domingo, 22 de diciembre de 2019

Los berberiscos y Santa Marta


Corría el año 1538. Había llegado ya el verano a la villa pesquera de Villajoyosa cuando sus humildes habitantes, que rondaban los trecientos, se apresuraban en reparar los daños producidos a la muralla durante el último ataque de los piratas berberiscos, acontecido escasos días atrás. Por fortuna para los vileros, es decir, los cristianos, la ofensiva había sido repelida, como en tantas otras ocasiones, gracias al amparo de Santa Marta, quien en los momentos de intenso fuego enemigo paraba las balas con un sencillo cubo. Aún en la actualidad es esto recordado por los vecinos de La Vila, con el siguiente verso:

Santa Marta la vella
la del Portalet
que empomava les bales
amb un poalet.

(Santa Marta la vieja
la del pequeño portal
que atrapaba las balas
con un pequeño cubo).

Pero regresemos al siglo XVI. Los vecinos vivían con la certeza de que los corsarios volverían a aparecer, pues en cada ataque llegaban con más galeotas y mejor armados, y bien sabían los vileros que su hostigada villa no era la única que se hallaba en tan atormentada situación, puesto que los piratas no perdían la oportunidad de realizar pillajes en tantos lugares como encontraban. Por tal motivo, difícilmente se podían auxiliar entre pueblos vecinos, ya que cada cual debía permanecer en su villa para defenderla ante las temidas incursiones. Y no tardó en sobrevenir el siguiente asalto.
Pequeños puntos se movían en altamar, a buen ritmo. Decenas de galeotas, alumbradas por la luz de la luna, se acercaban a la orilla. Los centinelas habían tenido tiempo suficiente para alertar a los vecinos de la villa, quienes se encontraban ya completamente armados y en los puestos previamente designados para cada uno de ellos: sobre la muralla, en el paseo de ronda, medio centenar de arqueros esperaba el momento oportuno para lanzar sus flechas impregnadas de aceite y envueltas en fuego; en el mismo lugar, una veintena de recios mozos se apresuraba a preparar los pesados proyectiles que serían disparados, con los cañones, contra las embarcaciones sarracenas; en la playa, decenas de cristianos, armados con estoques, lanzas y arcabuces, esperaban coléricos el momento del desembarco para acabar con el indeseado enemigo. Era la noche del 29 de julio; una larga y sangrienta lucha estaba a punto de comenzar.
El cielo raso permitía ver con claridad el incesante avance de los berberiscos capitaneados por Zallé Arraez, que se acercaban a la costa con gran alboroto al advertir que los cristianos ya habían preparado su defensa. Apenas vieron los arqueros que tenían las galeotas a tiro y lanzaron su primera ofensiva, sin esperar a que estas tocasen tierra, y lo mismo hicieron quienes estaban al mando de los cañones. La respuesta fue inmediata. Cientos de balas se estrellaron contra la muralla; no muchas menos lo hicieron contra los cristianos, quienes sufrieron una dura contraofensiva. Tan pronto pisaron tierra los primeros sarracenos, todos los vileros expectantes en la playa se lanzaron en marabunta contra ellos. Tan atestada estaba la playa y la desembocadura del río Amadorio que no quedaba lugar para más embarcaciones y, en consecuencia, los piratas que querían alcanzar la arena no tenían más remedio que hacerlo a nado. Decenas de ellos perecieron ahogados, debido al fuego cristiano y a la larga distancia que debían superar. Pero no cesaban de aparecer galeotas y los vileros ya habían sufrido multitud de bajas, tantas que ya creían perdida la espantosa lucha.
Un estruendo ensordecedor aturdió a tantos como había en el campo de batalla. Una luz cegadora quebró el horizonte y destrozó incontables naves en altamar. Acto seguido, el cielo, que antes estaba raso, se cubrió por completo de oscuras nubes de tormenta. Mientras los cristianos se encontraban refugiados intramuros, destructoras ráfagas de viento e incesantes cortinas de agua azotaron arduamente a la flota enemiga, hundiéndola en su totalidad en muy poco tiempo. Tal como apareció la tormenta, desapareció, dejando una apacible calma tras de sí. Atribuyeron los vileros tal milagro a Santa Marta, y es por ello que fue nombrada patrona de Villajoyosa.

Sendas y Leyendas 

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