Al igual que hacían los habitantes de villa cuando la ciudad dependía del arzobispado de Zaragoza, entre 1307 y 1811, el visitante moderno accede a ella por el puente de cuatro arcos que salva el río Matarraña hasta el portal de san Roque. Desde allí se puede seguir hasta la plaza de España, de pequeñas dimensiones pero cargada de edificios señeros, como el Ayuntamiento, obra ejemplar del Renacimiento aragonés, y la Casa Gótica, edificio multiusos a lo largo de la historia: granero, hacienda pública, palacio de justicia.
El castillo, construido entre 1393 y 1411 por el arzobispo Fernández de Heredia, fue rehabilitado a finales de los setenta lo que permite hoy disfrutar de la sala capitular y de la gran sala de las Cortes en todo su esplendor.
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