Iba por la carretera de Monistrol a Montserrat un romero que hacía el camino a pie, en cumplimiento de una promesa, cuando encontró en la cuneta un hombre muerto. Tenía una herida en el pecho, por lo cual se deducía que había muerto asesinado.
Dudó unos momentos el caminante, sin saber qué hacer. Su primera intención fue dejar el muerto donde estaba, por miedo a buscarse complicaciones. Pero, pensándolo mejor, creyó que era inhumano dejar abandonado el cadáver -, no se vio con fuerzas para pasar y seguir su camino indiferente. Así, encomendándose a la Virgen de Montserrat, lo tomó en brazos y deshizo el camino hecho, para dirigirse a Monistrol.
Se acercaba ya al pueblo, cuando fue detenido por las autoridades y acusado de homicidio.
El infeliz no pudo probar su inocencia, y fue condenado a la horca. En vano pretendió defenderse diciendo que únicamente la piedad le indujo a coger el cadáver y llevarlo al pueblo para darle sepultura.
Llegado el momento de la ejecución, le pasaron la soga por el cuello, y cuando fueron a tirar de ella, se rompió. Probaron entonces con una soga de hierro; pero todo inútil: también se rompió. Encendieron entonces una gran hoguera, para quemarlo vivo; pero no bien subió a la pira, empezó a llover a cántaros, y el fuego se apagó. Enfurecidos los jueces, decidieron echarlo a un arroyo que corría cerca del pueblo. Lo hicieron, y en el acto el arroyo se secó.
Ante tantos contratiempos, los jueces preguntaron al acusado qué sortilegios empleaba para librarse de la muerte, y contestó el romero que lo único que había hecho era encomendarse fervientemente a la Virgen de Montserrat.
Comprendieron entonces que el hombre era inocente, y lo dejaron libre.
Dudó unos momentos el caminante, sin saber qué hacer. Su primera intención fue dejar el muerto donde estaba, por miedo a buscarse complicaciones. Pero, pensándolo mejor, creyó que era inhumano dejar abandonado el cadáver -, no se vio con fuerzas para pasar y seguir su camino indiferente. Así, encomendándose a la Virgen de Montserrat, lo tomó en brazos y deshizo el camino hecho, para dirigirse a Monistrol.
Se acercaba ya al pueblo, cuando fue detenido por las autoridades y acusado de homicidio.
El infeliz no pudo probar su inocencia, y fue condenado a la horca. En vano pretendió defenderse diciendo que únicamente la piedad le indujo a coger el cadáver y llevarlo al pueblo para darle sepultura.
Llegado el momento de la ejecución, le pasaron la soga por el cuello, y cuando fueron a tirar de ella, se rompió. Probaron entonces con una soga de hierro; pero todo inútil: también se rompió. Encendieron entonces una gran hoguera, para quemarlo vivo; pero no bien subió a la pira, empezó a llover a cántaros, y el fuego se apagó. Enfurecidos los jueces, decidieron echarlo a un arroyo que corría cerca del pueblo. Lo hicieron, y en el acto el arroyo se secó.
Ante tantos contratiempos, los jueces preguntaron al acusado qué sortilegios empleaba para librarse de la muerte, y contestó el romero que lo único que había hecho era encomendarse fervientemente a la Virgen de Montserrat.
Comprendieron entonces que el hombre era inocente, y lo dejaron libre.
(Vicente García de Diego)
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