Llevando los rehenes, los aragoneses se retiran a su campamento. El rey está furioso y se siente humillado porque los abulenses no le han permitido registrar la ciudad.
En venganza, ordena que los sesenta rehenes sean pasados a cuchillo y sus cabezas, después de haberlas cocido en calderas, sean puestas enfrente de los muros de Avila para que sus familiares y amigos las puedan contemplar.
El lugar donde esta bárbara venganza tuvo lugar pasó a ser conocido después como «Las Fervencias», en triste conmemoración de lo allí ocurrido.
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