Un quiebro de la carretera que recorre La Axarquía malagueña bordeando la sierra de Tejeda, lleva al súbito descubrimiento de Salares, con su caserío aislado por dos barrancos y por el cauce de un pequeño río. Desde lo alto, este mínimo pueblo parece una construcción infantil de cubos apiñados, animados por el ocre de las tejas y la abundante gama de verdes que rodea la localidad. La abundancia de manantiales favoreció los primeros asentamientos en la zona, conocida por colonos fenicios y griegos y habitada por los romanos que explotaron un yacimiento de sal en los alrededores.
Esa fuente de riqueza también dio nombre al pueblo, ocupado posteriormente por los árabes, que dejaron su marca inconfundible en el trazado urbano y levantaron una fortaleza de la que sólo se conserva un torreón.
Tras la Reconquista, Salares se unió a la rebelión de los moriscos contra los nuevos administradores de la comarca. Aquel levantamiento acabó con la derrota morisca en la batalla de Frigiliana, pero todavía hoy se palpa su presencia en una característica arquitectura popular, en el esbelto minarete y en las evocadoras calles, adornadas con entrañables azulejos.
(Pequeños pueblos medievales)
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