Dice el refranero español que de lo que se come se cría, así que cuando Fernando el Católico, estando ya viudo de Isabel la Católica, decidió casarse con la lozana Germana de Foix para engendrar un heredero y ocupar así los tronos de Castilla y Aragón, dando esquinazo a su hija Juana, se obsesionó con uno de los placeres culinarios más particulares de la gastronomía española: los testículos de toro.
En la tradición ibérica se creía que la virilidad y fuerza del animal se transmitían a los varones que se las comían.
Esta receta, como decían en la época: “face desfallecerse una muxer debajo del varón”. Son muchos los que creen, erróneamente, que Fernando El Católico murió por un empacho de criadillas, aunque sí murió a causa del otra pócima afrodisíaca y milagrosa: la cantárida o mosca española (lytta vesicatoria).
El problema que presumiblemente tenía el rey católico es que ya estaba entrado en años y acusaba cierta disfunción eréctil, por lo que la cantaridina –el tóxico obtenido de escarabajo que consumido por vía oral provoca la irritación de las vías urinarias y la erección del pene– se convirtió en su remedio de cabecera a la hora de perseguir el tan ansiado heredero. El tóxico fue envenenándole lentamente hasta hacerle morir de nefritis, según los síntomas mostrados durante sus últimos meses de vida.
(Historia de Iberia Vieja)
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