En esta isla verdísima que preside la bahía donostiarra todo se remite a un parque municipal. La motora va directa, o realiza antes, frente al Peine del Viento, un tramo de visión submarina cuya nitidez es muy variable. Junto al espigón, en la zona meridional, se extiende una caleta -con bar-, que borra el Cantábrico en pleamar, como ocurre en La Concha, hasta donde se anima a nadar más de uno.
Dos senderos conducen al faro, de manera que se puede subir por las escaleras y regresar por la rampa. La cuadrada superficie del faro (1864) recibe al viajero con su linterna octogonal coronada por su cúpula de cobre elaborada a mano. Un must farístico. Y siempre con el plus del centenar de mesas bajo de laureles y tamarindos principalmente, que antaño pertenecían a familias de San Sebastián. Toda isla tiene su cara oculta, en este caso muy acantilada.(El País)
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