Las personas también empezaron a construir pueblos y poblar los valles. Y al mismo tiempo, llegaron los gigantes, atraídos por la belleza de estas montañas. Sin embargo, eran seres temidos y despreciados por los dioses. Así que vivían escondidos.
Uno de los gigantes se llamaba Netú. Tenía fama de ser malvado y su carácter era terrible. Aunque vivía perdido en las montañas junto a sus ovejas, nadie osaba cruzarse en su camino. Pobre del que lo hiciera.
Cuenta la leyenda que un día, un mendigo apareció en el Valle de Benasque. Era muy trabajador y en seguida se ganó el afecto de la gente del lugar. Contaba historias a pequeños y mayores e hizo grandes amistades. Sin embargo, pasados unos meses, decidió continuar su camino.
Las gentes del valle le advirtieron sobre Netú, pero el mendigo siguió su marcha y se adentró en el valle. Tras varios días de viaje, el agua y la comida se agotaron. Y a lo lejos, observó un rebaño. Confiado, se acercó.
De repente, apareció el gigante Netú, pues eran sus ovejas. En vez de huir, el mendigo, amable y humilde, se decidió a pedirle ayuda. Pero el gigante, fiel a su mal genio y avaricia, se la negó. No quiso darle agua ni comida. «Suerte que te dejo marchar vivo», le dijo.
El mendigo, sorprendido por tanta codicia, le contestó con calma: «tu corazón es duro como la roca, ojalá todo tú se convierta en piedra».
En ese mismo instante, Netú observó como su cuerpo se petrificaba. En pocos segundos quedó convertido en una gran roca. Y lo que hoy conocemos como la cima del Aneto es en realidad, Netú convertido en piedra.
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