Entrar en la Reserva de Caza de los Puertos de Beceite es introducirse en un sugerente laberinto de valles y barrancos, vagar por relieves complicados sin ningún tipo de lógica morfológica. Un paisaje que ha perdido el sentido común y se ha dedicado a desparramar agujas de roca y tallar acantilados calcáreos entre enormes bosques de pinos, en ocasiones tan alocadamente que ha capturado algún pino tímido y solitario con uno de sus minaretes de caliza para colocarlo en la punta del monolito de piedra y crear al azar imágenes bellas y singulares. Y donde hay tanta roca inaccesible y tanto monte plagado de frondosos bosques se abre un terreno de juego ideal para la cabra montes, la especie reina de la zona y el motivo principal de proteger la comarca. En 1966, fecha de la declaración del espacio protegido, esta especie se encontraba en peligro de extinción, y en la actualidad supera los 6.000 ejemplares en todo el territorio de los Puertos de Beceite; por esto es muy normal encontrarse con cabras monteses correteando entre los accidentados relieves de las zonas despejadas de grandes masas forestales.
El silencio también inunda las penumbras de los pinares cuando a mediodía la quietud del bosque detiene las emociones, crea su particular momento de éxtasis y todos los elementos se detienen a meditar, porque el paisaje de los Puertos de Beceite es una catedral de roca con todos los elementos dispuestos de tal manera que es imposible dejar de considerar el medio ambiente como un santuario natural. Chimeneas de piedra calcárea salen disparadas de las copas de los árboles hacia el cielo como los puntiagudos torreones de un templo gótico; las enredaderas se enroscan en los troncos de los pinos en un abrazo sagrado de eterna fraternidad; las pozas esmeraldas de los ríos y barrancos son las reliquias devocionales para los dioses, y entre todos, incluidas las simpáticas matas de boj que comparten los momentos cotidianos con los vagabundos senderistas del bosque, mantienen una encantadora armonía parroquial en el enorme templo vegetal.
(Juan José Alonso)
El silencio también inunda las penumbras de los pinares cuando a mediodía la quietud del bosque detiene las emociones, crea su particular momento de éxtasis y todos los elementos se detienen a meditar, porque el paisaje de los Puertos de Beceite es una catedral de roca con todos los elementos dispuestos de tal manera que es imposible dejar de considerar el medio ambiente como un santuario natural. Chimeneas de piedra calcárea salen disparadas de las copas de los árboles hacia el cielo como los puntiagudos torreones de un templo gótico; las enredaderas se enroscan en los troncos de los pinos en un abrazo sagrado de eterna fraternidad; las pozas esmeraldas de los ríos y barrancos son las reliquias devocionales para los dioses, y entre todos, incluidas las simpáticas matas de boj que comparten los momentos cotidianos con los vagabundos senderistas del bosque, mantienen una encantadora armonía parroquial en el enorme templo vegetal.
(Juan José Alonso)
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