La villa de Antoñana surgió en la confluencia de dos caminos históricos que unían el País Vasco con el Ebro. El entorno, regado por los ríos Berrón y Sabando, está cubierto de un frondoso arbolado de hayas, robles, tejos y una tupida vegetación que produce una miel excelente, a la que se rinde homenaje con un curioso monumento a la entrada del pueblo. Su fundación como villa amurallada se remonta al siglo XII, época en la que Sancho el Sabio de Navarra creó el burgo sobre una antigua fortificación ya existente.
En tiempos de los Trastámara perdió su condición de villa realenga hasta el siglo XVII, en que los vecinos recuperaron la propiedad del pueblo.
El viajero que llega al núcleo se ve sorprendido por la envergadura de sus murallas, que alcanzan 12 metros de altura y metro y medio de grosor en algunos tramos y que con el tiempo ha quedado parcialmente integrada en las viviendas.
Dentro de este recinto destaca la estructura de callejas y pasadizos, repartidas en dos barrios, el de Arriba y el de Abajo, y presidido por una iglesia de buen porte, que guarda un retablo del siglo XVIII. Empotrado en las murallas se puede ver el edificio de la antigua cárcel, que alberga una colección etnográfica.
(Pequeños pueblos medievales)
De todo un poco. Leyendas, tradiciones e historias curiosas de todas las regiones de España. Unas son verdad y otras no tanto.
Selección
sábado, 11 de agosto de 2018
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