El caballo de Felipe III también tiene su historia. Para ello, acerquémonos a la Plaza Mayor, cuyo centro se halla presido por el tercero de los Felipes a lomos de un caballo. Si se fijan bien, la boca del animal permanece cerrada, aunque originalmente estuviera abierta. ¿Y porqué ahora está cerrada? Muy sencillo, para salvar la vida de los gorriones. La abertura constituía una gran tentación para los gorriones que se posaban en la boca. Y no se sabe si por curiosidad, casualidad o simplemente resbalón, los pajarillos terminaban en el fondo del caballo, de donde no podían salir sin batir las alas. Más ¡ay!, el espacio era tan reducido que les era imposible volar. Y allí morían, uno tras otro, llenándose el vientre del caballo de huesecillos de infortunados gorriones, constituyendo un auténtico cementerio «gorrionil». Esto nunca se supo hasta que, al proclamarse la Segunda República, un «ingenioso» decidió celebrar el acontecimiento metiendo en el interior del caballo unos petardos. Entre los restos del conjunto escultórico aparecieron cientos de pequeños huesos que nada tenían que ver con el rey ni con su caballo. Cuando el monumento fue reconstruido, se cerró la boca del animal, evitando así que los gorriones pudieran fisgonear las interioridades del caballo.
El caballo de Felipe III también tiene su historia. Para ello, acerquémonos a la Plaza Mayor, cuyo centro se halla presido por el tercero de los Felipes a lomos de un caballo. Si se fijan bien, la boca del animal permanece cerrada, aunque originalmente estuviera abierta. ¿Y porqué ahora está cerrada? Muy sencillo, para salvar la vida de los gorriones. La abertura constituía una gran tentación para los gorriones que se posaban en la boca. Y no se sabe si por curiosidad, casualidad o simplemente resbalón, los pajarillos terminaban en el fondo del caballo, de donde no podían salir sin batir las alas. Más ¡ay!, el espacio era tan reducido que les era imposible volar. Y allí morían, uno tras otro, llenándose el vientre del caballo de huesecillos de infortunados gorriones, constituyendo un auténtico cementerio «gorrionil». Esto nunca se supo hasta que, al proclamarse la Segunda República, un «ingenioso» decidió celebrar el acontecimiento metiendo en el interior del caballo unos petardos. Entre los restos del conjunto escultórico aparecieron cientos de pequeños huesos que nada tenían que ver con el rey ni con su caballo. Cuando el monumento fue reconstruido, se cerró la boca del animal, evitando así que los gorriones pudieran fisgonear las interioridades del caballo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario