No fue así en el caso de Wamba, uno de los mejores reyes que los visigodos dieron a España. Lo ocurrido con él ilustra lo que Confucio había dicho muchos siglos antes: «Los mejores gobernantes son aquéllos a los que hay que obligar a aceptar el puesto»
Wamba fue un buen gobernante y fue obligado a ser rey. Sucedió así.
A la muerte de Chindasvinto, el año 672, nobles y prelados se reúnen en Gerticós (Valladolid) y, enterrado el difunto rey, intentan elegir a su sucesor. De entre los candidatos, Wamba, ilustre general de avanzada edad, es el único que parece reunir las cualidades requeridas. Pero él no acepta y, cuando le insisten —está en ese momento labrando sus tierras— , dice que no le interesa y sigue arando como si tal cosa. Aunque firme en su negativa, accede más tarde a venir ante la asamblea. Allí uno de los nobles, desnudando su espada, se enfrenta con él y le dice: «Si te obstinas en rehusar la corona, ten entendido que ahora mismo y con este mismo acero haré rodar tu cabeza.» Wamba no tiene más remedio que aceptar, y cuenta Julio Toledano en su Historia que, cuando Wamba estaba siendo consagrado en la iglesia principal de Toledo, se vio salir de su cabeza una abeja que voló hacia el cielo. Ello fue interpretado «como una señal de que bajo el nuevo monarca esperaba a la nación visigoda una gran dicha».
Instalado como rey, sin embargo, no faltó quien quisiera usurparle el trono. Dos conspiraciones para destronarlo logró superar este rey. No así la tercera, ocurrida a los ocho años de reinado. Un ambicioso noble, Ervigio, aprovechando una fiesta en palacio, dio al rey un brebaje de vino, mezclado con extracto de esparto. La bebida sumió al rey en un profundo letargo, que aprovechó Ervigio para cortarle los cabellos, hacerle la tonsura y vestirlo con el hábito de penitente. El recortarse la cabellera equivalía a dejar de ser godo y la tonsura, a hacerse clérigo y dedicarse por tanto al servicio de Dios. Por último, el hábito de penitencia le hacía aparecer como arrepentido por haber intentado quitarse la vida. Cualquier cosa de éstas por sí sola le incapacitaba para seguir siendo rey.
Wamba, despertado de su sueño, no tuvo más remedio que aceptar las circunstancias y, renunciando a la corona, se retiró al monasterio de Pampliega, cerca de Burgos, donde vivió tranquilo el resto de su vida.
(Leyendas y anécdotas de la Historia
de España – Francisco Xavier Tapia)
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