sábado, 21 de febrero de 2009

Fundación de Vilanova


La bonita villa de la costa catalana que hoy se llama Vianova i La Geltrú fue antiguamente, en su origen, La Geltrú.
Era el señor de La Geltrú un barón de vida licenciosa y turbulenta, cruel y despiadado para con sus vasallos, irrespetuoso con las mujeres: un tirano en toda la extensión de la palabra.

Existía por aquel tiempo entre los señores feudales el derecho que llamaban de pernada.

Dice la leyenda que un mozo de La Geltrú, arrogante y orgulloso -con justo orgullo de su valor y personalidad-, enamoróse de una muchacha, también vecina de La Geltrú, y. por lo mismo. vasalla del barón, como él.

Era la muchacha de singular belleza y discreción y el joven, después de hablar con sus padres y tomar con ellos un acuerdo, decidió casarse con ella, sin consultar con el señor de La Geltrú, para así poder escapar de la ignominia que suponía el derecho de pernada.

Conformóse la joven, pero no sus padres, que tuvieron miedo de incurrir en la cólera del caballero si se enteraba del caso. Además, había que contar con el sacerdote, quien de seguro tampoco se avendría a casarlos sin consultar antes con el señor, cuyo permiso era necesario en aquel tiempo para que sus vasallos pudieran contraer matrimonio.

Viendo que no tenía escapatoria, formó entonces el muchacho otro plan: La Geltrú está tierra adentro, a alguna distancia del mar; así, los dominios del barón no llegaban hasta la playa. Entonces el muchacho decidió pedir la debida autorización para casarse; pero entretanto y a escondidas, construyó una modesta casita para él y su futura esposa, y junto a ésta, otra para sus deudos, en la playa, lo más cerca posible de La Geltrú, pero fuera de la jurisdicción del barón.
Cuando se dirigió a su señor para pedirle el permiso. éste se lo concedió en seguida; pero le recordó el derecho que la ley le concedía. El muchacho pareció conformarse con su mala estrella, y la boda se efectuó en la capilla de La Geltrú, según era costumbre.

Se celebró un espléndido banquete, al que asistieron todos los parientes y amigos de los novios, y hasta el barón fue a tomar unos vasos con ellos.

Cuando llegó la noche, el barón de La Geltrú esperó en vano que la novia acudiera para cumplir con sus deberes de vasalla.

Enfurecido el señor, envió a dos de sus hombres a la casa de los novios con el encargo de traer a la desposada. Los hombres encontraron la casa vacía. Los novios habían desaparecido y nadie sabía dónde estaban.

Mandó registrar todo el pueblo de La Geltrú; pero no pudo dar con ellos.
Días más tarde se supo que habían ido a vivir junto al mar, y que el joven, no teniendo tierras para trabajar, se dedicaba a la pesca.

Fueron muchos entonces los vasallos del feroz barón de La Geltrú que se marcharon a construir sus cabañas a la orilla del mar, junto a la del audaz muchacho, quedando así fundada la que hoy es Vilanova, cuyo nombre se le dio ya con este motivo, y que ha llegado a superar en importancia a la misma Geltrú, su villa de origen.

(Según "Leyendas de España" de Vicente García de Diego)

La Santa Compaña


Aunque el aspecto de la Santa Compaña varía según la tradición de diferentes zonas, la más extendida es la formada por una comitiva de almas en pena, vestidos con túnicas negras con capucha que vagan durante la noche.

Esta procesión fantasmal forma dos hileras, van envueltas en sudarios y con los pies descalzos. Cada fantasma lleva una vela encendida y su paso deja un olor a cera en el aire. Al frente de esta compañía fantasmal se encuentra un espectro mayor llamado Estadea.

La procesión va encabezada por un vivo (mortal) portando una cruz y un caldero de agua bendita seguido por las ánimas con velas encendidas, no siempre visibles, notándose su presencia en el olor a cera y el viento que se levanta a su paso.

Esta persona viva que precede a la procesión puede ser hombre o mujer, dependiendo de si el patrón de la parroquia es un santo o una santa. También se cree que quien realiza esa "función" no recuerda durante el día lo ocurrido en el transcurso de la noche, únicamente se podrá reconocer a las personas penadas con este castigo por su extremada delgadez y palidez. Cada noche su luz será más intensa y cada día su palidez irá en aumento. No les permiten descansar ninguna noche, por lo que su salud se va debilitando hasta enfermar sin que nadie sepa las causas de tan misterioso mal. Condenados a vagar noche tras noche hasta que mueran u otro incauto sea sorprendido (al cual el que encabeza la procesión le deberá pasar la cruz que porta).

Caminan emitiendo rezos (casi siempre un rosario) cánticos fúnebres y tocando una pequeña campanilla.

A su paso, cesan previamente todos los ruidos de los animales en el bosque. Los perros anuncian la llegada de la Santa Compaña aullando de forma desmedida, los gatos huyen despavoridos y realmente asustados.

Se dice que no todos los mortales tienen la facultad de ver con los ojos a "La Compaña". Elisardo Becoña Iglesias, en su obra "La Santa Compaña, El Urco y Los Muertos" explica que según la tradición, tan sólo ciertos "dotados" poseen la facultad de verla: los niños a los que el sacerdote, por error, bautiza usando el óleo de los difuntos, poseerán, ya de adultos, la facultad de ver la aparición. Otros, no menos creyentes en la leyenda, habrán de conformarse con sentirla, intuirla, etc.

Para librarse de esta obligación, la persona que vea pasar la Santa Compaña debe trazar un círculo en el suelo y entrar en él o bien acostarse boca abajo.

(Existen otras versiones. Esta está tomada de Wikipedia)

martes, 17 de febrero de 2009

La montaña de la Mujer Muerta (Segovia)


Una leyenda quiere que fuera Hércules quien fundó Segovia. Un poco al sur de la ciudad, donde émpieza la sierra, hay un monte cuyas estribaciones llegan al llano y que tiene la forma de una mujer tumbada. Las gentes le llaman la Mujer Muerta.
Dicen que una vez, hace muchísimos años, vivía en aquellas tierras un gran rey. El rey era viudo y tenía una sola hija, a quien quería y mimaba como a nadie en el mundo.
La princesita era trigueña y graciosa. Fue creciendo. El viejo rey esperaba con espanto el día en que un príncipe de su rango pudiera pedir su mano y Ilevársela de la corte para siempre.
También la princesita soñaba con un príncipe; pero el suyo era un príncipe encantado y hermoso de voz varonil y cabellos de oro...
Un día, cuando la princesita jugaba con sus doncellas en las estribaciones de aquellos montes, se presentó de repente entre ellas un extranjero que parecía haber llegado por los aires. Junto a él, un hombretón fornido y cejijunto parecía servirle y protegerlo a la vez: era Hércules, que venía a construir la ciudad de Segovia.
Todas las doncellas corrieron asustadas hacia el bosque, llamandoa la guardia con sus gritos de pájaro.
Sólo la princesita, serena y firme, se quedó quieta... y sonrió.
Los soldados del rey acudieron en seguida; pero Hércules los rechazó de un manotazo, y doncellas y guardias huyeron hacia el poblado para advertir al monarca.
El viejo soberano pareció recibir la noticia con benevolencia. Hospedó al extranjero en su corte, y hasta pareció acceder cuando, díasmás tarde, el joven le pidió la mano de su hija.
Pero una mañana, cuando el forastero y Hércules partieron para fundar Segovia, el rey mandó llamar a la princesa, y partió con ella a caballo hacia la serranía.
Aquellos montes eran entonces un bosque intrincado de pinos y abetos oscuros.Pasaron las horas silenciosas y lentas.
Al anochecer, el rey volvió solo a palacio.
En el poblado, todo era barullo y alegría. Se preparaba la marchade los extranjeros y se celebraban al mismo tiempo los esponsales de la princesa. El rey cruzó sombrío por la fiesta y se aisló en el fondo de su palacio. Pasaron las horas. El príncipe no podía contener su impaciencia. Nadie le daba razón de la princesa. La fiesta y el barullo le agobiaban, y quiso estar solo. Montó, pues, a caballo y galopó hacia el bosque, hacia aquella praderita, donde por vez primera vio a la princesa entre sus juegos.
Cruzó el llano, y en la ladera del monte, al salir a un claro, divisó de repente, tendida en medio de la pradera, una forma suave y blanca,con las manos cruzadas sobre el pecho. Era la princesa, muerta.
La leyenda cuenta que el príncipe mandó entonces a Hércules que tallara en aquellos mismos montes el cuerpo de la joven. Vista desde Segovia, una parte de la sierra tiene, en efecto, la forma de una figura de mujer tendida y yerta, con las dos manos enlazadas sobre el pecho.
Dicen que el príncipe desapareció por los aires y que desde entonces, convertido en nube, viene de cuando en cuando a la sierra, a contemplar a su amor...
Son esas nubes que se quedan prendidas como jirones, insistentemente, en la frente de la Mujer Muerta.

jueves, 12 de febrero de 2009

Los cuatro caballeros cristianos


Ante el cruel y tirano sultán de Granada presentóse un día el cegrí con semblante sombrío, preparándole para oír una importante y dolorosa revelación. El rey se impacientó y le hizo hablar, escuchando de sus labios que la sultana le engañaba. El sultán le pidió pruebas, pues de lo contrario, moriría. Y el cegrí, con serenidad y calma, le explicó que su esposa se había enamorado del arrogante Albin-Hamete, perteneciente a la por él maldecida y odiada raza de los abencerrajes, y que acudía a las citas amorosas de la sultana todas las noches.

El sultán enloqueció de cólera y hubiera querido despedazar entre sus manos a los culpables; pero, dominándose, despidió al amigo y, encerrado en sus habitaciones, dio orden de que nadie le molestara, para poder meditar a solas su venganza.

En su cámara, sin testigo alguno, el sultán se entregó a la más furiosa desesperación; gemía y lloraba, sin que las lágrimas aliviaran sucorazón. Quiso convencerse de la infamia, y, en silencio, fue a espiar la puerta de la sultana. Vio a una sombra deslizarse en ella. Volvió a sus habitaciones aún más destrozado, y esperó con angustia el nuevo día. Cuando por fin llegó la mañana, llamó a un esclavo y le entregó unas invitaciones para una suntuosa fiesta que iba a dar en su magnífico palacio de la Alhambra, con el encargo de que las repartiera entre los numerosos nobles de la familia de los abencerrajes.

Albin~Hamete era el más gallardo y caballeresco de los moros granadinos, dotado de todas las perfecciones físicas y morales que sepueden reunir en un ser, diestro en los torneos, de gran inteligencia, de cultivado espíritu y excelente poeta, era el héroe de su raza y el ídolo de las mujeres. La sultana, que había escuchado sus épicas halañas y le veía siempre triunfante y atrayente como un semidiós, no podía menos de admirarle, y este sentimiento fue cambiando en amor, hasta convertirse en una pasión arrolladora. Él también estaba enamorado de la hermosa sultana y, dominado por su fogoso corazón, no supo calcular los peligros de aquel loco amor y se entregó a él sin reservas.

Albin~Hamete trabó una íntima amistad con don Juan Chacón, señor de Cartagena, que se distinguió por su heroísmo en el sitio de Granada. La afinidad de gustos y aficiones había unido estrechamente sus cultivados espíritus, y habían tomado parte juntos en los torneos, midiendo sus armas, que manejaban con la misma singular destreza. Los dos caballeros se profesaban gran afecto, a pesar de la diferencia de raza, y, como hermanos, se comunicaban siempre sus cosas más íntimas. Así, al recibir la invitación del sultán, el joven abencerraje supo medir el alcance de la trágica orden y escribió una carta a su amigo en la que le descubría sus mortales temores y, despidiéndose de él, le pedía, como último favor, su amparo para la sultana. Entregó el mensaje a un fiel criado, que, a galope en su mejor caballo, partió hacia el campamento cristiano.

Mientras él, vistiéndose sus mejores galas, marchó resuelto al real palacio de la Alhambra. Ante uno de sus más bellos patios, una fila de negros guardaba la entrada. Al ver al caballero, abriéronle paso para que entrara, y al punto quedó inmóvil, con los nervios crispados y el terror reflejado en su semblante ante ante la horrenda traición. Todos sus ilustres familiares yacían en el suelo, vilmente asesinados: treinta y seis cadáveres de la más noble estirpe eran los invitados de aquella fiesta fúnebre que el sanguinario sultán había imaginado y dio nombre para siempre al maravilloso patio de los Abencerrajes.

Pronto se supo la felonía por toda la ciudad, y los partidarios de los abencerrajes, deseando vengar la alevosa muerte de los suyos, cayeron sobre los cegríes. La ciudad se dividió en dos bandos, y trabóse una lucha a muerte que sembró de cadáveres las calles y plazas.

Por fin, restablecida la calma, se escuchó la voz de los heraldos notificando al pueblo la condena de la sultana a ser quemada viva en la plaza pública. Se concedían treinta días de plazo por si algún caballero queriendo defenderla, tomaba parte en un juicio de Dios, que se celebraría para comprobar la inocencia o culpabilidad de la reina. Pasaron los días sin que ningún caballero se ofreciese en su defensa y alarmada la sultana, envió un mensaje con su más fiel servidora, una cristiana cautiva, al campamento cristiano, en demanda de algún caballero que quisiera defenderla.

La recibió don Juan Chacón que, profundamente apenado por el trágico fin de su querido amigo, a quien había jurado vengar, y dispuesto a cumplir su última voluntad, se decidió a acudir al juicio para defender la causa de la sultana, y así se lo anunció a la sirvienta, la cual lo transmitió a la soberana.

Ya finalizaba el plazo concedido, y a diario seguía pregonando el heraldo la condena de la sultana sin que hasta entonces se presentase caballero alguno en su defensa.

Llegó el momento señalado y acudieron ante las puertas de Granada cuatro caballeros cristianos para tomar parte en el juicio de Diós que iba a celebrarse. En el acto se les abrieron las puertas y entraron en la ciudad entre las aclamaciones de la muchedumbre. Llevados ante el juez de campo se ofrecieron para luchar en defensa de la sultana pero ocultaron sus nombres y dieron sólo el de "nobles caballeros", aceptando de antemano el castigo impuesto si mentían.

Eran ellos don Juan Chacón y tres nobles cristianos más, que, poniéndose en las manos de Diós se brindaban a defender la causa de la mujer caída y abandonada teniendo que luchar contra cuatro caballeros cegríes y siendo uno de ellos el pérfido delator de Albin-Hamete.

La reina estaba obligada a presenciar el combate. Dada la señal, los caballeros se lanzaron al campo y comenzó la lucha con gran ímpetu y coraje, hasta alcanzar proporciones de epopeya. Después de varias alternativas, el triunfo fue de los cristianos, ayudados por Dios ensu noble causa, y los cegríes quedaron derrotados y muertos y proclamada así la inocencia de la sultana.
Don Juan Chacón, herido y al frente de los tres caballeros cristianos, partió veloz a su campamento, habiendo antes arrojado el guante ensangrentado al medio del campo, en señal de reto, anunciando así el próximo asedio de la ciudad. El heroísmo de don Juan fue el primer jalón de la reconquista de Granada.

Vencidos los cegríes, de nuevo se encendieron las luchas entre losdos bandos, que mancharon de sangre la ciudad hasta que, al verse sitiados se unieron para la común defensa.

La sultana, llorando su infortunio y sin poder olvidar su perdido amor, retiróse a una celda solitaria sin más compañera que la fiel cristiana cautiva, que la instruyó en las verdades de la fe, enseñándola el consuelo divino de la religión de Cristo crucificado