Antiguamente, cuando las mujeres querían quedarse embarazadas, formaban una comitiva con sus maridos, familias y amigos y se trasladaban hasta el Ponte dos padriños con una buena carga de viandas para la cena. Allí, permanecían en silencio impidiendo que nadie cruzara hasta que aparecía un forastero, alguien que no fuera del pueblo.
Cuando ese desconocido llegaba al puente tenía que ‘bautizar’ a la mujer que quería tener hijos vertiendo agua por su barriga, siempre en silencio. Al terminar el ritual, la mujer, su familia, los amigos y el forastero compartían la cena con las viandas que habían traído hasta el puente.
Una vez que se terminaba la cena, la leyenda cuenta que había que tirar la vajilla al río Umia. Después sólo quedaba esperar nueve meses y si el ritual había funcionado, la mujer tendría descendencia y el forastero sería el padrino de la criatura. Además, el nombre del bebé sería Alberto o Alberta como homenaje a la estatua de San Alberto que preside el puente.
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