El arranque de la playa de Valdearenas, centro de gravedad del parque natural de las Dunas de Liencres y Costa Quebrada,
tiene un aparcamiento de 820 plazas, más propio de un estadio deportivo. Quizá por ello lo mejor sea avanzar un kilómetro y medio en paralelo a la cornisa arenácea más importante del Cantábrico, hasta que se evapore la sensación de parque urbano. El mar es de respeto: quien desee zambullirse deberá hacerlo cerca de los socorristas; incluso los surferos —esta es una de sus mecas— corren riesgos los días de mala mar. Su cadena de dunas es el resultado de la lucha, en equilibrio permanente, entre el viento y los sedimentos arrastrados por el río Pas. Una diversión infantil, pero dañina para ellas, es usarlas como un tobogán.
Conforme nos acercamos a la ría de Mogro más evidente es la práctica del nudismo y el castigo padecido por las dunas a causa de las galernas. La madera que arroja el Cantábrico no se recoge adrede para favorecer el habitat de la lecherina marina (Chamaesyce peplis), planta de coloraciones verdirrojas. Y siempre cabe contemplar los memorables atardeceres con vistas a la isla de la Conejera.
(El País)
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