jueves, 21 de octubre de 2010

Conquista de Madrid por los segovianos

Alfonso VI, el Bravo, el del juramento de Santa Gadea y demás querellas, reune hueste; no se trata de un fonsado o una simple cavalgada. Esta vez el objetivo es ambicioso, se trata de volver a socavar la Marca Media, tomando Madrid y su alcázar.


Para tal fin convoca a las milicias concejiles fronterizas, acudiendo hombres de Atienza, Sepulveda, Avila y otros concejos. Los peones y jinetes pardos desfilan ante el Rey bajo sus pendones y guiados por sus jueces, sin embargo faltan las gentes de Segovia.


Los reales se instalan a orillas del Manzanares, mientras los hombres preparan las maquinas de asedio. Cerca del campo del Moro (llamado así porque siglos después otro Al Mansur, esta vez almoravide, instalará su campamento), el Rey recibe a la milicia de Segovia. Son hombres recios, arqueros, lanceros y jinetes, guiados por dos de sus tenientes. llegan con retraso, problemas de una o dos parroquias que han tardado en armarse. Los tenientes preguntan al rey donde pueden instalar su campamento; el Rey, desabrido responde:


"Allí, junto al alcázar' mientras señala Madrid.


Los segovianos se retiran, pero guiados por sus jefes se disponen a trabajar. Durante toda la noche los segovianos trabajan, al amanecer: se oyen los gritos en el campo cristiano:


"Segovia, Segovia por Santiago"


Los infantes se lanzan hacia las murallas de 4 metros, cubiertos por un puñado de arqueros; los mas valientes plantan las escalas fabricadas a cubierto de la noche. Con rapidez trepan la muralla, se planta el pendón rojo de Segovia.


Las puertas de Madrid se abren, permitiendo el paso de los jinetes castellanos. En menos de una hora la bandera del acueducto se ha instalado en el alcázar. Gritos de jubilo rompen en el campo cristiano: Madrid se une a Huete, Brihuega y demás ciudades alcarrenas tomadas durante la campaña.


El Rey Alfonso se acerca a las puertas de la ciudad. Allí es recibido por los tenientes de la milicia concejil de Segovia, escoltados por el pendón de su ciudad. Muy serio, el capitán segoviano se dirige a su Rey:


"Majestad, hoy no hace falta que duerma en el campo, hoy podrá alojarse en el Alcazar, como nos indico"


Leyenda o Historia, lo cierto es que los primeros repobladores cristianos de Madrid fueron segovianos, y quien se apellide Torre o Torreón quizás sea descendiente suyo.

Don Alvar de Avila y Doña Guimar - MIroncillo (Avila)

Volvían a Ávila, de pelear como buenos en las Navas de Tolosa, los escuadrones de serranos y habían entrado ya en la ciudad por la Puerta del Alcázar. Recorrían las calles entre los vítores de la plebe y los saludos de los nobles, que presenciaban el desfile desde los ventanales o en las torres de sus palacios. Apuesto y bizarro sobre un negro corcel, iba el capitán D. Alvar Dávila, señor de Sotalvo, al frente de sus escuadrones, repartiendo sonrisas y saludos.


Llegaba ya el desfile frente al palacio de D. Diego de Zuñiga, noble y palaciego abulense, arriba, desde la alta ventana, su hija Dª Guiomar aplaudía a los guerreros. Era linda y tenía ojos negros la condesita, era blanca como el lirio de los campos y su mirada angelical se cruzo con la de Alvar Dávila, que sonreía, sonreía... el valiente capitán se serranos recorrió ya la ciudad sin corazón, ¡ lo había perdido en una sonrisa !.


Muchas veces se vieron Alvar Dávila y la condesita Guiomar, pero siempre a través de aquel alto ventanal de la torre del palacio de D. Diego de Zuñiga. Guardaba el conde a su hija entre los recios muros de la casa señorial para ofrecérsela a Dios. Era duro y altivo el conde, y ante él vino un día el capitán de serranos. Eran breves las treguas de guerra y le pidió licencia para casarse con la condesita, su hija, antes de una nueva partida. El conde, la ira en los ojos, ordenó al capitán que abandonase su palacio, prohibiéndole que en lo sucesivo volver a ver a Dª Guiomar.


El señor de Sotalvo con toda dignidad y gran Entereza, replico al irascible: - Cuando el amor ha nacido, no se le mata con vilencias; que el corazón del enamorado es rebelde y terco en la rebeldía. Dª Guiomar y yo seguiremos amándonos, y aún más, viéndonos: ¡ Mal que os pese !.


Guardias rondaban día y noche el palacio, para prender al capitán si osaba acercarse. Mientras tanto, en el coto señorial de Sotalvo, sobre las altas rocas, mirando a Ávila, la brisa del corazón de Alvar Dávila alzaba en pocos días un blanco castillo roquero. Se adivinaban, más que se veían, los dos enamorados; ella miraba a la sierra; él, en las altas almenas que descubrían la ciudad.


Hasta que un día, al fin, el alma blanca de Dª Guiomar se escapó, hecha suspiro, del lirio de su cuerpo. A las torres del castillo vino aquel día nívea paloma. Suave era el arrullo, y el castellano la tomo con ternura en sus manos, poniéndola al cuello blanco lazo de raso.


De madrugada partía para la guerra al frente de sus escuadrones de serranos. Y en la guerra murió peleando como bueno...

Sant Pere de Roda - Gerona

Durante el pontificado de Bonifacio IV, cuando Focas era emperador de Oriente, se supo en Roma que el Almirante de Babilonia preparaba un ejército para apoderarse de la capital de la cristiandad, para conseguir lo cual se había aliado con los persas. Al conocer la noticia, el Papa reunió concilio con cuantos pontífices y obispos se encontraban cerca. Deliberaron largamente sobre los motivos que impulsarían aquel ataque y llegaron a la conclusión de que su meta era apoderarse de los cuerpos santos que allí se guardaban.


La única salvación ante aquella amenaza era poner a buen recaudo el gran tesoro de las reliquias o, al menos, lo más importante de ellas. Así discutieron y llegaron a elegir las que consideraban más importantes, que eran: la cabeza y el brazo derecho del apóstol san Pedro, el cuerpo de su discípulo san Pedro Exorcista y los de los mártires Concordino, Lucidio y Moderando, más una ampolla con la sangre de la Santa Imagen de Cristo.

Fue preparada una nave y, después de cargar las reliquias en ella, la entregaron a tres santos varones que, con algunos legos, serían lo:; encargados de conducirla a puerto seguro. Las tres santos varones se llamaban Feliú, Poncio y Epicinio y cuando salieron a alta mar, dirigieron el timón hacia las costas orientales de España.

El Austro les llevó hasta el puerto de Rosas. Desembarcaron, dieron gracias a Dios y a los santos cuyas reliquias transportaban y subieron al monte Verdera, que es donde se levanta hoy precisamente el monasterio. Allí vieron las tierras que había más allá y, buscando cuidadosamente, descubrieron una fuente -la misma que aún existe en nuestros días y que es llamada la Font del Raig - y, a su vera, una profunda cueva, encima de la cual se encontraba un pequeño altar que había sido levantado por el eremita san Pablo, obispo de Narbona, que estuvo por aquellos pagos haciendo vida anacorética.

Con el convencimiento de que aquél era el lugar que buscaban, los tres enviados de Roma desembarcaron las reliquias en secreto, las llevaron hasta la cueva y las dejaron en su interior, cerrándola tras ellos después con tierra, piedras y ramaje. Inmediatamente se embarcaron y emprendieron el regreso. Y cuando llegaron a Roma, supieron que el peligro había pasado y que las reliquias podían ser devueltas.


Nuevamente emprendieron el camino hacia el cabo de Creus, nuevamente desembarcaron en el mismo lugar y nuevamente emprendieron la subida del monte. Pero algo había sucedido en tan breve ausencia, porque, a pesar de llegar hasta la fuente, fueron totalmente incapaces de descubrir la cueva que ellos mismos habían tapiado. Incapaces de abandonar el tesoro que creían perdido por su propio descuido, decidieron quedarse allí hasta que lo descubrieran de nuevo. Nunca sucedió así, pero aquellos santos varones levantaron un templo en torno y sobre el lugar que ellos sabían cierto. Y aquel lugar fue con el tiempo Sant Pere de Roda.


Supone el cronista que, con el tiempo, la cueva sería finalmente descubierta y que ese descubrimiento haría que la cabeza de san Pedro Apóstol regresase a Roma, donde se encuentra todavía junto a la de su compañero san Pablo, mientras que las otras reliquias se quedarían en el monasterio recién instaurado.

viernes, 8 de octubre de 2010

El Tribunal de las Aguas

El “Tribunal de las Aguas de la Vega de Valencia”, más conocido por su denominación abreviada de “Tribunal de las Aguas” es, sin duda alguna, la más antigua de las instituciones de justicia existentes en Europa. Su semanal reunión, cada jueves del año, en el lado derecho de la gótica Puerta de los Apóstoles de la Catedral de Valencia, constituye cita obligada para agencias de turismo, visitas escolares, simples viandantes, que se congregan a su alrededor a la espera de que las vecinas campanas del “Micalet de la Seu” den las doce horas para contemplar su funcionamiento. Ello no nos lleve a la errónea conclusión de tratarse de un organismo folklórico e inoperante que la tradición nos ha legado; pues, tras esa sencillez y simplicidad de funcionamiento, carente de complicados protocolos y fórmulas jurídicas, se esconde un modelo de justicia que el hombre de la huerta ha respetado en una milenaria institución que ha sobrevivido a todas las reformas legislativas siendo siempre apreciada por su singularidad y perfecto funcionamiento constituyendo hoy, sin ninguna duda, uno de los bienes más preciados del acervo cultural valenciano.


Por su condición milenaria y por ser una de las tradiciones culturales más arraigadas a la sociedad, el Tribunal de las Aguas de Valencia ha sido declarado por la Unesco, en Abu Dhabi, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad

Las Fuentes Tamáricas - Velilla Del Rio Carrion

En el suroeste reinaban los cántabros tamáricos, de la región de Tamárica o Camárica. Esta zona se localiza entre el noroeste palentino y el noreste leonés. Son muy pocas las cosas conocidas de este lugar y época, pues los historiadores romanos se negaron a transcribir las ricas leyendas, tradiciones y topónimos cántabros, escudados muchas veces en lo cacofónico que les resultaba el idioma hablado por aquellas gentes. La capital de la Tamárica es un lugar nunca encontrado, pero que se suele asociar al valle del Carrión, entre la Villa de Guardo y Velilla del Río Carrión, en la porción occidental de la Montaña Palentina. Era precisamente al norte de la Tamárica, donde Plinio el Viejo nos relató un fenómeno natural muy curioso:


'...Las Fuentes Tamáricas en Cantabria sirven de augurio. Son tres, a la distancia de ocho pies. Se juntan en un solo lecho, llevando cada una gran caudal. Suelen estar en seco durante doce días y, a veces, hasta veinte, sin dejar ninguna señal de agua, mientras que otra fuente contigua sigue manando sin interrupción y en abundancia. Es de mal agüero intentar verlas cuando no corren, como le sucedió poco ha al legado Larcio Licinio, quien, después de su pretura, fue a verlas cuando no corrían, y murió a los siete días...'


Durante muchos siglos, después del Imperio, se buscó la localización de estas fuentes, sin lograr nunca un resultado positivo. Hubo que esperar al siglo XVIII, momento en el que entra en escena en erudito P. Enrique Flórez, quien las situó a doce leguas al oriente de León, al lado de la Ermita de San Juan de las Fuente Divinas, Velilla del Río Carrión. En época de Flórez, no quedaba más resto que un arco semienterrado en la tierra, presumiblemente de origen romano, y una serie de surgencias de agua a modo de fuentes. Las Fuentes Tamáricas se intentaron localizar en multitud de lugares, desde La Rioja a Vitoria, pasando por Asturias y León. Pero no hay ninguna otra fuente en el norte de España que coincida con el extraño comportamiento descrito por Plinio el Viejo.


Los únicos vestigios arqueologícos del lugar, anteriores a estas excavaciones eran, un ara romana y una inscripción funeraria, además de los cercanos restos de dos acueductos para la minería del oro, conocidos hoy como Camino de los moros y Camino Griego, esculpidos por los menesterosos romanos en la roca de las montañas cercanas. Las fuentes y la ermita cercana se encuentran en la entrada sur de Velilla, en un amplio prado del paraje conocido como La Serna, vigiladas de cerca por las dos inmensas moles pétreas de Peña Mayor y Peña Lugar.

El origen de Noia (La Coruña)

En la provincia de la Coruña, al pie de las tranquilas aguas del río Tambre y de la ría de Arosa, rodeada por los montes de Barbanza y majestuosamente asentada en un llano, se encuentra la entrañable villa de Noya, una de las pocas poblaciones de Galicia que todavía conserva su aspecto antiguo y sus viejas tradiciones.


Es difícil encontrar entre todas las aldeas y pueblos gallegos, una en la que no existan los más diversos mitos típicos del folklore y la cultura popular: desde la terrorífica Santa Compaña, un alma en pena condenada a vagar por los caminos, o los pálidos Mouros, traviesos duendes que habitan los castros, etc., pero entre ellas, en Noya es particularmente conocida una curiosa leyenda, en la cual se atribuye su fundación al patriarca Noé.


Desde siempre se ha considerado que los descendientes de Noé y su hijo Jafet ocuparon una zona geográfica comprendida entre el mar Negro y la Península Ibérica. Transcurridos 84 años después del Diluvio Universal, Thúbal, nieto de Noé tiene una hija llamada Noela que a su vez se casa con su propio hermano Galo Gafeto. Ambos deciden fundar una pequeña población en nombre del Patriarca, conocida como "Noia", en la cual el mismo Noé plantaría las primeras viñas.


Esta primera fundación está atribuida al desembarco de Noé, que según la singular tradición, el Arca se habría estancado en el monte de Barbanza o en el cercano monte Aro, ambos identificados con el bíblico Ararat, en cuyas cumbres según la Biblia se habría detenido Noé con su familia y los animales que llevaba.


Alrededor de ésta creencia popular nacería toda una tradición mitológica vinculando al Patriarca con la villa de Noya que se iría conservando con el paso de los años, siendo llevada a documentos oficiales y quedando incluso gravada en el escudo de la ciudad.


Este escudo tan peculiar, que sigue estando presente en muchas paredes del pueblo, así como en la puerta del Ayuntamiento o en cada una de las Iglesias, representa el Arca flotando sobre las aguas, y en lo alto una paloma portando sobre su pico el ramo de olivo que Noé habría enviado para averiguar el momento en que las aguas del diluvio comenzaron a descender de nivel.


Aunque se ignora exactamente el momento de su adopción oficial, el documento más antiguo que se ha encontrado representando al Arca, han sido unos sellos en tinta datados de 1586, deduciéndose que se usaba tal sello como oficial de las armas de la villa y su jurisdicción, siendo usado desde entonces de manera ininterrumpida hasta nuestros días.


Además de este escudo, se ha encontrado otro indicio también curioso relacionando el pueblo coruñés con la historia bíblica del diluvio. Se trata de un folleto impreso por un escribano del Ayuntamiento hacia el año 1800 en el cual se expone la fundación de la villa de Noya, manifestando que habría aparecido una lápida en la localidad, cuya traducción vendría a ser:


"En nombre de Dios. Amén. NOELA dedica a su hermano y marido GALO GAFETO rey de Finisterre esta memoria a honra de su segundo abuelo NOE y a este pueblo que para su descanso formaron en fin del río Tambar frente a la isla Cuerva Marina. Su señal sea el arca con que Dios defendió a su generación. Su nombre el de su hija NOBIN y el del Reino el de su Rey que descansa en paz."


Con este grabado se ha deducido que el río Tambar no es otro que el actual Tambre, y que Noela y su marido Galo habrían fundado la villa en memoria de su abuelo Noé.


Si bien el río Tambre y el monte Aro presentan una curiosa similitud con los bíblicos Ararat y Tambar, existen además en Noya y sus alrededores otros lugares cuyos nombres están relacionados con el Arca y el diluvio. Por un lado, el pueblo de "A Barquiña" (La Barquita), la "Peña del Arca", o un dolmen situado en el monte de Barbanza conocido como "El Arca de Barbanza".


(por Pili Abeijón)