Siempre se ha dicho que los grandes eventos –las dos exposiciones o las Olimpiadas– han contribuido a cambiarle la cara a Barcelona. Y su influencia en la ciudad, podríamos añadir, ha tenido consecuencias directas e indirectas. Como ejemplo de indirecta podría darse el siguiente caso: que una persona viniera a la Exposición Universal de 1888, que esa persona se enamorara de la ciudad, que años más tarde volviera para desarrollar un negocio y que los hijos de esa persona crearan algo que fuese emblema de la ciudad.
Podría pasar, sí, no es algo descabellado. De hecho, pasó.
La historia contada un párrafo arriba desde un absurdo anonimato remite a la familia Cottet. El capo de la familia Cottet llegó a Barcelona para tomar alguna idea de la Expo de 1888 y la conclusión que obtuvo fue clara: tenía que volver a Barcelona para montar una óptica. Así lo pensó y así lo hizo unos años más tarde. La óptica que abrió, por si cupiese la duda, fue la Óptica Cottet, en Portal de l’Àngel, 40.
Años más tarde fueron los tres hijos del primigenio Cottet quienes asumieron el cargo del negocio familiar. Los hijos viajaron, conocieron mundo y vieron algo que les llamó la atención en dos ciudades distintas: termómetros gigantes en Bruselas y en Copenhague.
Y como el genio, ya lo dijo Picasso, vive de robar, los hermanos quisieron robar la idea. No obstante, no pudieron ejecutarla cuando tuvieron a bien hacerlo: Europa estaba en guerra y las empresas que podían prestar ese servicio estaban a otras cosas.
Así fue que la espera se alargó más de diez años y tuvo que llegar 1956 para que acabara la instalación del Termómetro (ahora con mayúsculas) Cottet. El 25 de febrero de ese año se inauguró lo que entonces era el termómetro más grande del mundo –ahora no, ahora es uno de California que mide 41 metros.
Con 22 metros y capacidad para decir si fuera hace -5º o 40º, el termómetro estuvo en funcionamiento hasta que se rompió en 2009 (huelga decir que con distintas rehabilitaciones de por medio). El coste de la reparación, 70.000€, era a todas luces inasumible para la Óptica Cottet y el termómetro estuvo fuera de servicio durante dos años.
Hasta que el Ayuntamiento consideró que semejante mamotreto era ‘Petit Paisatge’ de la ciudad y consideró que tenía sentido meterle euros para repararlo. Y así fue: el Ayuntamiento sufragó la reforma y la Óptica Cottet se comprometió al mantenimiento anual, que tiene unos costes de 3.000€ anuales.
Barcelona secreta
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