La devoción por la Virgen de la Candelaria sigue especialmente viva en Castilla-La Mancha. Sin embargo, cada lugar se ha encargado de dotar a su Candelaria de una personalidad propia. La Virgen de la Candelaria es la ceremonia más especial y antigua de las que se celebran en Polán. Con ella conmemoran todos los años la ternura de la Virgen al tener el gesto de parecerse a la mujer. Por eso, siguiendo la tradición cristiana, se debe acudir al templo para purificarse a los cuarenta días de dar a luz.
Desde tiempos remotos la Virgen de la Candelaria se celebra cuarenta días después del 25 de diciembre, es decir, el 2 de Febrero. Según la costumbre, la mujer debía llevar unos manjares a la persona que representaba a Diós. En la antigüedad, los paisanos de Polán consideraban que el bocado más exquisito eran los pichones y una rosca adornada con almendras de colores. Siguiendo con la tradición y el simbolismo, por la mañana del 2 de febrero se coloca a la Virgen de la Candelaria con dos pichoncitos en un cesto y una rosca, subida en unas andas, al fondo de la iglesia dieciochesca de San Pedro y San Pablo. Antes de la consagración, cuatro hombres de la Hermandad de Nuestra Señora de la Salud levantan a la Virgen y recorren el pasillo lentamente, haciendo cuatro genuflexiones antes de llegar al sacerdote que le está esperando. A continuación, los hermanos entregan, en nombre de la Virgen, los pichones y la rosca al sacerdote. Posteriormente retroceden de la misma forma hasta llegar al coro. El mismo día de la Misa se pasea a la Virgen para que todo el mundo pueda verla purificada en un trono labrado con pan de oro. La Candelaria lleva una vela rizada que, según el simbolismo, si se apaga significa que todavía durará el invierno.
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