A 20 minutos de navegación desde Santa Pola, menos de una hora desde la capital alicantina, Tabarca es la isla más grande y la única habitada de la Comunidad Valenciana. Fue Planesia para los griegos, Planaria en la antigua Roma, la Isla Plana en la cual los piratas berberiscos ocultaban sus naves antes de lanzar sus ataques a las poblaciones costeras, lo que explica la presencia aún en la provincia de tantas torres de avistamiento.
La frecuencia de los barcos que en agosto atracan cargados de excursionistas abarrota sus playas y sus restaurantes, especializados en arroces y guisos marineros. Pero siempre hay un último ferri de regreso, a partir del cual la isla queda en un reposo inquietante. Y siempre llega el invierno y su prematuro atardecer, que atrae al escritor falto de inspiración y a los amantes que buscan intimidad.
La frecuencia de los barcos que en agosto atracan cargados de excursionistas abarrota sus playas y sus restaurantes, especializados en arroces y guisos marineros. Pero siempre hay un último ferri de regreso, a partir del cual la isla queda en un reposo inquietante. Y siempre llega el invierno y su prematuro atardecer, que atrae al escritor falto de inspiración y a los amantes que buscan intimidad.
Nadie la llama por su nombre completo, Nueva Tabarca, heredera de la Tabarka que el imperio español poseyó frente a la costa tunecina desde 1541 y que Carlos V pobló de colonos genoveses. En 1741 los descendientes de aquella avanzadilla del imperio cayeron en la esclavitud, primero en Túnez y luego en Argelia. Más de 20 años transcurrieron hasta que aquellos cautivos obtuvieron su liberación, entre 1768 y 1769, alojándose provisionalmente la mayoría de ellos en la ciudad de Alicante. Aquello coincidió con el deseo de poblar la isla y dotarla de defensas que impidieran su uso por parte de contrabandistas y piratas. La nueva población y sus defensas militares terminaron por librar a la isla de la presencia de corsarios, y Tabarca se convirtió en base privilegiada para la pesca, una riqueza natural que fue primordial para sus habitantes hasta que, muy avanzado el siglo pasado, en los años ochenta, el peligro de verla esquilmada para siempre aconsejó declarar sus aguas como reserva natural. Restringida la pesca, los habitantes que hoy se resisten a abandonar una población que más que en ningún sitio sienten como creación propia han hallado en el turismo una cierta prosperidad que tratan de hacer compatible con el respeto al pasado y la integridad de su hermoso paisaje, a un tiempo limitado e inabarcable por el mismo mar que los encierra y les presta un horizonte infinito.
Peces y bañistas
La pesca intensiva y sin control se practicó en estas aguas durante décadas y décadas. Ahora, miles de bañistas se zambullen cada año en sus aguas. No fueron los corsarios los únicos depredadores que las navegaron, sino que hubo un tiempo no tan lejano en que los tiburones se aproximaban en busca de una de sus presas más codiciadas, el atún, que hasta mediados del siglo pasado se pescaba masivamente en almadraba, arte que desapareció de la zona definitivamente hacia 1960.
De aquel tiempo procede la crónica de la captura del último tiburón blanco atrapado en aguas de Tabarca: fue el 10 de agosto de 1946 y el ejemplar fijó la báscula en 1.790 kilos. Según las crónicas de la época, recogidas por diarios como Información, La Vanguardia o ABC, y avaladas por elocuentes fotografías, fueron necesarios 40 hombres para su desembarco, sus dimensiones alcanzaban los 6 metros de largo por 2,5 metros de diámetro, y dentro del animal se encontró un atún de 40 kilos. El tiburón fue vendido en lonja por 1.200 pesetas de la época. Contaban entonces los viejos del lugar que hacía 20 años que no veían algo así.
Por suerte, dado que han transcurrido 70 años desde entonces, y aunque el mar siempre esconde misterios y sorpresas, el buceo en aguas de Tabarca puede considerarse hoy una actividad placentera y muy recomendable, pues ofrece una gran variedad de peces como el mero, el dentón, la dorada, el pargo o la oblada, además de langostas, erizos y pacíficas estrellas de mar, pero el tiburón, como el pirata, apenas sobrevive en las historias que los lugareños relatan al visitante ocasional.
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