Se considera que las fiestas del fuego constituyen una ocasión para regenerar los vínculos sociales y fortalecer los sentimientos de pertenencia, identidad y continuidad de las comunidades, de ahí que su celebración vaya acompañada de comidas colectivas y cantos y bailes folclóricos. A veces se asignan funciones específicas a determinadas personas: en algunos municipios es el alcalde quien enciende la primera fogata, y en otros es un sacerdote el que la alumbra o bendice. En algunas comarcas, es el último vecino recién casado del pueblo quien enciende el fuego y encabeza la marcha de descenso desde la montaña. En otras partes, las jóvenes solteras esperan la llegada de los portadores de antorchas a los pueblos para darles la bienvenida con vino y dulces.
Al día siguiente por la mañana, los vecinos recogen las brasas y cenizas de las fogatas y las llevan a sus hogares y huertos para protegerlos. Estas expresiones culturales están profundamente arraigadas en las comunidades y se perpetúan gracias a una red de asociaciones e instituciones locales. El lugar de transmisión más importante de este elemento del patrimonio cultural inmaterial es el hogar familiar, donde sus miembros lo conservan vivo en la memoria.
UNESCO
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