“Mallorca es el paraíso, si puedes resistirlo”, le dijo Gertrude Stein a Robert Graves (Londres 1895-Deia 1985) en el transcurso de una entrevista en el año 1929. Parece ser que esta enigmática frase hizo mella en el poeta británico, puesto que meses después
atracaba en la bahía de Palma con su familia para permanecer en la isla hasta el fin de sus días.
Eligió Deia, un idílico pueblo en el corazón de la Sierra de Tramuntana, muy próximo a una abrupta costa plagada de acantilados que ofrecen unas espectaculares vistas del Mediterráneo. Un lugar del todo propicio para dar rienda suelta a su fascinación por el mito.
Eligió Deia, un idílico pueblo en el corazón de la Sierra de Tramuntana, muy próximo a una abrupta costa plagada de acantilados que ofrecen unas espectaculares vistas del Mediterráneo. Un lugar del todo propicio para dar rienda suelta a su fascinación por el mito.
A las afueras de este pequeño pueblo, que hasta los años 90 fue un crisol de pintores y artistas que iban a capturar “la paleta del mediterráneo”, y que actualmente es una exclusiva zona residencial que todavía mantiene parte de ese aroma bohemio de antaño, Graves construyó en el año 1932 una casa que bautizó como Ca N'Alluny, es decir la casa lejana. Allí vivió hasta su muerte en 1985, exceptuando los periodos de la Guerra Civil
Española y la Il Guerra Mundial. Fue allí donde Graves concibió sus famosas obras Yo, Claudio, El vellocino de oro o La diosa Blanca.
Tras varios años abandonada, Ca N Alluny ha sido reformada y convertida en Casa Museo mostrando de nuevo todo su esplendor pasado. Lo primero que llama la atención al visitante es el jardín, plagado de naranjos y limoneros plantados por el propio Graves, además de algarrobos, olivos y almendros, árboles autóctonos de la zona. También podemos ver el huerto del que la familia Graves surtía la cocina
Miguel Angel Vicente de Vera
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