Cuenta la leyenda que cuando el Papa Benedicto XIII quiso huir de su fortaleza en Peñíscola, tuvo que esculpir él mismo en una noche una escalera en la piedra que le permitiese acceder al mar. Cuenta la leyenda que el precio de tan descomunal esfuerzo fue la pérdida de su anillo papal, una valiosa joya que cayó al mar y que nadie ha logrado encontrar desde entonces.
Cuenta la leyenda, también, que aún más buscado que el anillo fue el llamado Códice Imperial, un enigmático pergamino escrito por el emperador Constantino, tan sagrado como prohibido, que sólo podían hojear los pontífices y sus más allegados cancilleres, dada su vital trascendencia para la perpetuación de la Iglesia y que en aquellos turbulentos tiempos era deseado por tres cortes papales.
Se dice que en ese controvertido papiro, guardado en una cánula de oro, se revelaba un enigma que helaba la sangre de cuantos lo leían, haciendo vacilar su fe, motivo por el cual los papas lo habían custodiado en el más completo secreto desde los inicios del cristianismo. En vida del Papa Luna y tras su muerte, diversos emisarios de los distintos papas que en aquellos convulsos años compitieron por la tiara de Pedro -Bonifacio IX, Inocencio VII, Gregorio XII, Alejandro V, Juan XXIII y Martín V- trataron de hacerse con el códice, pero ninguno lo consiguió.
Fueron inútiles las búsquedas del Códice Imperial por todos los rincones de la atalaya de Peñíscola, por la iglesia y el sepulcro, por los recónditos aposentos del castillo, las galerías subterráneas, la ermita de la Virgen y la turris papae donde Benedicto escribía sus tratados. Tampoco lo encontraron en su bien nutrida biblioteca donde se amontonaban obras de Ovidio, Averroes, santo Tomás, Petrarca, Séneca, Maimónides o Aristóteles. Su desaparición pasó a formar parte de los misterios y secretos que envolvieron la vida de este Papa maño que acuño la frase que mejor expresa su tozudez: "yo sigo en mis trece".
(Revista ibérica)
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