La cerámica de Muel lleva merecida fama. En el año 1048 llegaron a Zaragoza los primeros azulejos procedentes de esta localidad, por mandato de Aben-Tafa. La industria alfarera alcanzó un auge extraordinario, según se desprende de los documentos del siglo XV, que relatan cómo la cerámica de Muel llegó al Castil Nuovo de Nápoles. En consecuencia, hacia el año 1580, la mayoría de los habitantes del pueblo se dedicaban a la alfarería, cuyas muestras figuran actualmente en varios museos, de manera especial en el del Instituto de Valencia de Don Juan, en el Arqueológico Nacional de Madrid y en el de Bellas Artes o Provincial de Zaragoza.
Las formas de su loza -platos, escudillas, terrizos, jarros, orzas, cantarillos, pilas bautismales y pilas benditeras-, sobresalen entre una gran variedad de formas más corrientes, todas con perfiles característicos, que en las piezas de mayor lujo, decoradas con reflejo metálico, incluyen molduras y moldeados ornamentales, derivados de los de Manises.
Con la expulsión de los moriscos, la industria artesana de Muel entró en crisis, hasta casi desaparecer por completo. La fórmula recogida por el arquero Cock, en su crónica relativa a su paso por Muel, permitió el resurgimiento de la famosa cerámica de la localidad, al ser recogida tan importante herencia por la Diputación Provincial, que creó primero el Taller-Escuela de Cerámica de Muel y posteriormente el Museo de la Cerámica. Tanto la Escuela como el Museo se encuentran en un bello edificio de nueva planta, levantado para este menester, a las afueras del pueblo, en la carretera de Cariñena. Con estas acciones se ha sabido dar un impulso definitivo a esta forma artesana, tan próxima al arte, de manera que en la actualidad la cerámica de Muel goza otra vez de merecida fama internacional.
(El Periódico)
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