En agosto de 1905 el Alto del león (Puerto de Guadarrama) es el lugar elegido para observar el primer eclipse de sol del siglo XX. El autor, Eduardo Caballero de Puga, nos narra cómo era el ambiente que rodeó al evento.
“Para observar el actual eclipse, el lugar más apropiado de nuestra Península es el litoral del Mediterráneo, por ser el menos expuesto a los ciclones del Atlántico; pero yo he preferido la cumbre del Guadarrama como la mejor atalaya para ver la llegada de la sombra de la Luna en su veloz carrera de un kilómetro por segundo… …Estudiemos ahora sus efectos… Son aquí los primeros, un desusado movimiento en el pueblo de Guadarrama, por los infinitos viajeros que de todas partes llegan, y que organizados en numerosas caravanas, con 10 grados de temperatura, comienzan desde las primeras horas del día la excursión al Puerto de su nombre, unos en las clásicas carretas, que hacen el camino en tres horas y son hoy exactamente iguales que en los tiempos de Don Quijote; otros, mirando a éstas con olímpico desprecio, en veloces automóviles, que a veces patinan y se quedan en la mitad de la cuesta; algunos en trotones borriquillos; los menos a caballo y los más en coches, no todos tan seguros que no sufran avería en el camino. Pero allá vamos todos, tan curiosos como audaces, porque el NO. (viento norte) es muy duro y el frío aumenta a medida que avanza el día y ganamos en altura. Eso sí, cada cual se abriga como puede, pues no fue fácil prever tan baja temperatura en el mes de Agosto, con lo que resultan trapos muy extraños, y hasta aristocráticas damas que lucen sobre sus elegantes pero débiles abrigos, las mantas de las camas de los hoteles de Guadarrama, no siempre bien tratadas por el tiempo.
La excursión es pintoresca; la ascensión hermosa y el panorama espléndido. De pronto, gritos de vaqueros y ruido de cencerros producen general impresión. Todos se detienen y el ganado bravo cruza pausadamente la carretera. La animación renace, y llegamos por fin a la cumbre del Puerto, apeándonos ante el pedestal que sustenta el carcomido león que a 1.570 metros sobre el nivel del mar, mandó erigir en 1749 Fernando VI sobre el promontorio que, permitiendo ver a un tiempo mismo las vertientes Norte y Sur del Guadarrama, se halla en la divisoria de las dos Castillas”.
Al terminar el eclipse, nos dice Caballero de Puga:
“La escena comenzó a cambiar; el viento decreció en intensidad; el Sol fue acrecentando su disco cual ascua de vivísimo fuego que amplía sus proporciones, y el frío, superior a la temperatura termométrica de cinco grados sobre cero, desalojó de los riscos a los excursionistas, que en numerosas bandadas se lanzaron a cobijarse al abrigo de las ensenadas de la vertiente del Sur, cerca de las hogueras en que humeaba el clásico arroz y las suculentas viandas. Todo recobró sucesivamente movimiento y vida. Sobre Siete Picos apareció de nuevo el águila; vino un momento a cernerse encima de mi cabeza y partió veloz en dirección a Castilla la Vieja, como mensajera feliz de que el astro del día había recobrado su imperio sobre la Tierra. Aterido, con el rostro y las manos amoratadas por el frío, yo también abandoné mi observatorio y me dirigí a tomar parte en el festín de los míos. Al pasar cerca de los distintos, animados y pintorescos grupos de comensales, vi que algunos alzaban sus vasos como brindando por el Sol, e impulsado por la general corriente brindé a mi vez, con todos los entusiasmos de mi alma, por la prosperidad y engrandecimiento de esta hermosa joya del mundo que se llama España”.
Caballero de Puga, Eduardo.
Caballero de Puga, Eduardo.
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