La ínsula está siendo excavada por Atabaka, asociación cultural que propició su declaración como
parque arqueológico. Los restos dan fe de su pasado clerical (monasterio del siglo XVII), pero ante todo castrense, con los baluartes de la batería de costa conquistada por Wellington en 1812 cuyo polvorín sirve de cobijo durante los aguaceros.
Tampoco hay que menospreciar el universo que crean pinos y cipreses plantados en 1909, además de la colonia de cormoranes moñudos y la proliferación de gaviotas patiamarillas, que trae el recuerdo de las islas Cíes.
Ojo, quien se desentienda del horario mareal tendrá que ser rescatado por un barquero. En la oficina de turismo facilitan planos.
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