domingo, 26 de abril de 2020

Olivo milenario del Santuario de Santa María

Santa María de Lebeña es una interesante iglesia mozárabe que destaca por el atractivo de la torre exenta que en otros tiempos la protegía y, sobre todo, por la intensa belleza del paraje natural en el que está enclavada, rodeada por los picos inmensos de la cordillera cantábrica.
Es un lugar donde los tremendos montes que nos rodean nos harán considerar nuestra pequeñez y donde la presencia del Tejo y del Olivo centenarios marcan la frontera de un lugar que no debe pasarnos desapercibido. Y es que Lebeña es todo magia, si bien la historia nos indica que fue fundada por Don Alfonso y a su esposa Doña Justa, condes de Liébana, en el año 925, ya sus inicios fueron misteriosos puesto que cuenta la tradición que los condes de Liébana habían edificado la iglesia con la primigenia intención que albergase los restos de Santo Toribio, pero al intentar descubrir la sepultura, tanto el conde como sus servidores quedaron ciegos, por lo que éste ofreció su cuerpo y los bienes que poseía en Liébana a los monjes del Monasterio de Santo Toribio, a fin de recobrar la vista. Hecho el milagro, el conde Alfonso entregó todas sus posesiones.
Aparte de la bellísima arquitectura mozárabe que la preside, esta joya de La Hermida posee dos elementos característicos de lugares de poder: la presencia de una tradición que atestigua su vieja condición de lugar mágico, santo y druídico; y la presencia de elementos que nos remiten a viejas reminiscencias: la presencia del Tejo, el Olivo, el cementerio en la puerta misma, la presencia de estelas cántabras.
Los dos árboles originarios pueden verse aún con sus enormes troncos. El olivo, sin saber el motivo, lo cortaron hace doscientos años, pero de aquel hermoso tronco, que no se secó brotaron dos ramas que crecieron con gran salud, y podemos ver un gran olivo de dos extraordinarias patas.
El tejo es un árbol que también está cargado de mágico simbolismo: tanto según el historiador Plinio como el geógrafo griego Estrabón, los antiguos cántabros utilizaban el veneno extraído del tejo, todas sus partes son tóxicas excepto el fruto, para suicidarse en lugar de rendirse al enemigo. Sin embargo y desgraciadamente, unos recientes temporales `provocaron su rotura, amaneciendo una mañana partido y abatido por las inclemencias meteorológicas.

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