Esta pequeña callecilla de tránsito peatonal, debe su nombre como muchas de las calle adyacentes a la Plaza Mayor, al gremio de trabajadoras que allí se establecía.
Las botoneras tenían una fama bastante contradictoria dentro de la villa, pues si bien es cierto que el propio gremio las exigía ser decentes, honradas y reputadas, debido a la tipología de clientela que acudía a realizar sus botonaduras, que en lo general eran nobles, pajes o militares y a la tipología de materiales nobles que se utilizaban, que obviamente nadie quería dejar en manos de mujeres de poco prestigio y reputación, bien es cierto que también tenían fama de todo lo contrario; numerosos rumores de lenguas vivaraces y escotes provocativos, las hicieron ganarse una fama de díscolas y libertinas, que vaya uno a saber a día de hoy, si se trataban de verdaderos hechos o de simples habladurías de las muchas y habituales que corrían por la villa y corte.
Lo que sí que parece que fue real, es un incidente que las llevó a tener que ejercer su empleo en la clandestinidad más absoluta.
Este no es otro que el famoso incidente que se montó en la Plaza Mayor, cuando el rey Felipe IV salió al balcón de la mano de su segunda esposa Isabel de Borbón. Al tiempo en otro balcón se asomaba Doña María Inés Calderón, conocida por todos como “La Calderona” o la “Marizápalos”, una famosa actriz, amante ya de largo del rey y a la que la propia reina, movida por los celos, dimes y diretes, había prohibido a su marido que se presentara en su presencia.
La reina, que como la inmensa mayoría de la reinas, vaya uno a saber por qué, llevaba mal lo de la cornamenta decide averiguar quién ha ayudado a la infiel amante a acceder a un balcón en la Plaza Mayor, privilegio que como podéis imaginar no estaba a la altura de cualquiera, y no se le ocurre otra idea que pensar que si alguien sabe algo, deben de ser las botoneras, pues en su presencia era complicado que no se hubiera comentado algún hilo del que poder tirar para averiguar qué ha ocurrido.
La reina no solo consigue su hilo, sino que le dan la madeja entera con pelos y señales, y se entera que ha sido su marido el que incapaz de imponer a su amante los deseos de su mujer, de manera soterrada ha intercedido para proporcionarle ese balcón como si la actriz lo hubiera conseguido por sus medios.
El jaleo que le monta la reina es de “aquí no te menees” y el rey cabreado más con las chivatas, que con cualquiera otro de los intervinientes, decide retirar las licencias de trabajo a todas ellas, relegándolas a ejercer el oficio de su gremio en la más absoluta de las clandestinidades, para no morirse de hambre por los malos destinos de una lengua desmedida.
Finalmente, el tema no pasó a mayores y una vez se hubieron enfriado los ánimos, la propia reina intercedió por ellas para que les fuera concedido de nuevo el permiso, pero supongo que para las botoneras sería un ejemplo que tardarían mucho, mucho en olvidar.
Hoy en día este gremio está relegado prácticamente al recuerdo, en un Madrid en el que es casi imposible encontrar a sus descendientes las mercerías, como para poder encontrar alguna botonera artesanal.
(De Madrid a la Nube)
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