Si hablamos de profesiones duras donde las haya, basta con recordar cualquiera de las que llevaron a cabo nuestros antepasados de una o dos generaciones atrás. La de gabarrero es, sin duda, una de ellas.
Aunque la palabra “gabarrero” se considera autóctona de la Sierra de Guadarrama, lo cierto es que el término “gabarra” se refiere a una embarcación pequeña y chata utilizada para la carga y descarga en los puertos. Haciendo un ejercicio de imaginación, la gabarra se transforma en el centro de la Península en un equino o en un carro tirado por bueyes. Es así como le encontramos más sentido al origen de la palabra que define a este oficio.
Hoy en día esta profesión ya sólo figura como reivindicación en las fiestas de algunos pueblos de la Sierra de Guadarrama, especialmente en la vertiente segoviana, y con mayor renombre en la localidad de El Espinar.
También conocidos como jornaleros del monte, el gabarrero se encargaba de limpiar el bosque de ramas secas, árboles caídos, troncos muertos, etc. Se trataba de un trabajo muy duro que permitía el aprovechamiento de la madera para usarla como leña, a cambio de muy poco dinero. Transportaban la madera con ayuda de burros, mulas, caballos o incluso carros tirados por bueyes.
En algunos sitios, los gabarreros sólo transportaban la leña que cortaban los hacheros; en otros, acudían a primeras horas de la mañana al monte en compañía de su equino y después de varias horas de difícil trayecto, abordando la peligrosa orografía de la montaña, iban cortando y recogiendo la madera muerta. La colocación de la misma sobre el animal –mula o caballo, en la mayor parte de los casos- era otra de las dificultades para llevar a buen puerto el jornal del día. Había que llevar la mayor cantidad posible de leña y además había que colocarla sobre el animal de la forma más firme y segura para que en la arriesgada bajada de la montaña, el primero no perdiera el equilibrio y acabara barranco abajo. Catástrofe total para el gabarrero que perdería así jornal y animal.
Además, había que esquivar otros tantos peligros de la naturaleza del pinar como los trampales o tollas, una especie de ciénagas en las que si caía el gabarrero o el animal, era imposible el rescate por sus propios medios.
La jornada del gabarrero concluía al final del día, de noche, en condiciones meteorológicas terribles, en pleno invierno, a veces en medio de copiosas nevadas. Después, la leña se vendía para consumo doméstico, aunque en algunos casos, como los de los gabarreros de Valsaín , el destino de sus recogidas era el de combustible para la Real Fábrica de Vidrio de La Granja o de la Fábrica de Loza de Segovia.
GUADARRAMISTAS.
GUADARRAMISTAS.
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