Que no piense nadie que los raspones, rozaduras, «bollos», «bollitos», pequeños golpes y roturas de faros de coches es cosa moderna, con la llegada del automóvil en concreto. Esto viene de antiguo. Ya en tiempos de Felipe IV se produjo un pequeño incidente que ha pasado a la historia por su final. Ocurrió entre el conde de Lodos y un arzobispo. Según se cuenta, el coche de caballos del conde estaba parado en la calle cuando fue rozado por el del arzobispo. El conde, sin pensarlo dos veces, saltó del coche espada en mano y, ante las miradas atónitas del prelado y del cochero, abrió las tripas de los caballos que tiraban de la carroza del arzobispo.
Hoy no habríamos llegado tan lejos, en cierto modo porque no hay caballos para destripar. Todo se arreglaría dando parte al seguro y en un taller de chapa y pintura.
Curiosidades de Madrid - Isabel Gea
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