueva, llevando la varita oculta bajo la blusa. A medio camino se encontró a una vieja pobre, que le dijo que se había hundido el puente y no se podía pasar el río; pero el mozo le contestó que él lo pasaría y volvería a repasar con la moza. La vieja insistió que se encontraría a cuatro lobos, que le devorarían; pero él replicó que mataría a los cuatro. La vieja lanzó un bufido y se transformó en un murciélago, que salió volando.
Encontró después una mujer maravillosamente bella, ataviada con lujosos tejidos, que se le acercó, zalamera, para enamorarle; pero él cerró los ojos para no quedar prendado en sus hechizos, y le dijo: «Yo sólo amo a Lucía».
La muchacha se convirtió en murciélago y se perdió de vista.
Llegó el mozo en su camino a un verde prado, donde vio relucir unas monedas de oro; se acercó a recogerlas, y encontró oculto entre las hierbas un gran tesoro, que no le cabía en los bolsillos; se quitó la blusa y la llenó de monedas, con las que se volvió a su casa; allí cogió un saco y corrió al prado; echando en el saco mucho más oro hasta que estuvo lleno, con él se volvió a casa y lo guardó en un arca, que casi dejó llena. Con la ambición del oro se olvidó de Lucía, y volvió al prado por si encontraba más monedas. Pensó invertir todo ello en comprar grandes extensiones de terreno y se puso en tratos con varios labradores; se quedó al fin con los terrenos, y cuando fue a pagarlos, abrió el arca y la encontró llena de cenizas. Desesperado y corrido de vergüenza, huyó del pueblo, sin volverse a saber nada de él.
Mientras, la buena ánjana, compadecida de la doncella encantada, se transformó en un joven y se presentó en la cueva del Duesu, golpeó en la piedra y apareció la muchacha, a la que desencantó, dándole los tres besos, y se la llevó con ella a su espléndida mansión. Allí permaneció algunos años con Lucía, a la que no se volvió a ver en el pueblo, porque fingiendo ser madre e hija, se habían ido a vivir a un pueblo de Andalucía, donde se enamoró de la muchacha un acaudalado caballero, que la hizo su esposa.
De todo un poco. Leyendas, tradiciones e historias curiosas de todas las regiones de España. Unas son verdad y otras no tanto.
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